/ jueves 18 de enero de 2024

Cruzando línea | ¿Quién detiene a Trump?

Ha sido cínico, descarado y arrogante. Se siente intocable. Juega con fuego y se calienta las manos, pero no se quema. Así es Donald Trump, el favorito de los republicanos para llegar, otra vez, a la presidencia de Estados Unidos. ¿Tropezarán de nuevo con la misma piedra? Quizá el 2020 fue en vano.

Es enero de 2024 y se siente como si hubiéramos viajado en el tiempo; es como si fuéramos avanzando mientras el reloj camina con las manecillas hacia atrás. No es que hayamos olvidado todo lo que ha pasado: los escándalos, las acusaciones, la conspiración de fraude, el asalto al Capitolio, los acosos sexuales y los acuerdos millonarios a puertas cerradas; es que lo hemos normalizado.

Trump ha cruzado muchas líneas. Ya no hay vuelta atrás. Ha logrado que se tolere lo que antes se creía impensable. Ha sido insolente y sarcástico, retador e incitador, ha violado normas y leyes, y le aplauden. A cualquier otro ya lo hubieran condenado; si fuera mujer, la hubieran crucificado.

Hoy se violentan derechos con descaro; se impone el poder y el privilegio. Pero nada dura para siempre. El sentarnos en el presente para fantasear con el futuro, nos hace replantearnos a dónde vamos o a dónde volvemos; si queremos llegar a esos lugares de los que vinimos o por los que votamos.

El triunfo de Donald Trump en el caucus de Iowa es, sin sorpresas, un vistazo a la que podría ser una de las campañas más agresivas y menos predecibles de la historia de Estados Unidos ¿Quién puede frenar el ascenso del magnate republicano? Solo el voto.

Pero Trump no es solo el candidato más popular (aunque quizá no el más aceptado), sino que es la representación de un punto de quiebre en su partido. Él ha sido un fenómeno político desde el principio, el agente de polarización dentro de su mismo partido, el ejemplo humano del “estás conmigo o contra mí” y el de los extremos aceptados (o resignados).

Le hace falta un contrincante que le plante cara y lo haga tambalearse, que lo ponga dudar, que lo haga sudar frío o quizá incluso rezar. Pero no hay ni en las filas de su partido ni con los demócratas. En las primarias todos nos parecen tibios, incluso aquellos que antes hubiéramos jurado que tenían posturas radicales. A ellos les falta ese fuego que solo da el saber que ya lo hizo y está muy cerca de poderlo repetir.

Falta mucho para noviembre y todo puede pasar; todo, hasta él. No hay tempestad que sea eterna, aunque la sintamos así cada cuatro años; la diferencia es que esta es la tercera temporada del mismo huracán y quizá ya sea hora de llegar a puerto.

Ha sido cínico, descarado y arrogante. Se siente intocable. Juega con fuego y se calienta las manos, pero no se quema. Así es Donald Trump, el favorito de los republicanos para llegar, otra vez, a la presidencia de Estados Unidos. ¿Tropezarán de nuevo con la misma piedra? Quizá el 2020 fue en vano.

Es enero de 2024 y se siente como si hubiéramos viajado en el tiempo; es como si fuéramos avanzando mientras el reloj camina con las manecillas hacia atrás. No es que hayamos olvidado todo lo que ha pasado: los escándalos, las acusaciones, la conspiración de fraude, el asalto al Capitolio, los acosos sexuales y los acuerdos millonarios a puertas cerradas; es que lo hemos normalizado.

Trump ha cruzado muchas líneas. Ya no hay vuelta atrás. Ha logrado que se tolere lo que antes se creía impensable. Ha sido insolente y sarcástico, retador e incitador, ha violado normas y leyes, y le aplauden. A cualquier otro ya lo hubieran condenado; si fuera mujer, la hubieran crucificado.

Hoy se violentan derechos con descaro; se impone el poder y el privilegio. Pero nada dura para siempre. El sentarnos en el presente para fantasear con el futuro, nos hace replantearnos a dónde vamos o a dónde volvemos; si queremos llegar a esos lugares de los que vinimos o por los que votamos.

El triunfo de Donald Trump en el caucus de Iowa es, sin sorpresas, un vistazo a la que podría ser una de las campañas más agresivas y menos predecibles de la historia de Estados Unidos ¿Quién puede frenar el ascenso del magnate republicano? Solo el voto.

Pero Trump no es solo el candidato más popular (aunque quizá no el más aceptado), sino que es la representación de un punto de quiebre en su partido. Él ha sido un fenómeno político desde el principio, el agente de polarización dentro de su mismo partido, el ejemplo humano del “estás conmigo o contra mí” y el de los extremos aceptados (o resignados).

Le hace falta un contrincante que le plante cara y lo haga tambalearse, que lo ponga dudar, que lo haga sudar frío o quizá incluso rezar. Pero no hay ni en las filas de su partido ni con los demócratas. En las primarias todos nos parecen tibios, incluso aquellos que antes hubiéramos jurado que tenían posturas radicales. A ellos les falta ese fuego que solo da el saber que ya lo hizo y está muy cerca de poderlo repetir.

Falta mucho para noviembre y todo puede pasar; todo, hasta él. No hay tempestad que sea eterna, aunque la sintamos así cada cuatro años; la diferencia es que esta es la tercera temporada del mismo huracán y quizá ya sea hora de llegar a puerto.