Cuando tenemos temor, nos ocultamos debajo de lo más alto, nos refugiamos y buscamos la sombra, es decir, protección. “La soledad de los gigantes” es la primera parte de dos en las que se divide “Los muchachos del Guinness Book”, obra con la cual Manuel Parra Aguilar obtuvo el Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines. En esta primera sección el autor nacido en Hermosillo nos acerca de una manera íntima y amigable con quienes formaron parte del récord mundial de las personas más altas del mundo, tales como Robert Wadlow, Yao Defen, Amazon Eve, John Aasen, entre otras. De esta última persona, en el libro se menciona:
si tuviéramos que dejar nuestras amistades,
olvidarnos de los nombres de los objetos,
dejar atrás nuestras más tiernas posesiones;
si tuviéramos que renunciar a nuestro ajeno dolor una vez más,
juro que sería para caminar tomados de tu mano,
John Aasen, happy norwegian giant.
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John Aasen fue un actor de cine mudo que tuvo un pequeño cameo en la película Freaks (1932), de Tod Browning.
Los muchachos del Guinness Book es una invitación a conversar con personas que han recorrido los mismos suelos que toda la humanidad, personas que, en su mayoría, se encuentran registradas en el libro de los récords mundiales, personas que sin intención (y a veces rechazando totalmente la mención) fueron incluidas.
“La soledad de los gigantes” inicia con un epígrafe que nos arroja una imagen muy plástica de lo que el autor abordará en su poesía; se trata de un pasaje del libro de Génesis 6: 4, donde se menciona a ciertos gigantes como seres de maldad, producto de ángeles caídos y la raza humana. Estos colosos que amenazaban al ser humano fueron destruidos por un diluvio, el cual también terminó con personas, como en una especie de purificación, como sucede en el poema dedicado a Robert Wadlow, la persona más alta en la historia, según el Libro de los Récords Guinness:
Como a esos nefilim,
hijos de los ángeles,
a Robert Wadlow le fue permitido tocar con la yema de los dedos
los cumulonimbus,
los nimboestratos;
ordenar la sagrada lluvia según la conveniencia de su granja en Alton Village.
Una parte de los poemas de esta primera sección aborda al gigante que se impone ante el enfado de ser objeto de las miradas de las personas:
“¡Eh, tú, no hay nada que celebrar!”, me contestó [Leonid] Stadnyk.
Y ésta fue su amenaza de arrojarme uno de los azules troncos del árbol donde se sostenía,
jalando aire por la boca
Otros tantos poemas muestran el lado tierno e inofensivo, familiar:
De ese rostro tantas veces avergonzado de Zeng Jinlian
aún vemos levantarse una alegre sonrisa,
diciéndonos que nada tiene sentido.
Y esto contradice toda verdad,
por más poética que sea.
La segunda parte de la obra se titula “Maniobras”, la cual se contrapone a la primera. Si en “La soledad de los gigantes” leíamos poemas de alturas y colosos llenos de mansedumbre, el autor nos muestra la otra cara de la moneda con versos que hablan desde el polo opuesto, de personas como Lucía Zárate, Edward Niño, Peter Dinklage, entre otros, poemas en donde el amor sobrepasa cualquier dimensión vertical, como el poema que referencia la boda de Chen Guilan y Li Tangyong; ella de 70 centímetros de altura; él de poco más de un metro:
Por ello queremos repetirlo,
por si alguno de ustedes no estuvo presente,
y una vez más decir que entre una línea y otra
el soleado pescuezo de la novia tenía ese tono de piel con el que conversan los enamorados;
es decir, que tenía el color de una hoja de cuchillo partiendo en dos la carne.
“Maniobras” abre con un epígrafe de la biblia, antes se solía segregar y apartar socialmente a las personas que se consideraba que no eran funcionales según las exigencias o propósitos comunitarios; me refiero a Levítico 21: 20.
Los poemas me motivaron a buscar los diferentes nombres en el libro. Este fue un ejercicio sorprendente al leer un poco más sobre los referentes para una amplitud de las imágenes plásticas. Así, los poemas hicieron una desautomatización de los sentidos, pues pude tener una mayor percepción sobre las personas referenciadas:
Y quisiera ordenarlo todo para que aquellas promesas se le cumplieran como al que más.
Anda, Edward Niño, ¿qué trajiste al mundo que no te puedas llevar?
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En cada uno de los poemas se halla una voz que pudo quedar oprimida; hay palabras que tal vez nunca llegaron a ser en sus labios, como aquel poema que termina (y con él concluye el libro) de manera retórica: ¿Qué tan abajo es lo más abajo? ¿O lo más alto? Las perspectivas humanas pueden llegar a ser redundantes, como esos cuestionamientos.
Manuel Parra Aguilar nos describe una de las vastas visiones que puede haber sobre una apariencia; el autor dialoga historiográficamente con cada una de las personas que se hallan en el libro. Con los poemas de Los muchachos del Guinness Book podemos sentarnos a conversar con Robert Wadlow, Anna Swan o Edward Niño; la voz poética los llama por su nombre. Al autor no le asombra por lo que son acreedores a un récord mundial que ni siquiera buscaron; lo que le interesa es la belleza humana en cada una de las personas en su libro.
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