Hace 13 años falleció en Hermosillo, Sonora, la pintora Helga Krebs. En la comunidad artística sonorense hay varias voces que nos comparten su experiencia de vida con la artista que formó una familia con el arqueólogo e historiador chileno Julio César Montané Martí (1927-2013) y sus dos hijos, el artista visual Álvaro Montané Krebs y el poeta infrarrealista Bruno Montané Krebs. Sin duda, Helga Krebs sigue latiendo en el corazón de su obra y en el recuerdo compartido que en las siguientes líneas nos permiten traer de vuelta su presencia para propios y extraños.
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Ethel Cooke, pintora
Haber convivido con Helga fue bastante estimulante en muchos aspectos, en lo creativo y en lo intelectual… Las lecturas, las palabras, las conversaciones maravillosas que enriquecieron mi vida, eran parte de la gran cocina que compartimos y dije la gran cocina, porque estaban a la par esas viandas que hacia Helga, esos dulces, esos pasteles y esas cosas que con tanto cariño siempre ponía en la gran mesa. A través de ella conocí a grandes hermanos creativos, gracias a que ellos también gozaron quizás de lo mismo de lo que estoy hablando, Hoy más que nunca, Helga presente, Helga siempre presente.
Miguel Mancillas, bailarín
“Desde la admiración puedo decir que toda su inteligencia, sus dolores, su humor, todo está en su creación. Cada obra es un arma especializada para atacar la tibieza, lo mediocre. Su justificada y obsesiva perfección abre con afilada precisión la memoria emocional, real e imaginaria de quienes la ven. Dudo que alguien quede igual después de verla”.
Raffaella Fontanot Ochoa, historiadora
“Helga me contó que era una buena nadadora, y que practicaba en un lago de La Serena, lugar en el que vivió su infancia y la mayor parte de su vida en Chile; un lugar rodeado también de ríos que desembocan al mar cercano. La presencia constante del agua en sus obras, con personajes semisumergidos que observan el mundo, escenarios acuáticos o marinos y mujeres recostadas que parecen flotar, me recuerdan aquella conversación”.
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Marisela Moreno Cano, pintora
Helga y Julio viajaban cada año y a su regreso nos compartían sus aventuras, nos proyectaban sus transparencias en un proyector de Julio (de carrete). Era emocionante e inspirador escucharlos y ver aquello como un cine en su casa. Todo era alrededor de una gran mesa de madera, su casa en la colonia Centenario, la casa de la sabiduría, los libros y cuadros por doquier. En invierno, Julio prendía la chimenea y ese calor nos abrazaba aún más. Helga preparaba las botanas.
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