/ lunes 8 de abril de 2024

Paréntesis | Conflicto México-Ecuador: Entre el Tratado de Viena y la doctrina Estrada

Les compartimos un artículo de opinión del director de teatro y dramaturgo, Jorge Luis García Fuentes, sobre los recientes acontecimientos ocurridos en la Embajada de México en Ecuador

Como en el dicho popular, ponerse entre la espada y la pared en temas de política, más que un problema para el gobierno mexicano se ha vuelto una especie de tendencia, de juego excitante, de adicción a la adrenalina. No se trata de una estrategia consciente, dado que el aparato ejecutivo del actual sexenio le apostó al famoso “90% de lealtad, 10% de capacidad”, la improvisación siempre se ha ido por encima del talento para resolver los dilemas, se trata de la simple manipulación, de la exaltación ideológica y la autocomplacencia moral de las huestes que aplauden al presidente, y que sin análisis previo deciden instalarse entre conceptos opuestos, con total comodidad.

Por una parte —la espada—, el Tratado de Viena, una convención que desde 1961 delineó las bases de la diplomacia moderna, que define los límites territoriales de cualquier embajada; por otra parte —la pared— la doctrina Estrada, no vinculante pero sí oficial desde 1930, cuando, en honor al Secretario de Relaciones Exteriores Genaro Estrada Félix, quedaba establecido que México debe abstenerse de opinar, para bien o para mal, sobre otros gobiernos y sus conflictos o cambios, porque ello implicaría una intromisión en la sagrada soberanía de las naciones.

Lee también: Jefe de la ONU, "alarmado" ante asalto a Embajada de México en Ecuador

En días recientes se han desarrollado acontecimientos que atentan contra ambas nociones legales, colocando a México en medio de un desagradable incidente internacional. El ex vicepresidente de Ecuador, Jorge Glas, refugiado en la embajada mexicana de Quito desde 2023 y acusado de corrupción, recibió finalmente asilo político horas después de que la administración de Daniel Noboa declarase “persona non grata” a la embajadora Raquel Serur. La cadena de reacciones comenzó con las críticas de López Obrador al gobierno de Ecuador, opinando abiertamente y sin el más mínimo tacto sobre la campaña presidencial de aquel país, y terminó con la irrupción de un cuerpo de élite de la policía ecuatoriana, y la extracción forzosa de Jorge Glas. Es decir, todo inició con la inobservancia de una doctrina nacional de no intromisión, y luego de una escalada de rápidas venganzas mutuas, acabó en la violación insensata, inadmisible, del Tratado de Viena por parte de Ecuador.

No es secreto para nadie que el presidente mexicano hace uso de la doctrina Estrada según sus filias y fobias personales. La esgrime cuando se trata de condenar a dictaduras aliadas, como la cubana, la venezolana o la nicaragüense, deslindando de cualquier crítica a aquellos regímenes indeseables, de la misma manera en que la ignora cuando decide reprender a los gobernantes que le resultan repelentes, tal es el caso de Javier Milei, con quien ya acumula una buena refriega de insultos mutuos en tono de bullying escolar.

Desde el pasado viernes se vive un conflicto diplomático entre México y Ecuador / Foto: Reuters

Quizás resulte más difícil de entender que este presunto afán por colocarse entre la espada y la pared no se trata sólo de rivalidades políticas, sino de acciones y reacciones diplomáticas. Esa es sólo la parte más obvia. La escaramuza de Quito fue un error gravísimo que el gobierno de Daniel Noboa sirvió en bandeja de plata al presidente de México, y que este último ha de estar agradeciendo, y hasta festejando, en su círculo más íntimo. De hecho, Noboa se le adelantó al presidente argentino, ese que hasta comienzos de esta misma semana parecía ser el más indicado para desatar un buen conflicto internacional.

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Los gobiernos populistas siempre andan urgidos de confrontaciones externas que alienten y exacerben los sentimientos nacionalistas. México, un país inmerso en serios conflictos internos, en una virtual guerra civil contra el crimen organizado, tiene, por el contrario, muy pocos problemas de índole externa. Las crisis fronterizas se relacionan con el narcotráfico y la emigración ilegal. Por ello una buena bronca con un país no aliado resultaría el contexto perfecto para convocar al patriotismo tuitero, para citar al soldado que cada hijo le dio a la Nación, para hacer un encendido llamado a la unión de todas las fuerzas internas en torno al caudillo, o en este caso, a la extensión de su proyecto político en los venideros comicios. Y quien sea capaz de ponerse de parte del enemigo extranjero, quien critique al comandante en jefe del ejército en orden de batalla, será convenientemente tildado de traidor, ya no solamente neoliberal, “facho” (tan de moda) o prianista. Será Masiosare reencarnado.

