/ martes 9 de mayo de 2017

Después de la pelea ¿qué sigue para el Canelo y Julio César Jr.?

POR  EDUARDO LAMAZÓN

En 1923 Jack Johnson fue bajado de un ring en La Habana porfalta de acción en una pelea. Jack Johnson es, con seguridad, unode los diez mejores peleadores de la historia.

Lo de Jack en aquel combate que refiero debe haber sido unamentada de madre, pero hay una diferencia importante con esta otramentada similar ahora protagonizada por Julio César Chávez Juniorel sábado: a la pelea de Johnson la vieron sólo 1,200personas.

El daño que hoy hace el fracaso de una superpromoción, esmonstruoso. Lastima al deporte, a los aficionados, a la industriade esta actividad y a decenas de miles de muchachos que viven o sesuperan o encuentran un destino en un boxeo sano y creíble.

Los reyes, los presidentes, los sacerdotes, los médicos, losarquitectos, los futbolistas, todos en esta vida tienen unaresponsabilidad. Chávez también la tenía, pero posiblemente nose hizo cargo. No hay nada a la vista que nos permita disculparleel valemadrismo de Las Vegas.

Fue fiel a su costumbre. Contra Maravilla Martínez, unavergüenza; contra Andrzej Fonfara, otra vergüenza; contra BrianVera, otra vergüenza. Ahora, un espectáculo obsceno de impericiay deshonor.

Le habíamos perdido la confianza, hace mucho, está dicho en micomentario anterior a la pelea en estas mismas páginas del ESTO.Pero la vida le daba con esta pelea una oportunidad última ygenerosa para reivindicar su pasado y construir su futuro.

Ya había sufrido el boxeo la explosión de una bomba con lamojiganga que escenificaron Floyd Mayweather y Manny Pacquiao hacedos años. Esto, lo del sábado, no era necesario.

La desilusión de la gente es una epidemia que corroe eluniverso de un deporte noble que tiene a cada paso ejemplos demejores actores en sus entrañas.

Es fácil encontrar exponentes de combatientes suicidas quedieron y dan aliento, sangre y sacrificio a sus peleas. Hubo laCanelo-Chávez, que fue un ácido desacuerdo, pero hubo también laSalido-Vargas que fue una joyita y un ejemplo de entrega de dosvalientes.

Sin embargo el enfado es tan grande que leyendo columnas yexpresiones de los fanáticos parece que en el boxeo todo fueratimo y corrupción.

Cualquier peleador puede perder, y no hay nada que se señalarlesi lo hace con honor. Pero lo que no se perdona es no entregar todolo posible. Si Chávez no podía hacer nada más sobre el ring, sisu cuerpo no le obedecía, mala suerte para él, porque está vistoque nadie le soporta otra excusa. Pudo, en todo caso, poner la carapor delante y jugar la suerte final, echar el cuerpo encima comouna lápida, buscar un solo golpe milagroso que no buscó, o deperdis un gesto de rabia que nos mostrara que esa muerte deportivaque estaba sufriendo le importaba algo más que un rábano.

Su padre, pobre padre, me imagino que hoy todavía piensa quemejor hubiera sido no haber nacido. Imagínense, ser Chávez, elGran Campeón Mexicano y caminar por la vida observado, señalado ypreguntado: “¿Qué le pasó a tu hijo?” En su rostro vimos,tras la pelea, una congoja incurable.

Su hijo no tuvo, no tiene lo que él soñaba.

El boxeo no es un deporte blando, ni una actividad paraindecisos, timoratos o indolentes. Sólo la fusión de cuerpo yalma en plenitud logra resultados extraordinarios en el ring. Elboxeador es el único hombre al que le pegan mientras trabaja.

Le volvimos a creer a Chávez. ¡Qué ilusión! Que estabapreparado como nunca, que buscaría la victoria y que casiseguramente la conseguiría. No hay en sus declaraciones depromoción del combate una sola expresión que se compadezca con loque fue su desempeño en el ring. Y el espectáculo de la esperadagran pelea, el asunto global, planetario, fue una pandemia detristeza y desencanto.

Cuando se habla más de lo necesario se dice más de loconveniente.

Toda lucha conlleva el deseo esencial de ganar. Si no se deseaganar, la lucha no tiene sentido. Es elemental porque si no fueraasí se consumaría el más perfecto de los contrasentidos: el deproponerse lograr algo haciendo mucho para no conseguirlo.

Ojalá que Julio César Chávez, el Junior, encuentre un caminoen su vida incierta. Ahora es blanco de críticas impiadosas, y hade creer que el mundo lo rechaza. El boxeo, sin embargo, le ha dadomuchas cosas, fama y dinero, y un lugar en el mundo donde a sus 31años puede enmendar y corregir. Fue feo lo del sábado pero muchoshombres se han redimido de peores desatinos.

Tiene que haber en este mundo algún remedio para su crisis defe. Su semblante dice que para él todo está signado por elparadójico triunfo del fracaso. Y el problema no es que así no sepuede boxear, es que así no se puede vivir.

Queda de la pelea la frustración y nada más.

Canelo ganó 88,236 dólares por golpe lanzado.

Canelo lo hizo bien, sin partenaire.

