Como parte del taller continuo de creación literaria “Orbis Scriptum”, de Iván Figueroa Acuña, Marco Antonio Zamorano Ibarra nos regala una emotiva crónica sobre el encuentro de un joven estudiante que ayuda a concluir sus estudios de educación básica a personas adultas, entre ellos don Prudencio, el albañil que le regalará una tarde de fútbol y nostalgia al recordar aquella tarde cuando vio a Pelé corta distancia en el Estadio Azteca.
Prudencio de oficio albañil, fue el último al que visité aquel 14 de junio de 1982 en la entonces invasión “Cuatro olivos”. Días antes el hombre aquel me había dicho con cierto tono sureño que se apellidaba Montijo; que era un tlaxcalteca de 33 años y que desde hacía poco andaba por acá en Hermosillo. Se animó a venir porque su compadre le había ofrecido trabajo en el negocio de la construcción.
Horas antes había estado con Hortensia, una ama de casa de 30 años; con don Isidoro de 43, vigilante en un taller. Pase con Lucía y Amaranta, dos hermanas de 35 y 40 años respectivamente; también con Abelardo, un veracruzano de 50 años que trabajaba en un campo agrícola del poblado Miguel Alemán.
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Prestaba mi servicio social de bachiller en el INEA, por lo que debía de cumplir ese día con el porcentaje semanal de calificaciones de mis estudiantes. Ellas y ellos, salvo Abelardo, me entregaron sus tareas y escucharon atentamente mis instrucciones para la próxima cita. Ninguno hizo comentarios en torno a la clase pasada; dijeron que les había gustado mucho el programa y me agradecieron la visita.
Aquel medio día hacia un calorón, y la coca cola que me tomé en el changarro donde me dejó el camión de la Ley 57, no mitigó en nada mi sofoco. Por lo que no desprecié los vasos de agua que me ofrecieron en cada casa.
El mismo año de creación del Instituto Nacional para la Educación de los Adultos cursaba el segundo año de preparatoria y la invitación a participar en aquel magno proyecto llegó un año después durante el 82, a través de la oficina de trabajo social de la escuela.
Así pues, la oportunidad se me daba. Pero más allá de acreditar el servicio social obligatorio, parte del atractivo residía en la beca de quinientos pesos semestrales que ofrecía el INEA por prestar el servicio. Sin pensarlo mucho me dirigí a las oficinas estatales y recibí la capacitación requerida para cumplir con esa tarea.
Para lograr los objetivos del proyecto, se utilizaba como base de operaciones en lo general el sistema de Televisión educativa y en particular la serie “Aprendamos juntos”, producida por el INEA en 1982, la cual fue transmitida por diversas cadenas de la televisión nacional.
Prudencio me ofreció una cubeta de plástico vacía para sentarme, cuando entré a su casa. Una habitación de 4 por 6 metros hecha de madera y cartón; donde cabían además de sus herramientas una mesa de plástico, una cama de madera y una vieja televisión montada sobre un desgastado buro.
- Estuvo muy entretenida la novela profe- me dijo Prudencio vestido con una camiseta amarilla de Brasil, en lo que movía la antena de la tele para ajustar cierto canal.
-Llisto ya quedó-.
La pantalla ajustada mostró un comercial de la Sabritas; y a continuación uno de la coca cola con el astro argentino Diego Armando Maradona.
-Aquí tiene profe, disculpe usted la letra, pero apenas y llego en la noche para hacer la tarea con las manos todas entumidas.
-No se preocupe Don Prudencio, lo entiendo y basta con que entregue la tarea. ¿Tiene usted alguna duda con respecto a la lección del programa?
-No profe, todo bien- me respondió don Prudencio batallando de nueva cuenta con la antena del televisor.
-Pinche tele no quiere quedar. ¡Ah vera! disculpe profe ¿podría jalar su silla para aquel lado?
- ¡Ahí, ahí mero profe!
Como por arte de magia la pantalla del televisor recobró su sintonía, mostrando el claro verdor de una cancha de futbol. En el momento justo en que se escuchaba el Himno nacional de Brasil.
Aquel icónico día, 14 de junio de 1982, además de anunciarse el fin de la guerra de las Malvinas, las selecciones de Brasil y Rusia se enfrentaban en el estadio Ramón Sánchez Pizjuán de Sevilla, en la primera ronda de la fase de grupos del mundial de España 82.
-Eh profe ¿a quién le va? -
-¡Esteee! por supuesto que a Brasil- respondí.
-Mire profe en esta tele veo el programa que nos dijo. La telenovela esa. ¡Oiga! ¿no quiere una cerveza? ¿O todavía anda de chamba?
-No don Prudencio, con usted termino. Pero no, muchas gracias.
-Ándele échese una, pal calor.
-Bueno venga, está bien pero solo una, respondí pensando en el pronto regreso a casa.
