Sara Arballo de Ortiz es originaria de Suaqui, un pueblo muy antiguo al igual que Batuc y Tepupa, los cuales se inundaron a principios de los años sesenta para dar paso a la presa Plutarco Elías Calles, y dejaron a cientos de familias sin hogar.
“Vivía a pocos metros del río, nos íbamos a lavar la ropa en las piedras, eso es lo que hacíamos aparte de los sombreros, así era la vida, para mi fue muy bonita porque en primer lugar tenía a mi mamá y era lo mejor, vivimos muy felices, muy pobres, pero muy felices”
Doña Sara recuerda con mucha nostalgia el tiempo que vivió ahí con su madre y hermanos, donde dice que fue muy feliz. A los 10 años dejó la primaria y comenzó a dedicarse a la elaboración de sombreros de palma para apoyar a su familia.
“En mi casa no había hombres, mi mamá no tenía esposo, mi hermana mayor hacía éste negocio y le ayudaba con el gasto, cuando se casó, yo me tuve que salir de la escuela para aprender a hacerlos, también trabajaba en la milpa cuando había siembra de ajo y cebolla, pero para mí ya no había más escuela, la escuela eran los sombreros”, manifestó Sara.
Cuando unió su vida en matrimonio con Víctor Ortiz, decidió viajar a la Ciudad del Sol para finalmente quedarse a vivir ahí, para buscar mejores oportunidades para su familia y seguir con su negocio.
“Cuando vine a Hermosillo, en mi casa me hicieron un lugar especial para seguir con los sombreros, era una cueva, ahí nos podíamos sentar para tejer porque la palma tiene que estar húmeda para trabajarse porque si no se quiebra, aquí tenía un conocido de Tepupa que les daba la forma y nosotros lo llevábamos”, agregó.
Asegura que así era la vida de todos los días, también aprovechaban los días lluviosos para hacerlos, tejían fuera de las casas porque la humedad facilita el trabajo.
“En ese tiempo era el único negocio que hacían las mujeres, a veces nos íbamos a la pizca pero por lo general trabajamos en sombreros y llegaban personas a comprarlos para revenderlos en otros lugares”, señaló la señora.
Entre dos o tres días le llevaba hacer un sombrero, todo dependía del tiempo que le dedicara, también compartió que su hermana en un día terminó una pieza pero la palma era más gruesa y era más fácil terminar.
A pesar de que dejó de tejer hace algunos años para Sara no había imposibles, haber aprendido desde pequeña le sirvió para no olvidar lo que comenzó a hacer por necesidad pero de corazón.
Finalmente en los años noventa dejó de hacerlo por su mayoría de edad y para dedicar su tiempo a su familia, hijos, nietos y bisnietos. Actualmente tiene 82 años de edad y 58 años con su pareja.