“Como anillo al dedo”, diría el propio presidente mexicano. Y nosotros, mientras tanto, discutiendo acaloradamente si el Tratado de Viena o si la doctrina Estrada.

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Como en el dicho popular, ponerse entre la espada y la pared en temas de política, más que un problema para el gobierno mexicano se ha vuelto una especie de tendencia, de juego excitante, de adicción a la adrenalina. No se trata de una estrategia consciente, dado que el aparato ejecutivo del actual sexenio le apostó al famoso “90% de lealtad, 10% de capacidad”, la improvisación siempre se ha ido por encima del talento para resolver los dilemas, se trata de la simple manipulación, de la exaltación ideológica y la autocomplacencia moral de las huestes que aplauden al presidente, y que sin análisis previo deciden instalarse entre conceptos opuestos, con total comodidad.

Por una parte —la espada—, el Tratado de Viena, una convención que desde 1961 delineó las bases de la diplomacia moderna, que define los límites territoriales de cualquier embajada; por otra parte —la pared— la doctrina Estrada, no vinculante pero sí oficial desde 1930, cuando, en honor al Secretario de Relaciones Exteriores Genaro Estrada Félix, quedaba establecido que México debe abstenerse de opinar, para bien o para mal, sobre otros gobiernos y sus conflictos o cambios, porque ello implicaría una intromisión en la sagrada soberanía de las naciones.

Lee también: Jefe de la ONU, "alarmado" ante asalto a Embajada de México en Ecuador

En días recientes se han desarrollado acontecimientos que atentan contra ambas nociones legales, colocando a México en medio de un desagradable incidente internacional. El ex vicepresidente de Ecuador, Jorge Glas, refugiado en la embajada mexicana de Quito desde 2023 y acusado de corrupción, recibió finalmente asilo político horas después de que la administración de Daniel Noboa declarase “persona non grata” a la embajadora Raquel Serur. La cadena de reacciones comenzó con las críticas de López Obrador al gobierno de Ecuador, opinando abiertamente y sin el más mínimo tacto sobre la campaña presidencial de aquel país, y terminó con la irrupción de un cuerpo de élite de la policía ecuatoriana, y la extracción forzosa de Jorge Glas. Es decir, todo inició con la inobservancia de una doctrina nacional de no intromisión, y luego de una escalada de rápidas venganzas mutuas, acabó en la violación insensata, inadmisible, del Tratado de Viena por parte de Ecuador.

No es secreto para nadie que el presidente mexicano hace uso de la doctrina Estrada según sus filias y fobias personales. La esgrime cuando se trata de condenar a dictaduras aliadas, como la cubana, la venezolana o la nicaragüense, deslindando de cualquier crítica a aquellos regímenes indeseables, de la misma manera en que la ignora cuando decide reprender a los gobernantes que le resultan repelentes, tal es el caso de Javier Milei, con quien ya acumula una buena refriega de insultos mutuos en tono de bullying escolar.

Desde el pasado viernes se vive un conflicto diplomático entre México y Ecuador / Foto: Reuters

Quizás resulte más difícil de entender que este presunto afán por colocarse entre la espada y la pared no se trata sólo de rivalidades políticas, sino de acciones y reacciones diplomáticas. Esa es sólo la parte más obvia. La escaramuza de Quito fue un error gravísimo que el gobierno de Daniel Noboa sirvió en bandeja de plata al presidente de México, y que este último ha de estar agradeciendo, y hasta festejando, en su círculo más íntimo. De hecho, Noboa se le adelantó al presidente argentino, ese que hasta comienzos de esta misma semana parecía ser el más indicado para desatar un buen conflicto internacional.

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Los gobiernos populistas siempre andan urgidos de confrontaciones externas que alienten y exacerben los sentimientos nacionalistas. México, un país inmerso en serios conflictos internos, en una virtual guerra civil contra el crimen organizado, tiene, por el contrario, muy pocos problemas de índole externa. Las crisis fronterizas se relacionan con el narcotráfico y la emigración ilegal. Por ello una buena bronca con un país no aliado resultaría el contexto perfecto para convocar al patriotismo tuitero, para citar al soldado que cada hijo le dio a la Nación, para hacer un encendido llamado a la unión de todas las fuerzas internas en torno al caudillo, o en este caso, a la extensión de su proyecto político en los venideros comicios. Y quien sea capaz de ponerse de parte del enemigo extranjero, quien critique al comandante en jefe del ejército en orden de batalla, será convenientemente tildado de traidor, ya no solamente neoliberal, “facho” (tan de moda) o prianista. Será Masiosare reencarnado.

“Como anillo al dedo”, diría el propio presidente mexicano. Y nosotros, mientras tanto, discutiendo acaloradamente si el Tratado de Viena o si la doctrina Estrada.

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