/ jueves 7 de abril de 2022

Cruzando líneas | La mesa que me construí

Por mucho tiempo busqué un campito en una mesa siempre ajena. Jalaba un banquito, me encogía y me sentía afortunada cuando por un momento, si estiraba los brazos, podía sentirme cerca de los otros. Junté muchas migajas. Por años, adormecí a mis mariposas con las sobras del privilegio. Eso fue suficiente para sentirme conforme y feliz. Creía que formaba parte de algo; necesitaba sentirme parte de ellos.

Luego llegó la pandemia.

Se sacudió el mundo y descubrí que no cabía; la mesa era la pequeña… Yo no. Además, no me agradaban tanto los comensales, siempre atragantados de ego. Me alejé y me atreví a comer sola.

Después construí mi mesa, una que se ha hecho más grande con el paso del tiempo. En mi mesa no hay banquetes, sino cafecitos y todos cabemos; podemos ir y venir cuando nos plazca, no tenemos que disimular ni encajar ni coincidir y podemos ser. Somos reales: celebramos, compartimos, discutimos y hasta nos enrabiamos, como una familia de extraños que se convierten en amigos.

En esta mesa se han sentado niños migrantes, políticos, activistas, abogados, doctores, entrenadores, maestras de yoga, periodistas, alcaldes y hasta un embajador. También he compartido tardes con constructores, ingenieros, amas de casa, profesores, deportistas, ejecutivos, estudiantes y conserjes. Somos iguales, aunque el mundo nos quiera ver diferente.

Y un día se sentó Anita Zielina, la directora de uno de los programas de periodismo más importantes de Estados Unidos. Hablamos de la vida, las noticias y los sueños; de becas y finanzas, de productos y mercadotecnia. Me invitó a que juntáramos nuestras mesas en el Programa de Liderazgo Ejecutivo e Innovación de Periodismo de Craig Newmark Graduate School of Journalism de CUNY. Por un momento pensé que no me alcanzaba para pagar la cuenta de esa mesa o que sería una de esas en las que me engolosinaba de migajas. No fue así.

Un año después puedo leer reportes financieros y planear estrategias de sostenibilidad para ecosistemas de periodismo local; puedo crear productos, experimentar, innovar, crear diagramas y organigramas y, a pesar de mí misma, entender el "negocio" de los medios de comunicación. Me gradué con los honores que da el orgullo de saber que lo lograste, como siempre, a pesar de todo; que floreciste en el desierto.

Pero más allá de lo académico que no termino todavía de procesar, descubrí mi liderazgo. Entiendo, acepto y abrazo mi rol como líder en el periodismo y no siento culpa por ello, porque sé que soy el hoy y el mañana, y sé que quiero que las nuevas generaciones también puedan vivir su sueño sin ahogar a sus mariposas con migajas en el intento.

Además, conocí a un grupo de líderes maravillosos que como yo quieren cambiar narrativas y sacudirse la toxicidad de las redacciones, que de verdad anhelan transformar el mundo con mente, corazón, diversidad e inclusión. Me siento emocionada por hoy desde Brasil, Alemania, Suiza, Austria, el Reino Unido, Finlandia, México y Estados Unidos se sientan en mi mesa, en nuestra mesa, para compartir un cafecito. Así se cambia el mundo.

Por mucho tiempo busqué un campito en una mesa siempre ajena. Jalaba un banquito, me encogía y me sentía afortunada cuando por un momento, si estiraba los brazos, podía sentirme cerca de los otros. Junté muchas migajas. Por años, adormecí a mis mariposas con las sobras del privilegio. Eso fue suficiente para sentirme conforme y feliz. Creía que formaba parte de algo; necesitaba sentirme parte de ellos.

Luego llegó la pandemia.

Se sacudió el mundo y descubrí que no cabía; la mesa era la pequeña… Yo no. Además, no me agradaban tanto los comensales, siempre atragantados de ego. Me alejé y me atreví a comer sola.

Después construí mi mesa, una que se ha hecho más grande con el paso del tiempo. En mi mesa no hay banquetes, sino cafecitos y todos cabemos; podemos ir y venir cuando nos plazca, no tenemos que disimular ni encajar ni coincidir y podemos ser. Somos reales: celebramos, compartimos, discutimos y hasta nos enrabiamos, como una familia de extraños que se convierten en amigos.

En esta mesa se han sentado niños migrantes, políticos, activistas, abogados, doctores, entrenadores, maestras de yoga, periodistas, alcaldes y hasta un embajador. También he compartido tardes con constructores, ingenieros, amas de casa, profesores, deportistas, ejecutivos, estudiantes y conserjes. Somos iguales, aunque el mundo nos quiera ver diferente.

Y un día se sentó Anita Zielina, la directora de uno de los programas de periodismo más importantes de Estados Unidos. Hablamos de la vida, las noticias y los sueños; de becas y finanzas, de productos y mercadotecnia. Me invitó a que juntáramos nuestras mesas en el Programa de Liderazgo Ejecutivo e Innovación de Periodismo de Craig Newmark Graduate School of Journalism de CUNY. Por un momento pensé que no me alcanzaba para pagar la cuenta de esa mesa o que sería una de esas en las que me engolosinaba de migajas. No fue así.

Un año después puedo leer reportes financieros y planear estrategias de sostenibilidad para ecosistemas de periodismo local; puedo crear productos, experimentar, innovar, crear diagramas y organigramas y, a pesar de mí misma, entender el "negocio" de los medios de comunicación. Me gradué con los honores que da el orgullo de saber que lo lograste, como siempre, a pesar de todo; que floreciste en el desierto.

Pero más allá de lo académico que no termino todavía de procesar, descubrí mi liderazgo. Entiendo, acepto y abrazo mi rol como líder en el periodismo y no siento culpa por ello, porque sé que soy el hoy y el mañana, y sé que quiero que las nuevas generaciones también puedan vivir su sueño sin ahogar a sus mariposas con migajas en el intento.

Además, conocí a un grupo de líderes maravillosos que como yo quieren cambiar narrativas y sacudirse la toxicidad de las redacciones, que de verdad anhelan transformar el mundo con mente, corazón, diversidad e inclusión. Me siento emocionada por hoy desde Brasil, Alemania, Suiza, Austria, el Reino Unido, Finlandia, México y Estados Unidos se sientan en mi mesa, en nuestra mesa, para compartir un cafecito. Así se cambia el mundo.