Una de las partes temibles de la historia humana han sido las cosas aterradoras que se han podido hacer en nombre del entretenimiento, especialmente sobre otras personas.
Aunque no lo creas, tal cómo hoy puedes ir al zoológico de tu ciudad para ver animales de todo el mundo en cautiverio, por mucho tiempo esto también podría hacerse con personas indígenas, con discapacidad o condiciones médicas consideradas extrañas.
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Muchos piensan que la época de los grande imperios y los estragos de la colonización en países de Latinoamérica, África y Asía parecieran estar muy lejos en el tiempo, pero la verdad es que hasta el siglo pasado todavía existían los llamados “zoológicos humanos”, donde por unas monedas todos podían participar en uno de los actos más crueles de la historia.
A finales del siglo XIX y hasta bien entrado el siglo XX, existieron instalaciones donde los habitantes del mundo occidental, Europa y Estados Unidos, podían acudir a ver seres humanos provenientes de tierras lejanas, personas que como si se tratase de plantas o animales llevaban la etiqueta de “exóticas”.
Aprovechaban de una visión racista del mundo
Todo el mundo estaba loco por conocer tierras lejanas, con sus nativos descritos como “salvajes”, menos que humanos y apenas más que animales para los colonizadores de países desarrollados.
Como pocos eran los que podían viajar a ver el mundo, los exploradores tomaron el rol de traficantes de personas y comenzaron a surgir exhibiciones en ciudades como París, Londres, Hamburgo y Nueva York.
Uno de los promotores más famosos, el “Walt Disney del racismo”, podríamos decir, fue el alemán Carl Hagenbeck, quien montaba villas falsas en sus zoológicos y las llenaba de personas provenientes de tribus como los Sámi de Rusia, africanos de Etiopía e Inuíts del ártico, todos sacados de su tierra bajo la promesa de una vida mejor.
A través de estas exhibiciones los realizadores mostraban a su público un mundo dominado por la raza blanca, con “salvajes” y fieras en las tierras lejanas que estaban para ser conquistadas y preservadas para el avance de la civilización.
Millones de personas visitaron los zoológicos humanos, llenando los bolsillos de sus organizadores, quienes firmaban contratos fraudulentos con las personas exhibidas para mantenerlos encerrados a cambio de compensación económica y la esperanza de un día ser liberados para poder gastarla.
Las personas eran maltratadas en los zoológicos humanos
No era raro que en estas circunstancias muchas victimas exhibidas perdieran la vida a causa de enfermedades transmitidas por el propio público, o adquiridas tras pasar días seguidos a la intemperie donde eran observados semidesnudos, vestidos con pieles y realizando actividades degradantes.
Ota Benga, por ejemplo, fue un joven del Congo a quién en 1904 se le ofreció trabajo en Estados Unidos, supuestamente para cuidar de un elefante, pero la realidad que encontró al llegar al país fue muy diferente.
Sus dientes fueron limados para hacerlos más puntiagudos y se le hizo vivir en el recinto de los primates en el Zoológico del Bronx. Durante su tiempo encerrado se convirtió en una de las atracciones más populares.
No sería hasta después de la segunda guerra mundial cuando los zoológicos humanos comenzaron a decaer rápidamente en popularidad, el último se realizó en Bruselas, en el año de 1958.