/ martes 7 de mayo de 2024

Un ciudadano pensó | Aquello que llamamos aprendizaje de vida

La vida es una mierda… Dicen algunas personas. Otros, dicen “la vida es bella”, etcétera. Como dice el dicho, cada quien habla, como le va en la feria. Pero ¿Alguna vez te hiciste una regresión? Recién tuve esa experiencia. En lo personal nunca he tenido la duda de que la vida sigue después de que dejamos el cuerpo, después de desencarnar. Prefiero esta expresión a decir morir, digo, en la concepción de final ya que no lo es… desde mi percepción.

Fue muy interesante mi experiencia de tener mi regresión, pero fue mucho más interesante lo que reflexioné después… Les platico.

Me voy a brincar el proceso de concentración relajación y la guía con la que mi amiga Betty me llevó a internarme en mí, para no hacer muy larga la narración. Estaba relajado casi dormido, casi despierto. Mi cuerpo parecía mezclarse o integrarse al colchón y sobrecama, cuando dejé la habitación y me sentí como un bebé de seis meses. Me sentía protegido y amado… Veía la figura de mi padre, pero sin ver detalle, solo la silueta. No sé cómo, pero sabía que era mi padre. Estaba en brazos de mi madre y de igual manera sabía que era mi madre. Sentía paz en aquel lugar que no podía distinguir. No pasaba nada, solo estábamos ahí. Brinco a otra etapa de mi “otra vida”… Estoy en una pequeña parcela, es de la familia, estoy con mi padre y en ese momento, tengo seis años. Es medio día estoy muy cansado y adolorido, nos levantamos de madrugada antes de que saliera el sol y desde ese momento hasta que se meta el sol, estaremos mi padre y yo labrando la tierra preparándola para sembrar. ¿Cómo soy? Y miro hacia el suelo y veo mis pies muy rudos, en muy mala apariencia y mi piel es muy morena, calzando unos huaraches de cuero muy viejos y muy grandes para mis pies… Eran de mi padre, me los pasó, yo no tenía calzado. El pantalón que vestía era de manta, igual que la camisa… Y se me vino a la mente. Yo era un indígena y sentía que era del sur o sureste de México, la época, después de la independencia y mucho antes de la revolución. No sabía que año era, nadie me lo había dicho. Me causó muchísima sorpresa saber que fui un indígena. Tenía expectativas… Muy diferentes.

Brinco de nuevo a otra etapa, tengo doce años, me llamo Manuel y estoy en una enorme plantación de caña, somos muchos los que “trabajamos” ahí, son condiciones de esclavitud, nos azotan casi todos los días y con cualquier pretexto. No veo las acciones solo una imagen general del lugar y de quienes estamos ahí, pero si siento, siento la rabia, el cansancio, las ganas de gritar… Todo se resume a una sola palabra: Impotencia, una impotencia que te desgarra el alma por que no puedes expresarla. Ni siquiera nos preguntamos porque, así es la vida, no hay de otra… Como duele la vida.

De nuevo brinco a otro tiempo de la misma vida… Estoy corriendo por el monte, siento el corazón que se me sale por la boca, vengo jalando a otro niño. Tengo 14 años, el tiene 12 y estamos huyendo de la plantación. Yo estoy harto de la plantación y estoy ayudándolo a él a escapar. No quiero que pase por lo mismo que yo. Es de noche apenas vemos con la luz de la luna, nos internamos en el monte y huimos.

Estoy ahora en mis 17 años y noto un machete en mi mano izquierda y un viejo rifle en la mano derecha, pero sé que de nada sirve. Estoy rodeado de otros, estamos acechando la casa grande de la plantación, somos como cincuenta. siento la misma rabia, siento el odio, las mismas ganas de gritar y estamos a punto de desatar la rabia contenida y que se desborda… No vi la acción del ataque a los hacendados, solo sé que el rifle no tuvo acción, pero el machete se dio vuelo. No vi lo que hicimos, solo sé que maté y no los conté, no sabía contar, ni leer ni escribir. Llegaron unos soldados y nos están acabando corremos de vuelta al monte, algunos van heridos, creo que no la van a hacer. Logramos escapar.

