/ jueves 20 de agosto de 2020

Héctor Arteche y el mural bajo el sol de Navojoa

Alfredo Acedo escribe sobre el mural del pintor Héctor Arteche en Navojoa, como parte de la colaboración con el Instituto Sonorense de Cultura

El 8 de julio de 1998, Héctor M. Arteche llegó al salón redondo del Cabildo de Navojoa a dar las últimas pinceladas y a trazar su firma en el mural que venía realizando durante los meses recientes.

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Había decidido que la obra fuera ese día su regalo de cumpleaños. Fue en realidad un regalo más para el pueblo sonorense, como aquel primer obsequio en el ya lejano 1964: el mural al fresco en la Universidad de Sonora, o sus más conocidos trabajos posteriores en la planta baja del Palacio de Gobierno y en el exterior frontal del Teatro del Itson.

En pleno verano húmedo de Navojoa, el pintor retira el sudor de su cara con el imprescindible paliacate rojo, en un salón todavía en remodelación, donde falta colocar el piso y retocar los espacios que enmarcan los dos amplios paneles cóncavos y la cúpula, que en conjunto contienen una de las más notables obras del extenso legado artecheano.

Todo el espacio plástico fue diseñado por él, incluso el piso de mármol negro y el mobiliario oscuro, bajo el concepto de una pieza envolvente en la que el espectador se mueve materialmente en el vientre de la obra, como en un sueño de Kurosawa y más allá del espectáculo de exposiciones virtuales recientes de la obra de Van Gogh.

No es la primera vez que Arteche rompe con las formas tradicionales de presentar su trabajo artístico buscando una mayor participación del público, pero esta es la más acabada y perdurable.

Hasta ese momento, producto de un ritmo profesional incansable, el pintor ha realizado múltiples exposiciones de pintura y grabado en diversas técnicas en el país y el extranjero (hasta dos muestras por año), ha creado varios murales en Hermosillo y Ciudad Obregón, que a su muerte sumarán más de 4 mil metros cuadrados, y ha entrado en contacto con públicos diversos.

Cortesía | ISC

Después de fechar su mural, se muestra contento por haber realizado una idea concebida casi veinte años atrás. “A principios de los ochenta (me cuenta) presenté el proyecto al Ayuntamiento de Hermosillo pero no fue aceptado. Era más o menos este mismo principio bosquejado en un apunte al grafito, el mismo que usé ahora, con algunas alteraciones y cambios que el tiempo y el trabajo determinaron”.

Cuando a instancias del pintor Rolando Bracamontes, Arteche mostró el proyecto al alcalde de Navojoa, Carlos Quiroz Narváez, éste de inmediato preguntó: “¿cuándo puedes empezar?”

Entre paredes y cúpula, la obra titulada Sol es abarca 140 metros cuadrados de una mixtura de temple a la caseína y acrilato. Es un homenaje al astro radiante y al paisaje sonorense al que el autor ha jurado amor hasta la muerte. Originario de la Ciudad de México, decidió vivir en Sonora casi dos tercios de su vida, extasiado por sus exteriores luminosos y agradecido con la libertad de extender la mirada hacia un horizonte sin obstáculos.

Cortesía | ISC

Las secciones concéntricas del mural contienen los signos que ya son parte del lenguaje singular del autor, y expresan su preocupación plástica de dar forma a la energía y su concepción filosófica de la evolución de la humanidad y el universo.

Ha resuelto magistralmente una vez más los problemas de composición sobre superficies curvas al representar la Madre Tierra y la fecundación y un moderno Prometeo en el acto de concentrar y entregar la energía luminosa. Un Pequeño Estallido expande el cosmos que se condensa para dar forma a la materia.

Arteche es un creador de formas, un artista que aportó elementos nuevos al lenguaje visual con los que logró dar un cauce renovado al arte y específicamente al movimiento muralista. Es un pintor universal que influyó con sus recursos expresivos a generaciones de artistas sonorenses cuyos estilos en no pocos casos reflejan algunas de las etapas de desarrollo del maestro.

El muralismo de la Escuela Mexicana de Pintura en la que Arteche se formó, es la más importante aportación de la plástica de México al arte universal, influyó a pintores de todo el mundo e inspiró movimientos de arte urbano que perduran hasta ahora. Arteche estuvo listo muy pronto para renovar la tradición y cortar el cordón umbilical, a tiempo dejó de hacer riverismo o siqueirismo, y empezó a formular un lenguaje propio y un estilo original, reconocido y reconocible.

Arteche renovó formas y conceptos de sus predecesores pero conservó el rigor en el dominio del oficio y mantuvo la motivación social del muralismo. “Esta no es una obra que la pueda atesorar un individuo, encerrarla en una habitación para disfrutarla él en lo personal. Eso no me interesa. Aunque la obra de caballete podría redituarme mucho dinero al dar satisfacción a ciertos intereses particulares, prefiero hacer esto en lo que no estoy ganando nada. Si tengo la oportunidad, me ocupo en hacerlo porque así logro comunicarme con el público en general, con la masa. Por lo pronto, me di otro gusto y deseo pintar mucha más obra pública; proyectos, tengo”, me dijo, acalorados en el salón de Cabildo aún sin ventilación y rodeados por soles refulgentes.

