/ viernes 8 de noviembre de 2019

HMO Cuéntame tu Historia | El perro de René

El Muecas dormía afuera, iba y venía a su gusto por todo el barrio, recuerdo que se le servía comida en un sartén viejo que se le dejó de plato...

Uno de los recuerdos más viejos que tengo es el de tener un perro llamado Muecas, no era de raza, no era grande, era pinto entre blanco y negro, tenía una cicatriz larga y curva en un lado de su hocico que hacía parecer que sonreía, por eso el nombre de Muecas, alguien me contó que era un rozón de bala, pero nunca supe si era cierto.

El Muecas dormía afuera, iba y venía a su gusto por todo el barrio, recuerdo que se le servía comida en un sartén viejo que se le dejó de plato, me gustaba verlo andar por ahí alrededor de una piocha que teníamos al centro del patio, no jugaba con él, yo era pequeño y no me dejaban que me le acercara, decían que ya estaba muy viejo, creo que tenía catorce años, se le formaron unas bolas en sus caderas, comenzó a caminar mal, se le perforaron las bolas y le salía suciedad de adentro, alguien dijo que estaba tapado y todo eso eran desechos, murió al poco tiempo de enfermarse.

Al tiempo el vecino de enfrente, don Arturo, un señor mayor, medio bronco, calvo pero siempre con sombrero, se hizo de un perro con el pelo largo y ondulado, El Negro, le puso de nombre, pero ese perro nunca estaba en su casa, siempre andaba con nosotros, con los niños del barrio, recuerdo que le gustaba jugar con la pelota de tenis, le gustaba tanto que a veces cuando estábamos jugando beisbol el corría por la pelota y nos hacía corretearlo para poder quitársela, después con el tiempo comenzó a vivir en mi casa, se iba en el día con su dueño pero al llegar la noche volvía con nosotros y cuidaba nuestra casa, si El Negro ladraba de madrugada mi padre se levantaba a revisar, a veces sólo se sentaba para asomarse, como dormíamos en la caja de su pick up. Vivió muchos años El Negro, era fuerte y defendía su territorio, la casa de su dueño y la nuestra, de viejo por las noches comenzó a desconocerme, así que ya no me le acercaba mucho en sus últimos días.

Éramos muchos niños en la cuadra, pero a sólo unas calles también había más niños, a veces nos íbamos a jugar más lejos de nuestra esquina, en una ocasión que visitábamos a René, un amigo de la escuela que vivía a dos calles, me tocó ver un perro que cruzaba la calle sobre una patineta, nos tuvimos que tirar en la banqueta para reír a carcajadas, ese perro era de René, resultó que ese perro siempre estaba correteando los carros que pasaban por la calle, era usual ver a los perros ladrarles a las llantas cuando un carro pasaba, no sé a qué se debía eso ya que hoy en día no es usual, pues en uno de esos ataques del perro hacia un carro lo hirieron pasándole por encima, le rompieron la espalda y perdió la movilidad de sus patas traseras, entonces mi amigo lo amarro a una patineta con cuerdas y cintas, el perro aprendió a darse empuje con sus patas delanteras y usar la patineta como silla de ruedas, se le siguió viendo corretear a mas carros, era una escena muy cómica, por lo menos para nosotros que éramos niños, el perro no sé cuánto más viviría así, sólo supe que murió atropellado ya que nunca dejó de atacar a las llantas en movimiento.

* Extracto del libro "El Hijo de Don Changel”

Uno de los recuerdos más viejos que tengo es el de tener un perro llamado Muecas, no era de raza, no era grande, era pinto entre blanco y negro, tenía una cicatriz larga y curva en un lado de su hocico que hacía parecer que sonreía, por eso el nombre de Muecas, alguien me contó que era un rozón de bala, pero nunca supe si era cierto.

El Muecas dormía afuera, iba y venía a su gusto por todo el barrio, recuerdo que se le servía comida en un sartén viejo que se le dejó de plato, me gustaba verlo andar por ahí alrededor de una piocha que teníamos al centro del patio, no jugaba con él, yo era pequeño y no me dejaban que me le acercara, decían que ya estaba muy viejo, creo que tenía catorce años, se le formaron unas bolas en sus caderas, comenzó a caminar mal, se le perforaron las bolas y le salía suciedad de adentro, alguien dijo que estaba tapado y todo eso eran desechos, murió al poco tiempo de enfermarse.

Al tiempo el vecino de enfrente, don Arturo, un señor mayor, medio bronco, calvo pero siempre con sombrero, se hizo de un perro con el pelo largo y ondulado, El Negro, le puso de nombre, pero ese perro nunca estaba en su casa, siempre andaba con nosotros, con los niños del barrio, recuerdo que le gustaba jugar con la pelota de tenis, le gustaba tanto que a veces cuando estábamos jugando beisbol el corría por la pelota y nos hacía corretearlo para poder quitársela, después con el tiempo comenzó a vivir en mi casa, se iba en el día con su dueño pero al llegar la noche volvía con nosotros y cuidaba nuestra casa, si El Negro ladraba de madrugada mi padre se levantaba a revisar, a veces sólo se sentaba para asomarse, como dormíamos en la caja de su pick up. Vivió muchos años El Negro, era fuerte y defendía su territorio, la casa de su dueño y la nuestra, de viejo por las noches comenzó a desconocerme, así que ya no me le acercaba mucho en sus últimos días.

Éramos muchos niños en la cuadra, pero a sólo unas calles también había más niños, a veces nos íbamos a jugar más lejos de nuestra esquina, en una ocasión que visitábamos a René, un amigo de la escuela que vivía a dos calles, me tocó ver un perro que cruzaba la calle sobre una patineta, nos tuvimos que tirar en la banqueta para reír a carcajadas, ese perro era de René, resultó que ese perro siempre estaba correteando los carros que pasaban por la calle, era usual ver a los perros ladrarles a las llantas cuando un carro pasaba, no sé a qué se debía eso ya que hoy en día no es usual, pues en uno de esos ataques del perro hacia un carro lo hirieron pasándole por encima, le rompieron la espalda y perdió la movilidad de sus patas traseras, entonces mi amigo lo amarro a una patineta con cuerdas y cintas, el perro aprendió a darse empuje con sus patas delanteras y usar la patineta como silla de ruedas, se le siguió viendo corretear a mas carros, era una escena muy cómica, por lo menos para nosotros que éramos niños, el perro no sé cuánto más viviría así, sólo supe que murió atropellado ya que nunca dejó de atacar a las llantas en movimiento.

* Extracto del libro "El Hijo de Don Changel”

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