Estas fueron las etapas aparentemente más relevantes de esa vida… Manuel, Yo, viví mucho tiempo, no quise nunca unirme a nadie, ósea no tuve pareja, la soledad fue la característica principal del resto de la vida de Manuel, a lo 81 años vivía en una ranchería, los vecinos me tenían adoptado, me sentía querido y los niños de la ranchería eran mi felicidad, los bromeaba, les contaba historias que inventaba, los cuidaba… Había un niño que era mi consentido, lo reconocí por que en esta vida es mi hijo Gustavo, al parecer en esa vida, él fue la única persona que conocía de la actual vida y que estaba en el final de esa vida de Manuel.

De nuevo brinco a otro tiempo de esa vida y tengo 83 años, estoy el porche de la cabaña o choza en la que vivía en la ranchería, estoy recargado en el barandal de madera vieja. Me duele el pecho de forma punzante y aguda, el dolor pareciera moverse a mi brazo izquierdo y de mi brazo de nuevo a mi pecho, como alternándose. Se vuelve insoportable y caigo sobre mis rodillas aferrándome al barandal, pero de pronto dejo de sentir el dolor y me veo hincado aferrado a la baranda, estoy fuera de Manuel… Se suelta y cae al suelo de tierra. Todo se vuelve blanco. Yo me estoy preguntando si toda esta historia fue un invento de mi mente, me siento incomodo y rompo la concentración.

Para Manuel (Que nunca supe su apellido) la vida era una mierda, pero para Gustavo la vida es bella… Dicen que nuestro espíritu viene a vivir muchas y diferentes vidas para ganar consciencia, curiosamente la palabra que surge en mi cabeza es perspectiva. Aunque nos borran la memoria al llegar a este mundo, lo que se integra o se nos tatúa en nuestro espíritu, son esas experiencias que viviste con conciencia. Sentir la rabia y la impotencia de Manuel, me recuerda el porque no soporto las injusticias… Pero sobre todo, me enseñó humildad.

Cuando nos vamos de la vida de turno, dejamos el ego atrás junto con los logros materiales logrados, pero sólo nos llevamos aquella experiencia vivida en conciencia, es decir valorada, apreciada, entendida… Aquello que llamamos aprendizaje de vida. 1CP

La vida es una mierda… Dicen algunas personas. Otros, dicen “la vida es bella”, etcétera. Como dice el dicho, cada quien habla, como le va en la feria. Pero ¿Alguna vez te hiciste una regresión? Recién tuve esa experiencia. En lo personal nunca he tenido la duda de que la vida sigue después de que dejamos el cuerpo, después de desencarnar. Prefiero esta expresión a decir morir, digo, en la concepción de final ya que no lo es… desde mi percepción.

Fue muy interesante mi experiencia de tener mi regresión, pero fue mucho más interesante lo que reflexioné después… Les platico.

Me voy a brincar el proceso de concentración relajación y la guía con la que mi amiga Betty me llevó a internarme en mí, para no hacer muy larga la narración. Estaba relajado casi dormido, casi despierto. Mi cuerpo parecía mezclarse o integrarse al colchón y sobrecama, cuando dejé la habitación y me sentí como un bebé de seis meses. Me sentía protegido y amado… Veía la figura de mi padre, pero sin ver detalle, solo la silueta. No sé cómo, pero sabía que era mi padre. Estaba en brazos de mi madre y de igual manera sabía que era mi madre. Sentía paz en aquel lugar que no podía distinguir. No pasaba nada, solo estábamos ahí. Brinco a otra etapa de mi “otra vida”… Estoy en una pequeña parcela, es de la familia, estoy con mi padre y en ese momento, tengo seis años. Es medio día estoy muy cansado y adolorido, nos levantamos de madrugada antes de que saliera el sol y desde ese momento hasta que se meta el sol, estaremos mi padre y yo labrando la tierra preparándola para sembrar. ¿Cómo soy? Y miro hacia el suelo y veo mis pies muy rudos, en muy mala apariencia y mi piel es muy morena, calzando unos huaraches de cuero muy viejos y muy grandes para mis pies… Eran de mi padre, me los pasó, yo no tenía calzado. El pantalón que vestía era de manta, igual que la camisa… Y se me vino a la mente. Yo era un indígena y sentía que era del sur o sureste de México, la época, después de la independencia y mucho antes de la revolución. No sabía que año era, nadie me lo había dicho. Me causó muchísima sorpresa saber que fui un indígena. Tenía expectativas… Muy diferentes.

