/ domingo 28 de febrero de 2021

Domingo de reflexión | II Domingo de Cuaresma

“Este es mi Hijo amado; escúchenlo”

Génesis 22,1-2.9-13.15-18

Romanos 8,31-34

Marcos 9,2-10

El evangelio del domingo pasado trató, entre otras cosas, de cómo “el Espíritu impulsó a Jesús a retirarse al desierto, donde permaneció cuarenta días y fue tentado por Satanás”. El Señor, ahora, sube a un monte alto acompañado de tres de sus discípulos. En este monte sucede un hecho extraordinario que conviene reflexionar.

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El primer aspecto a considerar es el significado que tiene “el monte alto” en la Sagrada Escritura. De ordinario, Dios se manifiesta, se revela, se da a conocer, en un sitio elevado: un monte, una montaña. En este sentido podemos decir que Jesús sube al monte para encontrarse con su Padre Dios, para participar de una manifestación divina. El monte es, pues, símbolo de la revelación de Dios. Nosotros en esta Cuaresma requerimos también subir al monte para encontrarnos con el Señor y disfrutar de su compañía. Hagamos el propósito de participar en retiros o ejercicios espirituales, tiempos de reflexión; tanta falta nos hacen hoy en día.

El Señor en el monte se transfigura en presencia de sus discípulos. Fue sin duda “una probadita” de su gloria como Hijo de Dios. Pedro llega a expresar la felicidad, el gozo, y, a la vez, el temor que les embargaba: “Maestro, ¡qué a gusto estamos aquí! Hagamos tres chozas…”. En medio de nuestros sufrimientos y pruebas de la vida, no olvidemos que la gloria de Dios será la meta de nuestro caminar aquí en la tierra. Animémonos, mutuamente, pensando que un día disfrutaremos por siempre de la presencia gloriosa de la Trinidad Santa.

La voz del Padre se deja oír en medio de la nube que en ese momento los cubre con su sombra. Dios presenta a su amado Hijo, expresando, además, un imperativo muy claro a manera de invitación: “Este es mi Hijo amado; escúchenlo”. Escuchar a Jesús deberá ser para cada uno de nosotros una tarea permanente a lo largo de esta Cuaresma. Más que oír tanto ruido que nos invade y nos distrae, ¡escuchemos al Señor!, démonos tiempo para leer, escuchar y meditar su Palabra.

Jesús, al bajar de la montaña, pide a sus discípulos que no cuenten lo que han visto, hasta que él resucite de entre los muertos. La expresión “resucitar de entre los muertos”, colocada al final de este relato, nos recuerda que el camino que nos conduce a la resurrección, a la vida eterna, a la gloria de Dios, pasa antes por el sufrimiento, la cruz y la muerte. No nos desesperemos ante la cruz de cada día; ella forma parte de nuestra condición humana. Recordemos siempre al Maestro, quien antes de entrar en su gloria atravesó el camino de la pasión y muerte.

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Le pedimos al Señor en la eucaristía de este segundo domingo de Cuaresma, que no olvidemos nunca que la pasión es el camino de la resurrección. Amén.

¡Que tengan un excelente domingo!

Monseñor Ruy Rendón Leal. Arzobispo de Hermosillo.

“Este es mi Hijo amado; escúchenlo”

Génesis 22,1-2.9-13.15-18

Romanos 8,31-34

Marcos 9,2-10

El evangelio del domingo pasado trató, entre otras cosas, de cómo “el Espíritu impulsó a Jesús a retirarse al desierto, donde permaneció cuarenta días y fue tentado por Satanás”. El Señor, ahora, sube a un monte alto acompañado de tres de sus discípulos. En este monte sucede un hecho extraordinario que conviene reflexionar.

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El primer aspecto a considerar es el significado que tiene “el monte alto” en la Sagrada Escritura. De ordinario, Dios se manifiesta, se revela, se da a conocer, en un sitio elevado: un monte, una montaña. En este sentido podemos decir que Jesús sube al monte para encontrarse con su Padre Dios, para participar de una manifestación divina. El monte es, pues, símbolo de la revelación de Dios. Nosotros en esta Cuaresma requerimos también subir al monte para encontrarnos con el Señor y disfrutar de su compañía. Hagamos el propósito de participar en retiros o ejercicios espirituales, tiempos de reflexión; tanta falta nos hacen hoy en día.

El Señor en el monte se transfigura en presencia de sus discípulos. Fue sin duda “una probadita” de su gloria como Hijo de Dios. Pedro llega a expresar la felicidad, el gozo, y, a la vez, el temor que les embargaba: “Maestro, ¡qué a gusto estamos aquí! Hagamos tres chozas…”. En medio de nuestros sufrimientos y pruebas de la vida, no olvidemos que la gloria de Dios será la meta de nuestro caminar aquí en la tierra. Animémonos, mutuamente, pensando que un día disfrutaremos por siempre de la presencia gloriosa de la Trinidad Santa.

La voz del Padre se deja oír en medio de la nube que en ese momento los cubre con su sombra. Dios presenta a su amado Hijo, expresando, además, un imperativo muy claro a manera de invitación: “Este es mi Hijo amado; escúchenlo”. Escuchar a Jesús deberá ser para cada uno de nosotros una tarea permanente a lo largo de esta Cuaresma. Más que oír tanto ruido que nos invade y nos distrae, ¡escuchemos al Señor!, démonos tiempo para leer, escuchar y meditar su Palabra.

Jesús, al bajar de la montaña, pide a sus discípulos que no cuenten lo que han visto, hasta que él resucite de entre los muertos. La expresión “resucitar de entre los muertos”, colocada al final de este relato, nos recuerda que el camino que nos conduce a la resurrección, a la vida eterna, a la gloria de Dios, pasa antes por el sufrimiento, la cruz y la muerte. No nos desesperemos ante la cruz de cada día; ella forma parte de nuestra condición humana. Recordemos siempre al Maestro, quien antes de entrar en su gloria atravesó el camino de la pasión y muerte.

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Le pedimos al Señor en la eucaristía de este segundo domingo de Cuaresma, que no olvidemos nunca que la pasión es el camino de la resurrección. Amén.

¡Que tengan un excelente domingo!

Monseñor Ruy Rendón Leal. Arzobispo de Hermosillo.

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