/ miércoles 26 de agosto de 2020

Julio César Belmont y Sonora

En esta entrega de Visual Blog, Fernanda Ballesteros nos habla sobre el pintor Julio César Belmont y su trabajo en Sonora

Un incendio en su departamento en la Ciudad de México lo obligó a mudarse y un cliente lo jaló a Sonora. A Cajeme. Le encargaron cultura yaqui mezclada con la filosofía de una empresa.

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Julio César recorrió entonces pueblos yaquis, playas, y carreteras con matorrales, paisajes que lo inspirarían después de una manera abstracta, compacta, sugerencias de manchas gestuales en el suelo, en el cuadro, azules y cielos únicos, , fondos sencillos y potentes.

La luz, dice Julio César, la luz allá es hermosísima.

Visitó dos, tres granjas. Conoció a un hombre que criaba gallos de pelea y, en el mismo lugar, criaba caballos. Ambos animales los reencarnaría en óleo, los gallos anunciando el amanecer o el atardecer, los caballos como fuerza.

Un tumor en la cabeza lo obligó esta vez a recorrer el camino opuesto, a regresar a la Ciudad de México, a ir hacia atrás casi de la misma vida. Pasó por un coma del que él dice que sus efectos consistieron en:

Zambullirme y sacarme a la vida. Fue un giro total.

Y cuando pudo agarrar un pincel, empezó la serie “Notas mentales”, ahora expuesta en la Sala de Arte del ISC.

¿Por qué “notas mentales”? Porque son ideas sin su contexto. Tal como en un recuerdo escuchamos sólo la voz del protagonista, y eliminamos el ruido de los coches, o de los insectos, o del ambiente en sí, Julio César toma los elementos primordiales y los mete en una realidad propia, donde las magnitudes cambian.

Foto: Cortesía | ISC

Fue hasta después que se dio cuenta cómo Sonora seguía apareciendo en su obra. En Cajeme, fue la primera vez que tuvo un acercamiento a personas religiosas. Ya había tenido contacto con los de la cábala, con chamanes, pero acá le abrió otra perspectiva su relación con el poder superior de la Orden de la Merced. Le querían pedir una serie de vírgenes. Entre que se hacía el pacto y no, las conversaciones continuaban en torno a desayunos, comidas y cenas que iluminaban para el artista otro camino hacia lo trascendental, impregnado en su obra con globos sin lazos.

La forma de ser, dice Julio César, la forma de ser de allá me impactó más que en cualquier otro Estado.

Fraternales, selectivos, hospitalarios. Recomendado por alguien de ahí, la gente fue abierta con él, directa y amable:

Y eso se agradece horrores, dice, porque con eso puedes avanzar mucho en cuestión personal, en cuestión de compartir.

El artista, en esta serie, nos comparte una visión personal, un Sprite que se vuelve Rite, un rito aprendido en un comedor de la Orden de la Merced en Cajeme, la lata como una representación de lo establecido, del comercio fragmentado, aplastado, donde el niño está arriba, con una estrella en la cabeza, la omnipotencia, y la niña que está jugando alrededor, dándole la vuelta a la lata, apreciando la sombra de la lata, en acompañamiento.

Foto: Cortesía | ISC

El niño con la vela: Julio César tiene una ligera sospecha de que la vela tiene que ver con el tumor en la cabeza. Fue un tumor que se crea desde la gestación, las células se desprenden cuando se está formando el feto pero no logran ser desechadas completamente. Normalmente son desalojadas por vía nasal, y uno que otro a veces se queda atorado. En décadas anteriores ni siquiera se manifestaban. De un tiempo hacia acá han empezado a hacerlo, regularmente en hombres. Él fue uno de los desafortunados. Regresó a nosotros para dedicarse a:

Trabajar, trabajar, crear, crear, dice. Algo instintivo, consciente… un proceso natural.

Fernanda Ballesteros

(Hermosillo, Sonora, 1991)

Escritora, pintora y productora de documentales. Autora de Arigatou goza-y-más (Elefanta/ISC, 2019, premio Crónica, Concurso del Libro Sonorense 2018). Licenciada en Periodismo por la UP; maestra en Literatura por Casa Lamm y en Historia contemporánea por Sorbonne Paris 1; diplomado en pintura en Beaux Arts Paris y en filosofía en 17, Instituto de Estudios Críticos.

