/ sábado 17 de agosto de 2019

Mi gusto es… (O la otra mirada)

La gente buena no siempre te hace el bien sobre todo si son acomedidos.

Para que me entiendan a que me refiero le contaré de esa tía que tuve la cual una vez estuvo a punto de matarme, teniendo yo apenas nueve años, no porque ella fuera una psicópata o asesina serial ni mucho menos sino porque quería quitarme unos males que a esa edad me aquejaban y sin decir agua va, me zambutió en la boca media cucharada de nuez moscada y a punto estuve de ahogarme.

Es decir, mi tía era bienintencionada pero sus iniciativas significaban un riesgo.

Por eso digo que la gente buena no siempre te hace el bien.

Ellos quieren ayudar y lo intentan, pero el resultado hace que el destinatario de su bondad termine odiándolo o al menos recriminándolo severamente.

Yo no le dije nada a mi tía, nomás lo pensé.

Pero en otros casos, el afectado enardece y el que quiso ser bueno queda como el malo mientras el desvalido al que se le quiso ayudar, se exhibe como lo peorcito.

En el fondo buscan satisfacer con su generosidad al prójimo, a fin de que éste no batalle y/o resuelva su problema de inmediato. Pero a veces aquello se vuelve todo lo contrario.

Ayer mismo una voluntariosa señora le echó la mano a otra que no podía usar su tarjeta en un cajero automático. Y al principio todos los presentes le aplaudidmos y la propia desvalida le dio la gracia. Sólo que de pronto algo pasó y el cajero se tragó la tarjeta. La beneficiada se fue sin su dinero y la muy servicial salió entre piernas llena de vergüenza. Los presentes nos quedamos pensando mil cosas como yo lo hice en aquella ocasión con mi tía.

Pero sin duda, el más representativo de mi teoría “la gente buena no siempre te hace el bien”, es Don Chuy. Él es un hombre bonachón y con una iniciativa para socorrer al prójimo que parece franciscano. No obstante, las consecuencias de sus actos son, por decir lo menos, deficitarias.

Un inventario aquí, seria terminable y el espacio ya se me acabó. Sólo les digo que jamás pudo sacar ese peine que se metió en el sillón de la sala por una rendija del respaldo. Tampoco ha podido restaurar el sillón ni ha logrado que su esposa olvide desde entonces lo ocurrido.

Pero, como yo a mi tía, ya no le dice nada. Nomás lo piensa.

La gente buena no siempre te hace el bien sobre todo si son acomedidos.

Para que me entiendan a que me refiero le contaré de esa tía que tuve la cual una vez estuvo a punto de matarme, teniendo yo apenas nueve años, no porque ella fuera una psicópata o asesina serial ni mucho menos sino porque quería quitarme unos males que a esa edad me aquejaban y sin decir agua va, me zambutió en la boca media cucharada de nuez moscada y a punto estuve de ahogarme.

Es decir, mi tía era bienintencionada pero sus iniciativas significaban un riesgo.

Por eso digo que la gente buena no siempre te hace el bien.

Ellos quieren ayudar y lo intentan, pero el resultado hace que el destinatario de su bondad termine odiándolo o al menos recriminándolo severamente.

Yo no le dije nada a mi tía, nomás lo pensé.

Pero en otros casos, el afectado enardece y el que quiso ser bueno queda como el malo mientras el desvalido al que se le quiso ayudar, se exhibe como lo peorcito.

En el fondo buscan satisfacer con su generosidad al prójimo, a fin de que éste no batalle y/o resuelva su problema de inmediato. Pero a veces aquello se vuelve todo lo contrario.

Ayer mismo una voluntariosa señora le echó la mano a otra que no podía usar su tarjeta en un cajero automático. Y al principio todos los presentes le aplaudidmos y la propia desvalida le dio la gracia. Sólo que de pronto algo pasó y el cajero se tragó la tarjeta. La beneficiada se fue sin su dinero y la muy servicial salió entre piernas llena de vergüenza. Los presentes nos quedamos pensando mil cosas como yo lo hice en aquella ocasión con mi tía.

Pero sin duda, el más representativo de mi teoría “la gente buena no siempre te hace el bien”, es Don Chuy. Él es un hombre bonachón y con una iniciativa para socorrer al prójimo que parece franciscano. No obstante, las consecuencias de sus actos son, por decir lo menos, deficitarias.

Un inventario aquí, seria terminable y el espacio ya se me acabó. Sólo les digo que jamás pudo sacar ese peine que se metió en el sillón de la sala por una rendija del respaldo. Tampoco ha podido restaurar el sillón ni ha logrado que su esposa olvide desde entonces lo ocurrido.

Pero, como yo a mi tía, ya no le dice nada. Nomás lo piensa.

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