/ lunes 21 de diciembre de 2020

El columnario | Rosales entre la Casa de la Putería y otras expresiones

Como ya lo he manifestado en otras ocasiones, este tipo de temas los he abordado con anterioridad, ya que ciertamente desde pequeño me impactó este tema social, cuando al salir de la casa de mi abuela paterna, allá en la ciudad de Puebla, mis primos y yo salíamos a comprar unas nieves que se encontraban frente al Zócalo, cerca de la Catedral, sin embargo, para llegar a nuestro ansiado objetivo teníamos que cruzar un pasaje que tengo entendido le decían el “Callejón Variedades” ubicado entre la 4 Poniente y 2 Poniente, del que por cierto ya relaté en un columnario titulado: “Recuerdos de mi Infancia”, (El Sol de Hermosillo) - Cultura - Viernes 23 de septiembre 2016 / Columnario, Benjamín Rosales.

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En el cual, describo a detalle dichas experiencias durante mi infancia, dichas escenas estuvieron cargadas de curiosidad y de misticismo, ya que al caer la tarde algunos jornaleros y trabajadores del proletariado acudían a observar, así como a fisgonear a las sexoservidoras, tomando posturas corporales muy particulares como recargar el pie derecho sobre la pared y encender un cigarrillo al mismo tiempo que se acomodaban el sombrero, una serie de señales y símbolos, algo así como el desarrollo de un lenguaje no verbal como para que ellas los invitaran a pasar al lugar reservado, llevando a cabo las más bajas pasiones.

Sin embargo, a ellas no les agradaba que las molestasen, de hecho cuando alguien las ofendía o las insultaba, ellas tenían preparadas varias cubetas de agua bien helada, para vaciarla por completo sobre aquel “truhán” que intentara propasarse, esta era la manera en cómo ellas se protegían entre sí; por lo que dichas imágenes estuvieron cargadas de atmósferas un tanto sombrías, dentro de un contexto muy particular. No obstante, el aprendizaje cultural adquirido en ese tiempo fue sumamente enriquecedor, ya que por un lado en mi familia frecuentaban la visita a algunos templos religiosos (me refiero a las iglesias), ahí podía observar a un individuo arropado por una sotana o túnica hablando apaciblemente a las personas, mientras que en la calle escuchaba expresiones coloquiales y muy del pueblo mexicano, como cuando el chofer de un camión arremetía verbalmente contra un automovilista que le cerraba el paso, recordándole este a su “Santa Madre”.

Otro ejemplo era el carnicero del mercado La Victoria (ubicado en 6 Poniente y la 3 Norte) cuando elaboraba una serie de “piropos” a las mujeres que hacían su mandado o como cuando las meretrices formulaban un lenguaje sumamente folklórico vertiéndolo sobre sus destinatarios (es decir un simple parroquiano), esto como parte de una contraofensiva a los insultos antes recibidos, cosa que en lo particular me divertía de manera descomunal.

De hecho, en alguna ocasión pudimos observar una riña en donde dos individuos se disputaban un amorío con una de las prostitutas del lugar antes referido, por lo que estos encuentros se prolongaban por varios minutos, recuerdo las caras de los tipos quedarían casi desfiguradas y deformadas como resultado de la contienda, mientras los pequeños nos encontrábamos contemplando la escena tras unas cajas de madera que generalmente son utilizadas para transportar la verdura.

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Sin embargo, a mi llegada a tierras sonorenses, pude apreciar otra clase de sitios en los cuales se practicaba la misma clase de labores, ya un tanto más al estilo Lautrecresco, en donde incluso llegaría a retratar en su momento a varias de las mujeres de los prostíbulos más importantes de la localidad… conociendo a “la matrona” que regenteaba la “Casa de Citas” y cuyos rasgos cabe señalar eran muy parecidos a algunas de las mujeres de los burdeles de las pinturas de pintor parisino Henry de Toulouse Lautrec, por lo que en mi época como estudiante universitario todavía se podía percibir mi agrado y afinidad por este tipo de temáticas en torno a lo visualmente atractivo desde la propuesta y el contenido estético de las piezas realizadas. Es cuanto. Nos vemos la próxima entrega…

