/ domingo 14 de abril de 2024

Paréntesis | Reseña: Galería de instantes, de Laura Delia Quintero

“En este libro de Laura Delia llegaron a vivir palabras que no se conocían entre ellas, palabras, otras, que apenas en su poema nacieron, de su necesidad decidora, que sólo pueden habitar en esta galería”: Josefa Isabel Rojas sobre Galería de instantes, de Laura Delia Quintero

Hace algún tiempo, en un ocioso domingo según creo recordar, en la televisión miré con gusto (como siempre que lo veo) a Ismael Mercado Andrews. Hablaba de su experiencia como lector. Decía, entre otras cosas, que cuando lee -y aquí aclaró que las primeras veces creyó que se estaba volviendo loco- oye la voz del escritor adentro de su cabeza. Yo dije, sin temer pasar por loca, sí, sí, tienes razón, emocionada, como si Ismael pudiera verme, porque a mí lo mismo me sucede. No siempre, ni con todos los autores pero si leo a Laura Delia, claramente escucho su voz hablando adentro de mí, me di cuenta de eso con certeza cuando leí los pasajes autobiográficos suyos que aparecen en el libro Las grietas del olvido, oírla decir su vida de niña fue algo muy especial e inolvidable.

Lee también: Paréntesis | Reseña: Lengua dormida, de Franco Félix

Galería de Instantes. Leí este libro rápidamente una primera vez y luego dosifiqué los tiempos para distinguir todo aquello que la primera lectura me dejó y que aún no podía discernir.

Quise abarcar el libro desde su título y es tan rico el significado, porque va desde lo obvio que sería considerar a la Galería como una habitación espaciosa, con ventanas, o sin ellas, que sirve para pasear o para colocar en ella cuadros, adornos y otros objetos y poder, así, verlos. También, y esta posibilidad semántica me conmueve, una galería es un camino subterráneo que se hace en las minas para descanso, ventilación, comunicación y desagüe. Por último, podemos considerar que la galería, ya que todo libro es un barco, un tren, un caballo, sea un espacio de popa a proa en medio de la cubierta. Ya sabemos que la literatura es viaje. En éste viajamos a través de lo que Laura Delia llama Instantes.

Lo primero que hay que destacar es que en esta colección de poemas –instantes- es que sus palabras existen, toman cuerpo, se hacen de forma luego de que son dichas, y son otros los verbos, casi puedo asegurar aunque no soy tan temeraria, que podemos oler las palabras, picarles el ombligo, acariciar sus dedos, peinar su lastimado cabello, como no diría Cortázar, de seguro. Sus palabras tienen tierra, cara, casa, peso, tamaño y forma, lugar y espacio.

En este discurso poético hay la preocupación del Cuándo y el Dónde. Constantemente nos topamos con la deleitación por definirlos o el dolor de no conocerlos. La poeta nos explica, ella se pregunta y nos pregunta, como si pudiéramos, lectores que somos, contestar. A veces es su palabra una interrogación a oscuras que busca saber cuándo pasaron los tiempos, y dónde está todo el espacio.

Así navegamos en las plegarias que son sus poemas y pasamos primero por la galería a cielo abierto que nos muestra una muy notoria consistencia y materia: humedecidas letras, poemas sembrados, regados, recogidos, cosechados en el liquen, arrullados en el fruto, en el musgo, con las hojas, en el árbol en la flor y en el perfume.

Luego tenemos la galería subterránea del desamor, el desconsuelo y la revancha, más oscura pero con minerales que seducen en lo profundo y entre bofetadas sutiles y muertes amorosas, Laura Delia nos muestra los instantes de dolor y el amor, cuánto, que es necesario para rebasarlos. **

Este libro es un lugar, así como antes quise decirlo, y como Laura Delia tan bien lo dice, una galería, un sitio poblado de puentes elaborados con palabras, un túnel, un espacio abierto… Y puentes construidos de palabras. ***

Puedo afirmar (que tampoco es que crea yo que mi afirmación valga tanto, aunque la hago desde mi experiencia lectora, indisciplinada y oscura, pero también de años), que en este libro de Laura Delia llegaron a vivir palabras que no se conocían entre ellas, palabras, otras, que apenas en su poema nacieron, de su necesidad decidora, que sólo pueden habitar en esta galería. Descubrí con gozo que su ritmo devora (hay que gozar leyendo en voz alta) y nos envuelve, la riqueza del lenguaje es sorpresiva ancla, nos impregnamos de alborozo y no nos damos cuenta cuándo ni cómo. Con todos los temas tratados y las diversas tonalidades (enamorado irónico cruel humor negro dolido cansado iracundo) a veces hasta opuestas pero siempre unidas por el especial uso del lenguaje (Verbos inusuales / adjetivos insólitos / adverbios disolutos).

