/ viernes 10 de mayo de 2024

El Colegio de Sonora | “Doblepensar”

Por: Manuel Alejandro Encinas Islas. Egresado de la XVIII promoción de la Maestría en Ciencias Sociales.

Hace tiempo leí una novela de George Orwell titulada ‘1984’. Es una ficción distópica sobre un futuro donde la realidad está determinada por un partido único, con un fuerte control político y social: se reconfigura el idioma, se reescribe la historia y, con ello, se transforma la memoria de las personas. El estado se mantiene permanentemente en guerra ideológica contra algún otro estado enemigo.

“El que controla el pasado controla también el futuro. El que controla el presente controla el pasado” es uno de los eslóganes del partido en esta ficción. Representa la dinámica de la novela: si el partido decidía que algo era o no de cierta forma, bastaba con reescribir los registros e imponer la ‘nueva realidad’. Así, si todos la aceptaban sería la verdad absoluta e histórica.

Aunque la novela da para largas discusiones, hay un pasaje particular que viene a mi mente: durante un mitin, un mensajero informa al orador que el partido cambió de estado enemigo y que contra quien vociferaba consignas es, a partir de ese momento, aliado del partido: “Inmediatamente, se produjo una gran conmoción. Las banderas, los carteles que decoraban la plaza estaban todos equivocados. Aquellos no eran los rostros del enemigo”. Aquí es donde la ficción comienza a parecerse a la realidad.

En época electoral, uno encuentra la ciudad llena de propaganda. Es normal (y sano) que en una democracia se presenten alternativas políticas a la ciudadanía. Sin embargo, pareciera que se trata de las mismas opciones de elecciones pasadas. Mismas caras, diferentes colores. Mismos gremios, mismas asociaciones, pero ahora con diferentes enemigos (o ex-amigos). Los grandes críticos del pasado se convirtieron en aduladores del presente. Los medios de comunicación se unen a la cascada y, unísonos, reescriben (¿o reportan?) la ‘nueva realidad’.

Mientras tanto, la ciudadanía —como en la novela de Orwell— con una gran conmoción: ¿No eran estos los colores del ‘enemigo’? ¿Será que la propaganda está equivocada, o la verdad fue reescrita? Con este escenario, no es de sorprender que, en Sonora, solo participó el 43.82% del electorado en las elecciones de 2021 (IEE, 2021); que se considere a los partidos políticos la institución menos confiable en el estado y que estos ocupen el segundo lugar como el sector social más corrupto, después de las policías (INEGI, 2024).

El desánimo ciudadano impera. Los partidos, ajenos a esta realidad, olvidan su función. “Son los partidos los que buscan a los electores y, por así decirlo, los crean, no son los electores los que buscan un partido específico” (Pasquino, 2011); se abocan a presentar ‘lo que sea y a quien sea’ con tal de ganar la elección. Pareciera que todo está acordado y que la votación es una simulación.

Urge repensar el escenario político e incentivar la participación ciudadana. Se requiere, cuando menos: 1) Generar espacios de participación para nuevos perfiles, no los mismos actores buscando ocupar por tercera o cuarta vez un mismo puesto; 2) Definir ideales políticos y, sobre todo, materializarlos en los proyectos legislativos y de gobierno; 3) Respetar a la militancia y su contribución al partido, el capital colectivo no debe ser moneda de cambio de las cúpulas partidistas.

Una más de Orwell: en ‘1984’, para que las contradicciones puedan ser compatibles con la realidad, se debía “doblepensar”, es decir, aceptar —de forma consciente— dos conceptos incompatibles o contradictorios en uno nuevo que no define ni lo uno ni lo otro, “porque solo mediante la reconciliación de las contradicciones es posible retener el mando indefinidamente”.


Por: Manuel Alejandro Encinas Islas. Egresado de la XVIII promoción de la Maestría en Ciencias Sociales.

Hace tiempo leí una novela de George Orwell titulada ‘1984’. Es una ficción distópica sobre un futuro donde la realidad está determinada por un partido único, con un fuerte control político y social: se reconfigura el idioma, se reescribe la historia y, con ello, se transforma la memoria de las personas. El estado se mantiene permanentemente en guerra ideológica contra algún otro estado enemigo.

“El que controla el pasado controla también el futuro. El que controla el presente controla el pasado” es uno de los eslóganes del partido en esta ficción. Representa la dinámica de la novela: si el partido decidía que algo era o no de cierta forma, bastaba con reescribir los registros e imponer la ‘nueva realidad’. Así, si todos la aceptaban sería la verdad absoluta e histórica.

Aunque la novela da para largas discusiones, hay un pasaje particular que viene a mi mente: durante un mitin, un mensajero informa al orador que el partido cambió de estado enemigo y que contra quien vociferaba consignas es, a partir de ese momento, aliado del partido: “Inmediatamente, se produjo una gran conmoción. Las banderas, los carteles que decoraban la plaza estaban todos equivocados. Aquellos no eran los rostros del enemigo”. Aquí es donde la ficción comienza a parecerse a la realidad.

En época electoral, uno encuentra la ciudad llena de propaganda. Es normal (y sano) que en una democracia se presenten alternativas políticas a la ciudadanía. Sin embargo, pareciera que se trata de las mismas opciones de elecciones pasadas. Mismas caras, diferentes colores. Mismos gremios, mismas asociaciones, pero ahora con diferentes enemigos (o ex-amigos). Los grandes críticos del pasado se convirtieron en aduladores del presente. Los medios de comunicación se unen a la cascada y, unísonos, reescriben (¿o reportan?) la ‘nueva realidad’.

Mientras tanto, la ciudadanía —como en la novela de Orwell— con una gran conmoción: ¿No eran estos los colores del ‘enemigo’? ¿Será que la propaganda está equivocada, o la verdad fue reescrita? Con este escenario, no es de sorprender que, en Sonora, solo participó el 43.82% del electorado en las elecciones de 2021 (IEE, 2021); que se considere a los partidos políticos la institución menos confiable en el estado y que estos ocupen el segundo lugar como el sector social más corrupto, después de las policías (INEGI, 2024).

El desánimo ciudadano impera. Los partidos, ajenos a esta realidad, olvidan su función. “Son los partidos los que buscan a los electores y, por así decirlo, los crean, no son los electores los que buscan un partido específico” (Pasquino, 2011); se abocan a presentar ‘lo que sea y a quien sea’ con tal de ganar la elección. Pareciera que todo está acordado y que la votación es una simulación.

Urge repensar el escenario político e incentivar la participación ciudadana. Se requiere, cuando menos: 1) Generar espacios de participación para nuevos perfiles, no los mismos actores buscando ocupar por tercera o cuarta vez un mismo puesto; 2) Definir ideales políticos y, sobre todo, materializarlos en los proyectos legislativos y de gobierno; 3) Respetar a la militancia y su contribución al partido, el capital colectivo no debe ser moneda de cambio de las cúpulas partidistas.

Una más de Orwell: en ‘1984’, para que las contradicciones puedan ser compatibles con la realidad, se debía “doblepensar”, es decir, aceptar —de forma consciente— dos conceptos incompatibles o contradictorios en uno nuevo que no define ni lo uno ni lo otro, “porque solo mediante la reconciliación de las contradicciones es posible retener el mando indefinidamente”.