Como ya lo he manifestado en otras ocasiones, este tipo de temas los he abordado con anterioridad, ya que ciertamente desde pequeño me impactó este tema social, cuando al salir de la casa de mi abuela paterna, allá en la ciudad de Puebla, mis primos y yo salíamos a comprar unas nieves que se encontraban frente al Zócalo, cerca de la Catedral, sin embargo, para llegar a nuestro ansiado objetivo teníamos que cruzar un pasaje que tengo entendido le decían el “Callejón Variedades” ubicado entre la 4 Poniente y 2 Poniente, del que por cierto ya relaté en un columnario titulado: “Recuerdos de mi Infancia”, (El Sol de Hermosillo) - Cultura - Viernes 23 de septiembre 2016 / Columnario, Benjamín Rosales.

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En el cual, describo a detalle dichas experiencias durante mi infancia, dichas escenas estuvieron cargadas de curiosidad y de misticismo, ya que al caer la tarde algunos jornaleros y trabajadores del proletariado acudían a observar, así como a fisgonear a las sexoservidoras, tomando posturas corporales muy particulares como recargar el pie derecho sobre la pared y encender un cigarrillo al mismo tiempo que se acomodaban el sombrero, una serie de señales y símbolos, algo así como el desarrollo de un lenguaje no verbal como para que ellas los invitaran a pasar al lugar reservado, llevando a cabo las más bajas pasiones.

Sin embargo, a ellas no les agradaba que las molestasen, de hecho cuando alguien las ofendía o las insultaba, ellas tenían preparadas varias cubetas de agua bien helada, para vaciarla por completo sobre aquel “truhán” que intentara propasarse, esta era la manera en cómo ellas se protegían entre sí; por lo que dichas imágenes estuvieron cargadas de atmósferas un tanto sombrías, dentro de un contexto muy particular. No obstante, el aprendizaje cultural adquirido en ese tiempo fue sumamente enriquecedor, ya que por un lado en mi familia frecuentaban la visita a algunos templos religiosos (me refiero a las iglesias), ahí podía observar a un individuo arropado por una sotana o túnica hablando apaciblemente a las personas, mientras que en la calle escuchaba expresiones coloquiales y muy del pueblo mexicano, como cuando el chofer de un camión arremetía verbalmente contra un automovilista que le cerraba el paso, recordándole este a su “Santa Madre”.

Otro ejemplo era el carnicero del mercado La Victoria (ubicado en 6 Poniente y la 3 Norte) cuando elaboraba una serie de “piropos” a las mujeres que hacían su mandado o como cuando las meretrices formulaban un lenguaje sumamente folklórico vertiéndolo sobre sus destinatarios (es decir un simple parroquiano), esto como parte de una contraofensiva a los insultos antes recibidos, cosa que en lo particular me divertía de manera descomunal.

De hecho, en alguna ocasión pudimos observar una riña en donde dos individuos se disputaban un amorío con una de las prostitutas del lugar antes referido, por lo que estos encuentros se prolongaban por varios minutos, recuerdo las caras de los tipos quedarían casi desfiguradas y deformadas como resultado de la contienda, mientras los pequeños nos encontrábamos contemplando la escena tras unas cajas de madera que generalmente son utilizadas para transportar la verdura.

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Sin embargo, a mi llegada a tierras sonorenses, pude apreciar otra clase de sitios en los cuales se practicaba la misma clase de labores, ya un tanto más al estilo Lautrecresco, en donde incluso llegaría a retratar en su momento a varias de las mujeres de los prostíbulos más importantes de la localidad… conociendo a “la matrona” que regenteaba la “Casa de Citas” y cuyos rasgos cabe señalar eran muy parecidos a algunas de las mujeres de los burdeles de las pinturas de pintor parisino Henry de Toulouse Lautrec, por lo que en mi época como estudiante universitario todavía se podía percibir mi agrado y afinidad por este tipo de temáticas en torno a lo visualmente atractivo desde la propuesta y el contenido estético de las piezas realizadas. Es cuanto. Nos vemos la próxima entrega…