Actualmente se desempeña como jefa del Departamento de Literatura y Bibliotecas del Instituto Sonorense de Cultura.



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Un incendio en su departamento en la Ciudad de México lo obligó a mudarse y un cliente lo jaló a Sonora. A Cajeme. Le encargaron cultura yaqui mezclada con la filosofía de una empresa.

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Julio César recorrió entonces pueblos yaquis, playas, y carreteras con matorrales, paisajes que lo inspirarían después de una manera abstracta, compacta, sugerencias de manchas gestuales en el suelo, en el cuadro, azules y cielos únicos, , fondos sencillos y potentes.

La luz, dice Julio César, la luz allá es hermosísima.

Visitó dos, tres granjas. Conoció a un hombre que criaba gallos de pelea y, en el mismo lugar, criaba caballos. Ambos animales los reencarnaría en óleo, los gallos anunciando el amanecer o el atardecer, los caballos como fuerza.

Un tumor en la cabeza lo obligó esta vez a recorrer el camino opuesto, a regresar a la Ciudad de México, a ir hacia atrás casi de la misma vida. Pasó por un coma del que él dice que sus efectos consistieron en:

Zambullirme y sacarme a la vida. Fue un giro total.

Y cuando pudo agarrar un pincel, empezó la serie “Notas mentales”, ahora expuesta en la Sala de Arte del ISC.

¿Por qué “notas mentales”? Porque son ideas sin su contexto. Tal como en un recuerdo escuchamos sólo la voz del protagonista, y eliminamos el ruido de los coches, o de los insectos, o del ambiente en sí, Julio César toma los elementos primordiales y los mete en una realidad propia, donde las magnitudes cambian.

Foto: Cortesía | ISC

Fue hasta después que se dio cuenta cómo Sonora seguía apareciendo en su obra. En Cajeme, fue la primera vez que tuvo un acercamiento a personas religiosas. Ya había tenido contacto con los de la cábala, con chamanes, pero acá le abrió otra perspectiva su relación con el poder superior de la Orden de la Merced. Le querían pedir una serie de vírgenes. Entre que se hacía el pacto y no, las conversaciones continuaban en torno a desayunos, comidas y cenas que iluminaban para el artista otro camino hacia lo trascendental, impregnado en su obra con globos sin lazos.

La forma de ser, dice Julio César, la forma de ser de allá me impactó más que en cualquier otro Estado.

Fraternales, selectivos, hospitalarios. Recomendado por alguien de ahí, la gente fue abierta con él, directa y amable:

Y eso se agradece horrores, dice, porque con eso puedes avanzar mucho en cuestión personal, en cuestión de compartir.

El artista, en esta serie, nos comparte una visión personal, un Sprite que se vuelve Rite, un rito aprendido en un comedor de la Orden de la Merced en Cajeme, la lata como una representación de lo establecido, del comercio fragmentado, aplastado, donde el niño está arriba, con una estrella en la cabeza, la omnipotencia, y la niña que está jugando alrededor, dándole la vuelta a la lata, apreciando la sombra de la lata, en acompañamiento.

Foto: Cortesía | ISC

El niño con la vela: Julio César tiene una ligera sospecha de que la vela tiene que ver con el tumor en la cabeza. Fue un tumor que se crea desde la gestación, las células se desprenden cuando se está formando el feto pero no logran ser desechadas completamente. Normalmente son desalojadas por vía nasal, y uno que otro a veces se queda atorado. En décadas anteriores ni siquiera se manifestaban. De un tiempo hacia acá han empezado a hacerlo, regularmente en hombres. Él fue uno de los desafortunados. Regresó a nosotros para dedicarse a:

Trabajar, trabajar, crear, crear, dice. Algo instintivo, consciente… un proceso natural.

Fernanda Ballesteros

(Hermosillo, Sonora, 1991)

Escritora, pintora y productora de documentales. Autora de Arigatou goza-y-más (Elefanta/ISC, 2019, premio Crónica, Concurso del Libro Sonorense 2018). Licenciada en Periodismo por la UP; maestra en Literatura por Casa Lamm y en Historia contemporánea por Sorbonne Paris 1; diplomado en pintura en Beaux Arts Paris y en filosofía en 17, Instituto de Estudios Críticos.

Actualmente se desempeña como jefa del Departamento de Literatura y Bibliotecas del Instituto Sonorense de Cultura.



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