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Somos piedra en el arroyo de su poema, cuando lo leemos y ella, adentro de nosotros, nos da su voz para aprehenderlo.

Y nos vamos de la galería paladeando un maravilloso sabor a cimitarra.

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Hace algún tiempo, en un ocioso domingo según creo recordar, en la televisión miré con gusto (como siempre que lo veo) a Ismael Mercado Andrews. Hablaba de su experiencia como lector. Decía, entre otras cosas, que cuando lee -y aquí aclaró que las primeras veces creyó que se estaba volviendo loco- oye la voz del escritor adentro de su cabeza. Yo dije, sin temer pasar por loca, sí, sí, tienes razón, emocionada, como si Ismael pudiera verme, porque a mí lo mismo me sucede. No siempre, ni con todos los autores pero si leo a Laura Delia, claramente escucho su voz hablando adentro de mí, me di cuenta de eso con certeza cuando leí los pasajes autobiográficos suyos que aparecen en el libro Las grietas del olvido, oírla decir su vida de niña fue algo muy especial e inolvidable.

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Galería de Instantes. Leí este libro rápidamente una primera vez y luego dosifiqué los tiempos para distinguir todo aquello que la primera lectura me dejó y que aún no podía discernir.

Quise abarcar el libro desde su título y es tan rico el significado, porque va desde lo obvio que sería considerar a la Galería como una habitación espaciosa, con ventanas, o sin ellas, que sirve para pasear o para colocar en ella cuadros, adornos y otros objetos y poder, así, verlos. También, y esta posibilidad semántica me conmueve, una galería es un camino subterráneo que se hace en las minas para descanso, ventilación, comunicación y desagüe. Por último, podemos considerar que la galería, ya que todo libro es un barco, un tren, un caballo, sea un espacio de popa a proa en medio de la cubierta. Ya sabemos que la literatura es viaje. En éste viajamos a través de lo que Laura Delia llama Instantes.

Lo primero que hay que destacar es que en esta colección de poemas –instantes- es que sus palabras existen, toman cuerpo, se hacen de forma luego de que son dichas, y son otros los verbos, casi puedo asegurar aunque no soy tan temeraria, que podemos oler las palabras, picarles el ombligo, acariciar sus dedos, peinar su lastimado cabello, como no diría Cortázar, de seguro. Sus palabras tienen tierra, cara, casa, peso, tamaño y forma, lugar y espacio.

En este discurso poético hay la preocupación del Cuándo y el Dónde. Constantemente nos topamos con la deleitación por definirlos o el dolor de no conocerlos. La poeta nos explica, ella se pregunta y nos pregunta, como si pudiéramos, lectores que somos, contestar. A veces es su palabra una interrogación a oscuras que busca saber cuándo pasaron los tiempos, y dónde está todo el espacio.

Así navegamos en las plegarias que son sus poemas y pasamos primero por la galería a cielo abierto que nos muestra una muy notoria consistencia y materia: humedecidas letras, poemas sembrados, regados, recogidos, cosechados en el liquen, arrullados en el fruto, en el musgo, con las hojas, en el árbol en la flor y en el perfume.

Luego tenemos la galería subterránea del desamor, el desconsuelo y la revancha, más oscura pero con minerales que seducen en lo profundo y entre bofetadas sutiles y muertes amorosas, Laura Delia nos muestra los instantes de dolor y el amor, cuánto, que es necesario para rebasarlos. **

Este libro es un lugar, así como antes quise decirlo, y como Laura Delia tan bien lo dice, una galería, un sitio poblado de puentes elaborados con palabras, un túnel, un espacio abierto… Y puentes construidos de palabras. ***

Puedo afirmar (que tampoco es que crea yo que mi afirmación valga tanto, aunque la hago desde mi experiencia lectora, indisciplinada y oscura, pero también de años), que en este libro de Laura Delia llegaron a vivir palabras que no se conocían entre ellas, palabras, otras, que apenas en su poema nacieron, de su necesidad decidora, que sólo pueden habitar en esta galería. Descubrí con gozo que su ritmo devora (hay que gozar leyendo en voz alta) y nos envuelve, la riqueza del lenguaje es sorpresiva ancla, nos impregnamos de alborozo y no nos damos cuenta cuándo ni cómo. Con todos los temas tratados y las diversas tonalidades (enamorado irónico cruel humor negro dolido cansado iracundo) a veces hasta opuestas pero siempre unidas por el especial uso del lenguaje (Verbos inusuales / adjetivos insólitos / adverbios disolutos).

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Somos piedra en el arroyo de su poema, cuando lo leemos y ella, adentro de nosotros, nos da su voz para aprehenderlo.

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