/ jueves 4 de agosto de 2022

Democracia y debate | Yo tampoco confío en usted

La base de la política tendría que ser la confianza, por lo menos así se vende, así se oferta, “crean en mí”, dicen los políticos, “confíen en nosotros”, piden los candidatos en campaña.

Promesas que quizá en algún tiempo se basaban en la confianza y que ahora se sostienen apenas con algo de esperanza.

Nuestro sistema político está basado en la desconfianza, por eso son necesarios árbitros electorales con leyes severas, además de que elección tras elección y según los resultados para los que obtienen el poder se impulsan reformas que corresponden más a ánimos de acomodos para facilitar triunfos o permanecer en el poder más que para reivindicar la confianza.

Las relaciones humanas tendrían que basarse en la confianza de unos y otros, pero la existencia de fedatarios públicos es la clara muestra de que no es así, no son suficientes las leyes que rigen la convivencia, además de estas es necesario quien de fe de que decirnos la verdad.

No confíes en extraños, nos dicen con razón desde pequeños y así vamos creciendo y desarrollándonos en una sociedad donde la palabra desde hace muchos años dejo de valer.

“Yo tampoco confío en usted”, responde el secretario de Gobernación, Adán Augusto López, a una madre buscadora, ellas que por su condición no pueden creer en nada, ni en nadie y ellos, los representantes de las Instituciones que no creen en los ciudadanos.

Y así, entre desconfianza intentamos avanzar, con dificultades damos pasos para adelante y para atrás, sin embargo, sin un mínimo de confianza poco lograremos.

El ser humano nunca ha confiado en el ser humano, por eso se dio leyes, por eso se enfrenta uno al otro, por eso tuvo que institucionalizar la lucha de poder y la organización social, para intentar sostener una sociedad que no confía en nada ni en nadie.

¿En quién confiamos?

La base de la política tendría que ser la confianza, por lo menos así se vende, así se oferta, “crean en mí”, dicen los políticos, “confíen en nosotros”, piden los candidatos en campaña.

Promesas que quizá en algún tiempo se basaban en la confianza y que ahora se sostienen apenas con algo de esperanza.

Nuestro sistema político está basado en la desconfianza, por eso son necesarios árbitros electorales con leyes severas, además de que elección tras elección y según los resultados para los que obtienen el poder se impulsan reformas que corresponden más a ánimos de acomodos para facilitar triunfos o permanecer en el poder más que para reivindicar la confianza.

Las relaciones humanas tendrían que basarse en la confianza de unos y otros, pero la existencia de fedatarios públicos es la clara muestra de que no es así, no son suficientes las leyes que rigen la convivencia, además de estas es necesario quien de fe de que decirnos la verdad.

No confíes en extraños, nos dicen con razón desde pequeños y así vamos creciendo y desarrollándonos en una sociedad donde la palabra desde hace muchos años dejo de valer.

“Yo tampoco confío en usted”, responde el secretario de Gobernación, Adán Augusto López, a una madre buscadora, ellas que por su condición no pueden creer en nada, ni en nadie y ellos, los representantes de las Instituciones que no creen en los ciudadanos.

Y así, entre desconfianza intentamos avanzar, con dificultades damos pasos para adelante y para atrás, sin embargo, sin un mínimo de confianza poco lograremos.

El ser humano nunca ha confiado en el ser humano, por eso se dio leyes, por eso se enfrenta uno al otro, por eso tuvo que institucionalizar la lucha de poder y la organización social, para intentar sostener una sociedad que no confía en nada ni en nadie.

¿En quién confiamos?