/ lunes 11 de diciembre de 2017

Devoción a la Morenita del Tepeyac

Los fieles caminan al Cerro de la Virgen de Guadalupe con nadamás que un puñado de mandas en su cabeza y, quizás, una botellade agua en la mano que les brindó algún buen samaritano queencontraron en el sendero al costado de la carretera a Guaymas.

En el kilómetro 15 de dicho camino puede divisarse la pinturade la santa patrona que Guillermo Jordán Engberg plasmara en rocaen 1957, como una bendición a los viajeros y paisanos que seinternarán en el Sur de la entidad.

Los puestos de comida, artesanías y juegos mecánicos fuerondesplegados en el claro de flora desértica a las faldas del cerro,por lo que un aroma entremezclado de frituras y carne asada invadeel ambiente.

Bajo la capa de nubes que generosamente cubría el Sol, lasescaleras al altar se miran como una serpiente contorsionadadispuesta a envenenar, por ello los primeros 88 escalones hasta elprimer descanso ofrecen un recordatorio terrible de la pésimacondición física del sonorense promedio.

“Nuestros fieles expresan con gestos muy sencillos de ircaminando, estar en una misa, ofrecerle a nuestra señora algunaofrenda floral, alguna limosna, es una manera en como el ser humanole dice a la Virgen María: te amamos, señora nuestra: eres lamadre del verdadero dios por quien se vive”, expuso sobre estedía el arzobispo de Hermosillo, Ruy Rendón Leal.

Escalones más arriba, las mandas aparecen como mosaicosincrustados en el cerro, mensajes en agradecimiento por hijos queregresaron de un viaje prolongado; por haber conseguido la anheladaciudadanía americana o incluso por poder fumar mariguana.

Más de 180 angustiosos escalones hasta el final de laescalinata, se despliega la estoica imagen de la Virgen en un altarde 12 metros de altura y 3 de ancho; debajo la túnica adherida ala roca, se pueden apreciar numerosas velas dejadas por los fielesquienes dedican un momento en alabar a la susodicha.

En la cima del cerro puede sentirse una tranquilidad prodigiosa,exacerbada por el voto de silencio que predomina entre losfeligreses que ofrecen sus plegarias a la imagen de la granpatrona, antes de descender por el cerro.

Más cerca del cielo, la familia Molina Velázquez, que selevantó desde las 6:00 horas y emprendieron camino a pie desde suhogar en El Tronconal, en la carretera a Ures, hasta el recinto dela Virgen, donde después de casi seis horas de trayecto pudieronofrecer sus mandas.

Los fieles caminan al Cerro de la Virgen de Guadalupe con nadamás que un puñado de mandas en su cabeza y, quizás, una botellade agua en la mano que les brindó algún buen samaritano queencontraron en el sendero al costado de la carretera a Guaymas.

En el kilómetro 15 de dicho camino puede divisarse la pinturade la santa patrona que Guillermo Jordán Engberg plasmara en rocaen 1957, como una bendición a los viajeros y paisanos que seinternarán en el Sur de la entidad.

Los puestos de comida, artesanías y juegos mecánicos fuerondesplegados en el claro de flora desértica a las faldas del cerro,por lo que un aroma entremezclado de frituras y carne asada invadeel ambiente.

Bajo la capa de nubes que generosamente cubría el Sol, lasescaleras al altar se miran como una serpiente contorsionadadispuesta a envenenar, por ello los primeros 88 escalones hasta elprimer descanso ofrecen un recordatorio terrible de la pésimacondición física del sonorense promedio.

“Nuestros fieles expresan con gestos muy sencillos de ircaminando, estar en una misa, ofrecerle a nuestra señora algunaofrenda floral, alguna limosna, es una manera en como el ser humanole dice a la Virgen María: te amamos, señora nuestra: eres lamadre del verdadero dios por quien se vive”, expuso sobre estedía el arzobispo de Hermosillo, Ruy Rendón Leal.

Escalones más arriba, las mandas aparecen como mosaicosincrustados en el cerro, mensajes en agradecimiento por hijos queregresaron de un viaje prolongado; por haber conseguido la anheladaciudadanía americana o incluso por poder fumar mariguana.

Más de 180 angustiosos escalones hasta el final de laescalinata, se despliega la estoica imagen de la Virgen en un altarde 12 metros de altura y 3 de ancho; debajo la túnica adherida ala roca, se pueden apreciar numerosas velas dejadas por los fielesquienes dedican un momento en alabar a la susodicha.

En la cima del cerro puede sentirse una tranquilidad prodigiosa,exacerbada por el voto de silencio que predomina entre losfeligreses que ofrecen sus plegarias a la imagen de la granpatrona, antes de descender por el cerro.

Más cerca del cielo, la familia Molina Velázquez, que selevantó desde las 6:00 horas y emprendieron camino a pie desde suhogar en El Tronconal, en la carretera a Ures, hasta el recinto dela Virgen, donde después de casi seis horas de trayecto pudieronofrecer sus mandas.

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