/ jueves 12 de diciembre de 2019

Cruzando líneas | La Mora: El silencio que duele

La Mora.- Quizá todavía haya casquillos tirados en el monte cuando el presidente Andrés Manuel López Obrador llegue a La Mora el 3 de enero; tal vez las cenizas aún estén cubiertas por el plástico negro del que se escapan los metales baleados del auto calcinado; probablemente las cintas de “prohibido el paso” sigan atrapadas entre los arbustos y los cactus quemados… ojalá.

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Qué ganas de que recorriera la sierra y sus arroyos crecidos, que los políticos no llegaran en autos blindados y que sintieran el miedo latente de otra emboscada, como ellos. Qué ganas que les doliera algo, la conciencia, por ejemplo, y se les cayera la cara de vergüenza al verlos. Qué ganas de que se hiciera justicia.

Pero hoy son pocos los carros que suben la sierra de Sonora para atravesar hasta Chihuahua. La Morita, La Mora como le dicen algunos, pareciera estar en una pausa dolorosa. Las casas están vacías y las construcciones paradas, los columpios solo se mecen con el viento y ya no hay el barullo de las carcajadas. Quedan solo unos cuantos, la resistencia contra el horror de la masacre que les arrebató a nueve de los suyos de la manera más cruel que jamás pudieron haber imaginado. Aquí cala más el silencio que el frío.

Los que se fueron lo dejaron todo, los expulsó el miedo. ¿Cómo se puede volver a casa tranquilo cuando han matado con saña a nueve de los suyos? Es muy difícil no temer cuando el horror se siente tan cerca.

Los que se quedaron, añoran. Son los primos, hermanos, tíos, suegros y parientes de las víctimas. Son los que no quieren que les arrebaten más. Son los que sienten que la impotencia es más fuerte que el dolor.

Los que van y vienen son los que no aún no saben que sentir. No encuentran nido ni paz. Son los parientes y los políticos, los amigos y los periodistas, los que se asombran y a los que ya no los asusta nada. Son los nómadas eternos de la tragedia.

Y luego están ellos, los que sobrevivieron. Platican con la mirada perdida, con gestos impulsivos y lágrimas traicioneras. Son los que unen los miedos y las historias, los que viven de hubieras, los que intentan encontrarle lógica a la irónica muerte. Son los que lo vieron todo; los que sacaron los cuerpos ensangrentados de las camionetas, los que aún sienten el humo de los suyos calcinados, a los que aún les cuesta recorrer las brechas, los que recorren la sierra una y otra vez buscando balas y justificaciones. Son ellos a los que visitará el Presidente. A ellos y sus fantasmas.

Pero una visita oficial no basta para captar la complejidad de la fe y la raza. Los otros, los importantes, volarán, saludarán, recibirán condolencias y se irán. No recorrerán los estrechos caminos enlodados y quizá no se darán cuenta de lo mucho que todo ha cambiado. No hay atajos para entender la tragedia. Pero ojalá que puedan ver a través del dolor ajeno, la impotencia del pueblo, uno que en su búsqueda de la justicia siente que es un alivio tener a los cuerpos para llorar a sus muertos… miles más en México no han podido hacerlo.

Maritza L. Félix es una periodista, productora y escritora independiente galardonada con múltiples premios por sus trabajos de investigación periodística para prensa y televisión en México, Estados Unidos y Europa.

maritzalizethfelix@gmail.com

@maritzalfelix

La Mora.- Quizá todavía haya casquillos tirados en el monte cuando el presidente Andrés Manuel López Obrador llegue a La Mora el 3 de enero; tal vez las cenizas aún estén cubiertas por el plástico negro del que se escapan los metales baleados del auto calcinado; probablemente las cintas de “prohibido el paso” sigan atrapadas entre los arbustos y los cactus quemados… ojalá.

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Qué ganas de que recorriera la sierra y sus arroyos crecidos, que los políticos no llegaran en autos blindados y que sintieran el miedo latente de otra emboscada, como ellos. Qué ganas que les doliera algo, la conciencia, por ejemplo, y se les cayera la cara de vergüenza al verlos. Qué ganas de que se hiciera justicia.

Pero hoy son pocos los carros que suben la sierra de Sonora para atravesar hasta Chihuahua. La Morita, La Mora como le dicen algunos, pareciera estar en una pausa dolorosa. Las casas están vacías y las construcciones paradas, los columpios solo se mecen con el viento y ya no hay el barullo de las carcajadas. Quedan solo unos cuantos, la resistencia contra el horror de la masacre que les arrebató a nueve de los suyos de la manera más cruel que jamás pudieron haber imaginado. Aquí cala más el silencio que el frío.

Los que se fueron lo dejaron todo, los expulsó el miedo. ¿Cómo se puede volver a casa tranquilo cuando han matado con saña a nueve de los suyos? Es muy difícil no temer cuando el horror se siente tan cerca.

Los que se quedaron, añoran. Son los primos, hermanos, tíos, suegros y parientes de las víctimas. Son los que no quieren que les arrebaten más. Son los que sienten que la impotencia es más fuerte que el dolor.

Los que van y vienen son los que no aún no saben que sentir. No encuentran nido ni paz. Son los parientes y los políticos, los amigos y los periodistas, los que se asombran y a los que ya no los asusta nada. Son los nómadas eternos de la tragedia.

Y luego están ellos, los que sobrevivieron. Platican con la mirada perdida, con gestos impulsivos y lágrimas traicioneras. Son los que unen los miedos y las historias, los que viven de hubieras, los que intentan encontrarle lógica a la irónica muerte. Son los que lo vieron todo; los que sacaron los cuerpos ensangrentados de las camionetas, los que aún sienten el humo de los suyos calcinados, a los que aún les cuesta recorrer las brechas, los que recorren la sierra una y otra vez buscando balas y justificaciones. Son ellos a los que visitará el Presidente. A ellos y sus fantasmas.

Pero una visita oficial no basta para captar la complejidad de la fe y la raza. Los otros, los importantes, volarán, saludarán, recibirán condolencias y se irán. No recorrerán los estrechos caminos enlodados y quizá no se darán cuenta de lo mucho que todo ha cambiado. No hay atajos para entender la tragedia. Pero ojalá que puedan ver a través del dolor ajeno, la impotencia del pueblo, uno que en su búsqueda de la justicia siente que es un alivio tener a los cuerpos para llorar a sus muertos… miles más en México no han podido hacerlo.

Maritza L. Félix es una periodista, productora y escritora independiente galardonada con múltiples premios por sus trabajos de investigación periodística para prensa y televisión en México, Estados Unidos y Europa.

maritzalizethfelix@gmail.com

@maritzalfelix