A Canelo le faltan dos cosas: una guerra y ganarle a ungrande.

POR  EDUARDO LAMAZÓN

En 1923 Jack Johnson fue bajado de un ring en La Habana porfalta de acción en una pelea. Jack Johnson es, con seguridad, unode los diez mejores peleadores de la historia.

Lo de Jack en aquel combate que refiero debe haber sido unamentada de madre, pero hay una diferencia importante con esta otramentada similar ahora protagonizada por Julio César Chávez Juniorel sábado: a la pelea de Johnson la vieron sólo 1,200personas.

El daño que hoy hace el fracaso de una superpromoción, esmonstruoso. Lastima al deporte, a los aficionados, a la industriade esta actividad y a decenas de miles de muchachos que viven o sesuperan o encuentran un destino en un boxeo sano y creíble.

Los reyes, los presidentes, los sacerdotes, los médicos, losarquitectos, los futbolistas, todos en esta vida tienen unaresponsabilidad. Chávez también la tenía, pero posiblemente nose hizo cargo. No hay nada a la vista que nos permita disculparleel valemadrismo de Las Vegas.

Fue fiel a su costumbre. Contra Maravilla Martínez, unavergüenza; contra Andrzej Fonfara, otra vergüenza; contra BrianVera, otra vergüenza. Ahora, un espectáculo obsceno de impericiay deshonor.

Le habíamos perdido la confianza, hace mucho, está dicho en micomentario anterior a la pelea en estas mismas páginas del ESTO.Pero la vida le daba con esta pelea una oportunidad última ygenerosa para reivindicar su pasado y construir su futuro.

Ya había sufrido el boxeo la explosión de una bomba con lamojiganga que escenificaron Floyd Mayweather y Manny Pacquiao hacedos años. Esto, lo del sábado, no era necesario.

La desilusión de la gente es una epidemia que corroe eluniverso de un deporte noble que tiene a cada paso ejemplos demejores actores en sus entrañas.

Es fácil encontrar exponentes de combatientes suicidas quedieron y dan aliento, sangre y sacrificio a sus peleas. Hubo laCanelo-Chávez, que fue un ácido desacuerdo, pero hubo también laSalido-Vargas que fue una joyita y un ejemplo de entrega de dosvalientes.

Sin embargo el enfado es tan grande que leyendo columnas yexpresiones de los fanáticos parece que en el boxeo todo fueratimo y corrupción.

Cualquier peleador puede perder, y no hay nada que se señalarlesi lo hace con honor. Pero lo que no se perdona es no entregar todolo posible. Si Chávez no podía hacer nada más sobre el ring, sisu cuerpo no le obedecía, mala suerte para él, porque está vistoque nadie le soporta otra excusa. Pudo, en todo caso, poner la carapor delante y jugar la suerte final, echar el cuerpo encima comouna lápida, buscar un solo golpe milagroso que no buscó, o deperdis un gesto de rabia que nos mostrara que esa muerte deportivaque estaba sufriendo le importaba algo más que un rábano.

Su padre, pobre padre, me imagino que hoy todavía piensa quemejor hubiera sido no haber nacido. Imagínense, ser Chávez, elGran Campeón Mexicano y caminar por la vida observado, señalado ypreguntado: “¿Qué le pasó a tu hijo?” En su rostro vimos,tras la pelea, una congoja incurable.

Su hijo no tuvo, no tiene lo que él soñaba.

El boxeo no es un deporte blando, ni una actividad paraindecisos, timoratos o indolentes. Sólo la fusión de cuerpo yalma en plenitud logra resultados extraordinarios en el ring. Elboxeador es el único hombre al que le pegan mientras trabaja.

Le volvimos a creer a Chávez. ¡Qué ilusión! Que estabapreparado como nunca, que buscaría la victoria y que casiseguramente la conseguiría. No hay en sus declaraciones depromoción del combate una sola expresión que se compadezca con loque fue su desempeño en el ring. Y el espectáculo de la esperadagran pelea, el asunto global, planetario, fue una pandemia detristeza y desencanto.

Cuando se habla más de lo necesario se dice más de loconveniente.

Toda lucha conlleva el deseo esencial de ganar. Si no se deseaganar, la lucha no tiene sentido. Es elemental porque si no fueraasí se consumaría el más perfecto de los contrasentidos: el deproponerse lograr algo haciendo mucho para no conseguirlo.

Ojalá que Julio César Chávez, el Junior, encuentre un caminoen su vida incierta. Ahora es blanco de críticas impiadosas, y hade creer que el mundo lo rechaza. El boxeo, sin embargo, le ha dadomuchas cosas, fama y dinero, y un lugar en el mundo donde a sus 31años puede enmendar y corregir. Fue feo lo del sábado pero muchoshombres se han redimido de peores desatinos.

Tiene que haber en este mundo algún remedio para su crisis defe. Su semblante dice que para él todo está signado por elparadójico triunfo del fracaso. Y el problema no es que así no sepuede boxear, es que así no se puede vivir.

Queda de la pelea la frustración y nada más.

Canelo ganó 88,236 dólares por golpe lanzado.

Canelo lo hizo bien, sin partenaire.

A Canelo le faltan dos cosas: una guerra y ganarle a ungrande.

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