/ sábado 28 de septiembre de 2019

Lo digo como es | Anarquistas

“La Policía en ningún momento intervino”. Cerraba así la crónica televisiva en la que se narraba el desarrollo de la marcha en la Ciudad de México donde al contingente que mostraba su justificada indignación a cinco años de la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, se le adhirió un grupo de encapuchados para provocar destrozos por donde pasaban.

Cristales rotos, mobiliario destrozado, monumentos dañados por un grupo que se cubre la cara y le apuesta a la no represión. Eran menos de cien “Anarquistas” como se hacen llamar. Buscaban desviar la atención.

Agredieron a representantes de los medios que hacían su cobertura, prendieron fuego en una librería, a la puerta del Banco de México, dejaron sin vidrios las oficinas de la Secretaría de Bienestar y seguían su recorrido por Paseo de la Reforma enfundados en el traje del desafío y blindados ante el riesgo de recibir un “¡Al carajo!, ¡Fúchila!, Guácala!” como expresiones reprobatorias de quienes con impotencia les observaban actuar.

Pero la noticia corrió rápido y en pocos minutos los comerciantes que tienen sus negocios más adelante del lugar en el que venía la turba destructora atacando todo lo que estuviera a su paso, se armaron con lo que pudieron para recibirlos con una sopa de su propio chocolate… por fortuna ese encontronazo no se registró; sin duda más lamentables serían las consecuencias.

Ilustrativa la foto de Valente Rosas en El Universal. En primer plano y de espaldas uno de estos delincuentes “Enseña el dedo” al grupo de policías agazapados que metros atrás se quedaron sin poder actuar, sin poder avanzar, sin poder poner orden, sin poder cumplir con su deber…

Mientras tanto cientos lloran la ausencia de sus desaparecidos; son más de 1,800 días transcurridos desde aquella fecha fatal…días que para muchas madres y padres, parejas, hermanos, amigos, han llegado después de una noche de insomnio provocado por el peso de la angustia…días en los que por momentos se asoma una luz de esperanza que luego se opaca por el coraje, la impotencia, la desesperación y el dolor…el dolor que no puede disolverse en el deseado abrazo que ansían poder dar de nuevo, por lo menos una vez más a sus hijos; dolor que ya como último deseo, pudiera bañar de lágrimas un espacio físico en el que reposen unos restos… dolor que no puede encontrar consuelo porque la justicia no llega, porque es evidente la incapacidad para procurarla y porque el manoseo de los datos aumenta con el paso de los días.

“La Policía en ningún momento intervino”. Cerraba así la crónica televisiva en la que se narraba el desarrollo de la marcha en la Ciudad de México donde al contingente que mostraba su justificada indignación a cinco años de la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, se le adhirió un grupo de encapuchados para provocar destrozos por donde pasaban.

Cristales rotos, mobiliario destrozado, monumentos dañados por un grupo que se cubre la cara y le apuesta a la no represión. Eran menos de cien “Anarquistas” como se hacen llamar. Buscaban desviar la atención.

Agredieron a representantes de los medios que hacían su cobertura, prendieron fuego en una librería, a la puerta del Banco de México, dejaron sin vidrios las oficinas de la Secretaría de Bienestar y seguían su recorrido por Paseo de la Reforma enfundados en el traje del desafío y blindados ante el riesgo de recibir un “¡Al carajo!, ¡Fúchila!, Guácala!” como expresiones reprobatorias de quienes con impotencia les observaban actuar.

Pero la noticia corrió rápido y en pocos minutos los comerciantes que tienen sus negocios más adelante del lugar en el que venía la turba destructora atacando todo lo que estuviera a su paso, se armaron con lo que pudieron para recibirlos con una sopa de su propio chocolate… por fortuna ese encontronazo no se registró; sin duda más lamentables serían las consecuencias.

Ilustrativa la foto de Valente Rosas en El Universal. En primer plano y de espaldas uno de estos delincuentes “Enseña el dedo” al grupo de policías agazapados que metros atrás se quedaron sin poder actuar, sin poder avanzar, sin poder poner orden, sin poder cumplir con su deber…

Mientras tanto cientos lloran la ausencia de sus desaparecidos; son más de 1,800 días transcurridos desde aquella fecha fatal…días que para muchas madres y padres, parejas, hermanos, amigos, han llegado después de una noche de insomnio provocado por el peso de la angustia…días en los que por momentos se asoma una luz de esperanza que luego se opaca por el coraje, la impotencia, la desesperación y el dolor…el dolor que no puede disolverse en el deseado abrazo que ansían poder dar de nuevo, por lo menos una vez más a sus hijos; dolor que ya como último deseo, pudiera bañar de lágrimas un espacio físico en el que reposen unos restos… dolor que no puede encontrar consuelo porque la justicia no llega, porque es evidente la incapacidad para procurarla y porque el manoseo de los datos aumenta con el paso de los días.