/ jueves 28 de marzo de 2024

Cruzando líneas | Sentarse en la mesa

Hace algunos años nos sentamos en la mesa sin necesidad de hablar de política. Éramos demasiado jóvenes y apasionados. Cada uno tenía su ideología y todos sabíamos para cuál lado de la balanza nos inclinábamos. Había elecciones en las que mis amigos y yo coincidamos como las piezas que encajan en los rompecabezas; otras en las que las diferencias se notaban, pero no dejamos que nos definieran, al menos no en nuestra amistad.

Todo eso ha cambiado, quizá porque hemos madurado, por no decir envejecido, y porque el tiempo nos ha hecho más cabezas duras. Ahora respaldamos, hacemos campaña, votamos o dejamos de hacerlo por nuestras experiencias y privilegios. La diferencia es que como adultos las brechas se han hecho cada vez más anchas y es muy difícil tender puentes cuando no tenemos ni la voluntad ni las ganas de hacerlo. ¿Cómo le hacemos para conversar, entonces?

Me he vuelto una persona muy cautelosa a la hora de expresar mis preferencias. No lo hago seguido ni en voz alta. Prefiero convertirme en ese punto de quiebre en donde la gente se sienta cómoda hablándome de lo que siente. Trato, de verdad, de escuchar con atención, de ser empática, pero hay días que de plano no puedo. Me salen subtítulos en los ojos y en los gestos, me froto ansiosa las manos y se me seca la garganta. Me duele ver que la historia se repite a beneficio de unos cuantos mientras los demás, los muchos, solapamos.

Pero guardo silencio y respiro, cuento mucho más de 10.

Me preocupa mucho la polarización. Me quita el sueño la violencia en la democracia. Tiendo a sobreanalizar la toxicidad de las elecciones y el impacto directo que tienen los míos, en los que me veo, en los que se ven en mí.

Creo que el 2024 es tiempo de volvernos a sentar en esa mesa en la que antes hablábamos de todo sin necesidad de enfrentarnos. Como amigos. Como alumnos. Como oyentes. Es hora de bajar las armas de los estandartes políticos que otros nos han impuesto, con esa decisión de blanco y negro, estás conmigo o estás contra mí, y volvamos a respetar los pesos de las balanzas de los otros, que a veces no es la misma que la nuestra.

Este 2024 debe ser el año de las conversaciones difíciles, pero empáticas. Ahí está el equilibrio. De nada nos sirve escuchar con ese afán de prepararnos solo para contestar. De nada nos sirve decir que hemos platicado si solo buscamos cámaras de eco.

La violencia política y electoral llegarán a nosotros de muchas formas, en comentarios en las redes sociales, en videos de extremistas y conspiradores, en imágenes hechas con la inteligencia artificial, en campañas basadas en contextos imaginarios, en la premisa de divide y vencerás, como siempre. Pero nosotros desde ya tenemos el antídoto, ¿un cafecito?

Hace algunos años nos sentamos en la mesa sin necesidad de hablar de política. Éramos demasiado jóvenes y apasionados. Cada uno tenía su ideología y todos sabíamos para cuál lado de la balanza nos inclinábamos. Había elecciones en las que mis amigos y yo coincidamos como las piezas que encajan en los rompecabezas; otras en las que las diferencias se notaban, pero no dejamos que nos definieran, al menos no en nuestra amistad.

Todo eso ha cambiado, quizá porque hemos madurado, por no decir envejecido, y porque el tiempo nos ha hecho más cabezas duras. Ahora respaldamos, hacemos campaña, votamos o dejamos de hacerlo por nuestras experiencias y privilegios. La diferencia es que como adultos las brechas se han hecho cada vez más anchas y es muy difícil tender puentes cuando no tenemos ni la voluntad ni las ganas de hacerlo. ¿Cómo le hacemos para conversar, entonces?

Me he vuelto una persona muy cautelosa a la hora de expresar mis preferencias. No lo hago seguido ni en voz alta. Prefiero convertirme en ese punto de quiebre en donde la gente se sienta cómoda hablándome de lo que siente. Trato, de verdad, de escuchar con atención, de ser empática, pero hay días que de plano no puedo. Me salen subtítulos en los ojos y en los gestos, me froto ansiosa las manos y se me seca la garganta. Me duele ver que la historia se repite a beneficio de unos cuantos mientras los demás, los muchos, solapamos.

Pero guardo silencio y respiro, cuento mucho más de 10.

Me preocupa mucho la polarización. Me quita el sueño la violencia en la democracia. Tiendo a sobreanalizar la toxicidad de las elecciones y el impacto directo que tienen los míos, en los que me veo, en los que se ven en mí.

Creo que el 2024 es tiempo de volvernos a sentar en esa mesa en la que antes hablábamos de todo sin necesidad de enfrentarnos. Como amigos. Como alumnos. Como oyentes. Es hora de bajar las armas de los estandartes políticos que otros nos han impuesto, con esa decisión de blanco y negro, estás conmigo o estás contra mí, y volvamos a respetar los pesos de las balanzas de los otros, que a veces no es la misma que la nuestra.

Este 2024 debe ser el año de las conversaciones difíciles, pero empáticas. Ahí está el equilibrio. De nada nos sirve escuchar con ese afán de prepararnos solo para contestar. De nada nos sirve decir que hemos platicado si solo buscamos cámaras de eco.

La violencia política y electoral llegarán a nosotros de muchas formas, en comentarios en las redes sociales, en videos de extremistas y conspiradores, en imágenes hechas con la inteligencia artificial, en campañas basadas en contextos imaginarios, en la premisa de divide y vencerás, como siempre. Pero nosotros desde ya tenemos el antídoto, ¿un cafecito?