/ viernes 13 de septiembre de 2019

Visión económica | El derecho de disentir

Este septiembre, Mes de la Patria, de la Independencia, nos encuentra oootra vez divididos. Desde 1810, cuando inicia nuestra lucha por la Independencia, más de dos siglos, hace 210 años que los mexicanos hemos estado divididos. No nos une ni la selección nacional de futbol soccer, ni la popularidad del presidente López Obrador, tal vez lo único que nos una sea el Día de las Madres.

En esta arena de desquiciada y violenta lucha libre de todos contra todos: fifís, chairos, emisarios del pasado, tecnócratas, neoliberales, empresarios rapaces de la mafia del poder, sicarios, jueces corruptos, narcotraficantes, policías vendidos, políticos corruptos, sacadólares, huachicoleros, prianistas, populistas, vendepatrias, científicos infructuosos, clientelistas, capitalistas, comunistas, socialistas, ninis, neonazis, proyanquis, antiyanquis, dinosauros, anarquistas, cholos, liberales, conservadores, derechistas, izquierdistas, centristas, proteccionistas, internacionalistas, aperturistas, globalifóbicos, fanáticos, dogmáticos, evangelistas, cristianos, religiosos, periodistas chayoteros, ateos, católicos, globalifílicos y traidores a la Patria; son sólo algunos epítetos que el Gobierno y los contras usan frente a sus críticos, donde todos se están peleando contra todos.

Lamentablemente hoy sufrimos una encarnizada batalla y feroz guerra intestina, que en los últimos 30 años ha cobrado la vida de medio millón de hermanos mexicanos, y que en estos momentos se siguen matando entre ellos mismos, sin que nadie haga nada efectivo por unir a los desunidos y desintegrados mexicanos. Aquí, en este crónico problema de desintegración nacional, y pérdida de principios y valores, no hay gobierno, no hay gobernanza ni gobernabilidad. Ante propios y extraños, hoy nuestra Patria está inmersa en un verdadero caos cultural, social, educativo, productivo, familiar, económico, político y de gobernación; y, a quienes contrario a las declaraciones del Gobierno, señalamos que el estado de cosas no está bien, a quienes advertimos que la impunidad, corrupción y asesinatos se han agravado recientemente, o que el pueblo no es “feliz feliz feliz”, se nos acusa de intelectuales conservadores apátridas.

El hecho de disentir, de discrepar de las opiniones gubernamentales no es antipatriótico ni antinacionalista. Los académicos que estudiamos y conocemos las realidades y verdades de los temas nacionales tenemos el derecho de criticar, de disentir. Es nuestro deber, nuestra obligación, señalar, en base a la verdad, si el rumbo del país o el de la administración pública no es el mejor o el correcto. Mandela, Gandhi, Churchill, Lincoln, y otros ilustres gobernantes lo han entendido bien: admitir las críticas constructivas es la mejor estrategia para gobernar.

Este septiembre, Mes de la Patria, de la Independencia, nos encuentra oootra vez divididos. Desde 1810, cuando inicia nuestra lucha por la Independencia, más de dos siglos, hace 210 años que los mexicanos hemos estado divididos. No nos une ni la selección nacional de futbol soccer, ni la popularidad del presidente López Obrador, tal vez lo único que nos una sea el Día de las Madres.

En esta arena de desquiciada y violenta lucha libre de todos contra todos: fifís, chairos, emisarios del pasado, tecnócratas, neoliberales, empresarios rapaces de la mafia del poder, sicarios, jueces corruptos, narcotraficantes, policías vendidos, políticos corruptos, sacadólares, huachicoleros, prianistas, populistas, vendepatrias, científicos infructuosos, clientelistas, capitalistas, comunistas, socialistas, ninis, neonazis, proyanquis, antiyanquis, dinosauros, anarquistas, cholos, liberales, conservadores, derechistas, izquierdistas, centristas, proteccionistas, internacionalistas, aperturistas, globalifóbicos, fanáticos, dogmáticos, evangelistas, cristianos, religiosos, periodistas chayoteros, ateos, católicos, globalifílicos y traidores a la Patria; son sólo algunos epítetos que el Gobierno y los contras usan frente a sus críticos, donde todos se están peleando contra todos.

Lamentablemente hoy sufrimos una encarnizada batalla y feroz guerra intestina, que en los últimos 30 años ha cobrado la vida de medio millón de hermanos mexicanos, y que en estos momentos se siguen matando entre ellos mismos, sin que nadie haga nada efectivo por unir a los desunidos y desintegrados mexicanos. Aquí, en este crónico problema de desintegración nacional, y pérdida de principios y valores, no hay gobierno, no hay gobernanza ni gobernabilidad. Ante propios y extraños, hoy nuestra Patria está inmersa en un verdadero caos cultural, social, educativo, productivo, familiar, económico, político y de gobernación; y, a quienes contrario a las declaraciones del Gobierno, señalamos que el estado de cosas no está bien, a quienes advertimos que la impunidad, corrupción y asesinatos se han agravado recientemente, o que el pueblo no es “feliz feliz feliz”, se nos acusa de intelectuales conservadores apátridas.

El hecho de disentir, de discrepar de las opiniones gubernamentales no es antipatriótico ni antinacionalista. Los académicos que estudiamos y conocemos las realidades y verdades de los temas nacionales tenemos el derecho de criticar, de disentir. Es nuestro deber, nuestra obligación, señalar, en base a la verdad, si el rumbo del país o el de la administración pública no es el mejor o el correcto. Mandela, Gandhi, Churchill, Lincoln, y otros ilustres gobernantes lo han entendido bien: admitir las críticas constructivas es la mejor estrategia para gobernar.