El 8 de julio de 1998, Héctor M. Arteche llegó al salón redondo del Cabildo de Navojoa a dar las últimas pinceladas y a trazar su firma en el mural que venía realizando durante los meses recientes.

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Había decidido que la obra fuera ese día su regalo de cumpleaños. Fue en realidad un regalo más para el pueblo sonorense, como aquel primer obsequio en el ya lejano 1964: el mural al fresco en la Universidad de Sonora, o sus más conocidos trabajos posteriores en la planta baja del Palacio de Gobierno y en el exterior frontal del Teatro del Itson.

En pleno verano húmedo de Navojoa, el pintor retira el sudor de su cara con el imprescindible paliacate rojo, en un salón todavía en remodelación, donde falta colocar el piso y retocar los espacios que enmarcan los dos amplios paneles cóncavos y la cúpula, que en conjunto contienen una de las más notables obras del extenso legado artecheano.

Todo el espacio plástico fue diseñado por él, incluso el piso de mármol negro y el mobiliario oscuro, bajo el concepto de una pieza envolvente en la que el espectador se mueve materialmente en el vientre de la obra, como en un sueño de Kurosawa y más allá del espectáculo de exposiciones virtuales recientes de la obra de Van Gogh.

No es la primera vez que Arteche rompe con las formas tradicionales de presentar su trabajo artístico buscando una mayor participación del público, pero esta es la más acabada y perdurable.

Hasta ese momento, producto de un ritmo profesional incansable, el pintor ha realizado múltiples exposiciones de pintura y grabado en diversas técnicas en el país y el extranjero (hasta dos muestras por año), ha creado varios murales en Hermosillo y Ciudad Obregón, que a su muerte sumarán más de 4 mil metros cuadrados, y ha entrado en contacto con públicos diversos.

Cortesía | ISC

Después de fechar su mural, se muestra contento por haber realizado una idea concebida casi veinte años atrás. “A principios de los ochenta (me cuenta) presenté el proyecto al Ayuntamiento de Hermosillo pero no fue aceptado. Era más o menos este mismo principio bosquejado en un apunte al grafito, el mismo que usé ahora, con algunas alteraciones y cambios que el tiempo y el trabajo determinaron”.

Cuando a instancias del pintor Rolando Bracamontes, Arteche mostró el proyecto al alcalde de Navojoa, Carlos Quiroz Narváez, éste de inmediato preguntó: “¿cuándo puedes empezar?”

Entre paredes y cúpula, la obra titulada Sol es abarca 140 metros cuadrados de una mixtura de temple a la caseína y acrilato. Es un homenaje al astro radiante y al paisaje sonorense al que el autor ha jurado amor hasta la muerte. Originario de la Ciudad de México, decidió vivir en Sonora casi dos tercios de su vida, extasiado por sus exteriores luminosos y agradecido con la libertad de extender la mirada hacia un horizonte sin obstáculos.

Cortesía | ISC

Las secciones concéntricas del mural contienen los signos que ya son parte del lenguaje singular del autor, y expresan su preocupación plástica de dar forma a la energía y su concepción filosófica de la evolución de la humanidad y el universo.

Ha resuelto magistralmente una vez más los problemas de composición sobre superficies curvas al representar la Madre Tierra y la fecundación y un moderno Prometeo en el acto de concentrar y entregar la energía luminosa. Un Pequeño Estallido expande el cosmos que se condensa para dar forma a la materia.

Arteche es un creador de formas, un artista que aportó elementos nuevos al lenguaje visual con los que logró dar un cauce renovado al arte y específicamente al movimiento muralista. Es un pintor universal que influyó con sus recursos expresivos a generaciones de artistas sonorenses cuyos estilos en no pocos casos reflejan algunas de las etapas de desarrollo del maestro.

El muralismo de la Escuela Mexicana de Pintura en la que Arteche se formó, es la más importante aportación de la plástica de México al arte universal, influyó a pintores de todo el mundo e inspiró movimientos de arte urbano que perduran hasta ahora. Arteche estuvo listo muy pronto para renovar la tradición y cortar el cordón umbilical, a tiempo dejó de hacer riverismo o siqueirismo, y empezó a formular un lenguaje propio y un estilo original, reconocido y reconocible.

Arteche renovó formas y conceptos de sus predecesores pero conservó el rigor en el dominio del oficio y mantuvo la motivación social del muralismo. “Esta no es una obra que la pueda atesorar un individuo, encerrarla en una habitación para disfrutarla él en lo personal. Eso no me interesa. Aunque la obra de caballete podría redituarme mucho dinero al dar satisfacción a ciertos intereses particulares, prefiero hacer esto en lo que no estoy ganando nada. Si tengo la oportunidad, me ocupo en hacerlo porque así logro comunicarme con el público en general, con la masa. Por lo pronto, me di otro gusto y deseo pintar mucha más obra pública; proyectos, tengo”, me dijo, acalorados en el salón de Cabildo aún sin ventilación y rodeados por soles refulgentes.

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