En canciones, en narraciones, con testimonios, obras de teatro y hasta tesis, hemos conocido la historia de la “desaparición” de tres poblaciones de Sonora.
Suaqui, Batuc y Tepupa sucumbieron para dar luz; sus habitantes fueron desplazados y los pueblos hundidos en aras del progreso; en este sitio se construyó la presa hidroeléctrica Plutarco Elías Calles, conocida como El Novillo.
El hecho ocurrió a mediados de la época de los 60; no hubo opción de quedarse; algunas comunidades se construyeron alrededor de donde ahora está la presa , y otros pobladores se desplazaron a Hermosillo, a Cajeme y a otros municipios, dejando atrás parte de su vida.
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Algunos de los habitantes de esta región no se fueron muy lejos, siguen conservando sus recuerdos y referencias de cómo era el sitio donde desarrollaron parte de su vida, cuando eran jóvenes o unos niños.
Así es que, cuando el agua de la presa baja de nivel, vuelven a hacer el recorrido mental de su historia de vida; ubican casas, tumbas, lugares que fueron de su interés y de los que no se desprenden.
Este es el caso de don Gringo y don Benny, dos de los personajes que conocemos por el sitio Yo amo San Pedro de la Cueva y, quienes, nos hacen un recorrido por su nostalgia.
Llegan e identifican lugares del pueblo
Acompañados de Favián Lameda y de don Panchito Maldonado, Gringo y Benny visitaron las ruinas de Batuc.
En sus recuerdos, mencionan que vivían por la orilla, “por aquella calle”, a la vuelta, mientras estiran su brazo y señalan al horizonte de la presa seca, parados entre escombros.
Don Gringo hacía teguas y las mandaba a Hermosillo, a San Pedro de la Cueva, a Bacanora; había mucho trabajo, mucho dinero y muchas ganas de trabajar.
Empezaron a medir donde iban a construir la cortina, recordó, luego midieron los pueblos, pero muchos no sabían para qué, recordó; luego, “la Comisión comenzó a pagar las casas, pero no todos jalaron”.
Tuvieron la opción de recibir dinero o de ser reubicados, a quienes no tenían casas los indemnizaron con tres mil, pesos, y el agua los “echó afuera en 1964”.
Don Benny recuerda que en ese tiempo, él era muy joven, veían el agua y se ponían a ver nadar a los perritos cuando comenzaron a inundarse los pueblos.
La iglesia era muy bonita
De la iglesia, don Gringo recuerda que era muy bonita, pero no tenía campanario; la fachada, comenta, se la llevaron a Hermosillo: comenzaron a enumerar la tierra, vino un arquitecto a hacer el trabajo,dijo, y pusieron madera para desprender el frente.
Los señores de la tercera edad, comentan sobre la existencia de las tumbas de unos sacerdotes, también de un internado que hubo en este pueblo y de las muchachas que había, así como los lugares de procedencia.
“A veces las ruinas nos hacen cambiar el pensamiento”, dice don Gringo, al tiempo que señala que el pueblo era muy grande; menciona también cómo fue desmantelándose la iglesia: el coro, los escalones.
En este recorrido, don Gringo encontró la tumba de su hermano Angelito Romero Tarazón, quien tenía dos años de edad y murió a consecuencia de una inyección mal suministrada; él tenía alrededor de 15 años.
“Se estaba muriendo, mi amá me dijo ya no quiero verlo; nomás lo agarré yo y se murió”, relató; Angelito era cuate, su hermana le sobrevive.
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Éstas, son parte del recuerdo colectivo que existe en un lugar cubierto por las aguas, pero que no ha sido borrado de las memorias de quienes caminan por las piedras, por las ruinas, y recorren de nuevo sus pasos, como cuando eran chamacos y conocen de viva voz lo sucedido.
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