En la tele Rusia le hacia el juego a Brasil y al minuto 33 del primer tiempo se ponía al frente del marcador en un error garrafal del portero carioca Waldir Pérez.
-Chinngg…- se lamentó Prudencio con aquel gol, jalándose los pelos para después darle un gran trago a su vaso de cerveza.
-La portería siempre ha sido el punto débil de Brasil profe. Afortunadamente el resto es un gran equipo. Ya vera como horita aparece Zico y compañía.
-Don Prudencio, ¿podría prestarme su baño? – le pregunté al albañil cuando ya me ganaban las ganas de orinar por tanto líquido tomado esa mañana.
-Simón profe, ahí está afuera.
Se trataba de una letrina afuera de la habitación de cartón. En la que con mucho cuidado y aguantando el hedor hice mis necesidades.
-¡Goool, goooolllllllll!-, hasta afuera se escuchó el grito de Prudencio.
-Gol de Brasil profe, venga vea- en la repetición alcancé a ver el del gol de Sócrates. Un tiro descomunal que entró de campanita, armado por el mismo número 8, al minuto 29 del segundo tiempo.
-Esto amerita que abra una caguama. Sírvase profe en lo que voy al baño.
Miré que mi reloj marcaba las 2 de la tarde, mientras llenaba el vaso con cerveza; cuando de pronto…
-Gooool, gol de Brasil- Se escuchó ahora la voz tronante del locutor en la televisión. Ahora el que no vio el gol fue Prudencio, que entró al cuartito subiéndose el ziper del pantalón.
-¡De quien profe, de quien fue?-
-De Eder le dije- Al momento que se observaba el soberbio disparo del delantero brasileño en repetición instantánea. Una jugada por la banda derecha, en un pase al que Falcao hace túnel y que Eder levanta y remata de izquierda dejando parado a Rinat Dasáyev el mejor portero del mundo en esos momentos.
-Se preguntará por que le voy a Brasil profe. Mire, tengo un secreto, pero no se lo diga a nadie. Yo estuve en el Azteca, en la final del 70. Si, sé que no me lo va a creer, pero yo estuve ahí. Alguien me acomodó ese día de correbolas junto con otros chavos. Nos vistieron con unos pants color verde y órale a corretear balones. Se imagina profe ver en corta distancia a Pelé llevando la pelota. Verlo como remata con la cabeza un centro de Tostao y adentro; o aquel gol de Gerzón. Bueno, también estuve en el partido entre Bélgica y el Salvador el 3 de junio.
Prudencio sin decirme nada se levantó de la silla que ocupaba y tambaleante camino hacia un costado de la casa de cartón. Destapó una caja de plástico que guardaba y me mostró algo con lo que el secreto cobro mayor relevancia.
-Mire profe es del mismísimo “pata atómica” Roberto Rivelino- me dijo mostrando entre sus manos un taquete derecho lleno de polvo.
-Lo puede creer, lo perdió cuando se hizo la marabunta aquella en la cancha del Azteca, cuando terminó la final del mundial. Yo lo encontré y desde aquel día lo guardo como un tesoro. Tal vez no cueste como la camiseta de Pelé, pero para mí vale mucho. ¿No se imagina la cantidad de goles que metió con él Rivelino?
Después de algunos tragos de cerveza, y con el cuerpo lleno de nostalgia; Prudencio con lágrimas me dijo que le interesaba el certificado de primaria y si Dios quiere, el de secundaria. Que le ha estado echando muchas ganas al trabajo porque su anhelo es traer a su hijo a estas tierras. Lloraba, tomaba y después de unos minutos lo dejé dormido en la cama improvisada con madera y bloques de cemento. Abrazaba su tesoro y babeaba la camiseta amarilla con una mueca de felicidad. Entonces, tomé el folder con las tareas de Prudencio y muy sigiloso abandoné aquella habitación; justo cuando el ocaso del sol se miraba desde la puerta.
Prudencio Montijo original de Zacatelco, Tlaxcala, obtuvo su certificado de primaria y tiempo después el de secundaria. Siendo aficionado al futbol siempre conservó su pasión por la camiseta carioca. Lo comprobé cuando años después me invitó a ver al equipo que dirigía, “el Cuatro olivos” vestidos todos con el uniforme verde amarillo de Brasil.
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-Oiga Prudencio me estaba acordando. ¿Y qué pasó con su tesoro aquel? - le pregunté.
-Uy no profe, esa joya hace rato que la empeñé- me dijo con una carcajada.
-Sabe una cosa, lo mejor es apoyar las nuevas generaciones. Mire ahí anda mi hijo ¡Ánimo tildillo, vamos échale ganas! ¡eyy mijooo!
En el límite de la media cancha un joven con la camiseta amarilla y shorts verde lanzaba un pase filtrado a los delanteros. El mismo volteó tras el grito de su padre. Y en la polvareda del campo de tierra, sus taquetes Adidas negros con tres franjas blancas brillaron con los rayos del sol.
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