Brinco de nuevo a otra etapa, tengo doce años, me llamo Manuel y estoy en una enorme plantación de caña, somos muchos los que “trabajamos” ahí, son condiciones de esclavitud, nos azotan casi todos los días y con cualquier pretexto. No veo las acciones solo una imagen general del lugar y de quienes estamos ahí, pero si siento, siento la rabia, el cansancio, las ganas de gritar… Todo se resume a una sola palabra: Impotencia, una impotencia que te desgarra el alma por que no puedes expresarla. Ni siquiera nos preguntamos porque, así es la vida, no hay de otra… Como duele la vida.

De nuevo brinco a otro tiempo de la misma vida… Estoy corriendo por el monte, siento el corazón que se me sale por la boca, vengo jalando a otro niño. Tengo 14 años, el tiene 12 y estamos huyendo de la plantación. Yo estoy harto de la plantación y estoy ayudándolo a él a escapar. No quiero que pase por lo mismo que yo. Es de noche apenas vemos con la luz de la luna, nos internamos en el monte y huimos.

Estoy ahora en mis 17 años y noto un machete en mi mano izquierda y un viejo rifle en la mano derecha, pero sé que de nada sirve. Estoy rodeado de otros, estamos acechando la casa grande de la plantación, somos como cincuenta. siento la misma rabia, siento el odio, las mismas ganas de gritar y estamos a punto de desatar la rabia contenida y que se desborda… No vi la acción del ataque a los hacendados, solo sé que el rifle no tuvo acción, pero el machete se dio vuelo. No vi lo que hicimos, solo sé que maté y no los conté, no sabía contar, ni leer ni escribir. Llegaron unos soldados y nos están acabando corremos de vuelta al monte, algunos van heridos, creo que no la van a hacer. Logramos escapar.

Estas fueron las etapas aparentemente más relevantes de esa vida… Manuel, Yo, viví mucho tiempo, no quise nunca unirme a nadie, ósea no tuve pareja, la soledad fue la característica principal del resto de la vida de Manuel, a lo 81 años vivía en una ranchería, los vecinos me tenían adoptado, me sentía querido y los niños de la ranchería eran mi felicidad, los bromeaba, les contaba historias que inventaba, los cuidaba… Había un niño que era mi consentido, lo reconocí por que en esta vida es mi hijo Gustavo, al parecer en esa vida, él fue la única persona que conocía de la actual vida y que estaba en el final de esa vida de Manuel.

De nuevo brinco a otro tiempo de esa vida y tengo 83 años, estoy el porche de la cabaña o choza en la que vivía en la ranchería, estoy recargado en el barandal de madera vieja. Me duele el pecho de forma punzante y aguda, el dolor pareciera moverse a mi brazo izquierdo y de mi brazo de nuevo a mi pecho, como alternándose. Se vuelve insoportable y caigo sobre mis rodillas aferrándome al barandal, pero de pronto dejo de sentir el dolor y me veo hincado aferrado a la baranda, estoy fuera de Manuel… Se suelta y cae al suelo de tierra. Todo se vuelve blanco. Yo me estoy preguntando si toda esta historia fue un invento de mi mente, me siento incomodo y rompo la concentración.

Para Manuel (Que nunca supe su apellido) la vida era una mierda, pero para Gustavo la vida es bella… Dicen que nuestro espíritu viene a vivir muchas y diferentes vidas para ganar consciencia, curiosamente la palabra que surge en mi cabeza es perspectiva. Aunque nos borran la memoria al llegar a este mundo, lo que se integra o se nos tatúa en nuestro espíritu, son esas experiencias que viviste con conciencia. Sentir la rabia y la impotencia de Manuel, me recuerda el porque no soporto las injusticias… Pero sobre todo, me enseñó humildad.

Cuando nos vamos de la vida de turno, dejamos el ego atrás junto con los logros materiales logrados, pero sólo nos llevamos aquella experiencia vivida en conciencia, es decir valorada, apreciada, entendida… Aquello que llamamos aprendizaje de vida. 1CP