/ lunes 13 de mayo de 2024

ElCrítico21 | Días perfectos: éramos felices, ¿y no lo sabías?

La soledad urbana avanza. El aislamiento individual es, para no pocos, un irremediable estilo de vida. Hoy día, para referirnos a una gran ciudad, alguien podría escribir: “es refugio de libre pensadores, inadaptados, charlatanes y gente solitaria”. Así, el retraimiento social – aseguran estudios profesionales – produce tristeza y depresión.

Sin embargo, existe el arte y la cultura, poderosos escudos que nos protegen contra las posibles desventajas de la independencia absoluta.

Días perfectos ( Wim Wanders, 2023 ) explora la línea entre la crónica documental y la ficción poética para mostrar que la rutina es la estructura humana con la que se construye la paz y, por momentos, la felicidad.

Esta producción – la mejor de Wanders en, quizás, 30 años – exhibe a Tokio desde una perspectiva minimalista y, al mismo tiempo, emotiva: Hirayama ( Koji Yakusho ) es un hombre de mediana edad cuyo oficio es limpiar baños públicos dentro de un área de la capital nipona. El protagonista se levanta al alba, se acicala con meticulosidad, al salir contempla por segundos el nuevo día, toma café y parte a su responsabilidad en su impecable vagoneta.

En el camino escuchará una playlist de canciones clásicas norteamericanas de los sesentas y setentas: The Animals, Otis Reading, Lou Reed, Van Morrison o Nina Simone: una lista perfecta para Días perfectos.

Hirayama no tiene pasado, no piensa en el futuro. Se ha decantado por el aquí y el ahora con la convicción de la vida efímera, pero asombrosa. Su rutina no tiene nada de asfixiante, no es el preludio de abatimiento y mortalidad. Es, con toda simpleza, la manera en la que Hirayama ejerce una libertad que no todos desean: la soledad, adaptándose a la sociedad que alimenta su cuerpo y espíritu.

Días perfectos presenta una línea de tiempo de dos semanas. Claro, existen situaciones que por momentos apartan a Hirayama de suS amadas costumbres, pero hay una fuerza de gravedad que siempre lo mantiene en el centro de su órbita mundana y divina.

Hay una escena en Días perfectos que describe un concepto clave de la cultura japonesa: komorebi. El término describe “la luz y la sombra que provoca el sol al pasar a través de las hojas de un árbol movidas por el viento”. Lo que expresa Hirayama es que el komorebi siempre está ahí, esperando por nosotros.

El desenlace de Días perfectos es bellísimo.

Un primer plano de nuestro protagonista escuchando “Feeling Good” de la Nina Simone. Mientras se deja seducir por la melodía – y su increíble arreglo jazzístico – se despliega frente al espectador todo un abanico de emociones: la vida es maravillosa, única e irrepetible.

Nada como celebrar nuestra rutina. El trabajo es vida. ¿No es suficiente para ser feliz? Entonces acompañemos el día a día con la playlist favorita: que no falte la mejor música.

Qué leer antes o después de la función

Tokio Blues, de Haruki Murakami. Watanabe, un ejecutivo de 37 años, aterriza en un aeropuerto europeo. Casi sin querer, escucha una canción de The Beatles que le hace retroceder a los días de su juventud.

Es una historia de nostalgia y del dolor que provoca el paso hacia la edad adulta.

La soledad urbana avanza. El aislamiento individual es, para no pocos, un irremediable estilo de vida. Hoy día, para referirnos a una gran ciudad, alguien podría escribir: “es refugio de libre pensadores, inadaptados, charlatanes y gente solitaria”. Así, el retraimiento social – aseguran estudios profesionales – produce tristeza y depresión.

Sin embargo, existe el arte y la cultura, poderosos escudos que nos protegen contra las posibles desventajas de la independencia absoluta.

Días perfectos ( Wim Wanders, 2023 ) explora la línea entre la crónica documental y la ficción poética para mostrar que la rutina es la estructura humana con la que se construye la paz y, por momentos, la felicidad.

Esta producción – la mejor de Wanders en, quizás, 30 años – exhibe a Tokio desde una perspectiva minimalista y, al mismo tiempo, emotiva: Hirayama ( Koji Yakusho ) es un hombre de mediana edad cuyo oficio es limpiar baños públicos dentro de un área de la capital nipona. El protagonista se levanta al alba, se acicala con meticulosidad, al salir contempla por segundos el nuevo día, toma café y parte a su responsabilidad en su impecable vagoneta.

En el camino escuchará una playlist de canciones clásicas norteamericanas de los sesentas y setentas: The Animals, Otis Reading, Lou Reed, Van Morrison o Nina Simone: una lista perfecta para Días perfectos.

Hirayama no tiene pasado, no piensa en el futuro. Se ha decantado por el aquí y el ahora con la convicción de la vida efímera, pero asombrosa. Su rutina no tiene nada de asfixiante, no es el preludio de abatimiento y mortalidad. Es, con toda simpleza, la manera en la que Hirayama ejerce una libertad que no todos desean: la soledad, adaptándose a la sociedad que alimenta su cuerpo y espíritu.

Días perfectos presenta una línea de tiempo de dos semanas. Claro, existen situaciones que por momentos apartan a Hirayama de suS amadas costumbres, pero hay una fuerza de gravedad que siempre lo mantiene en el centro de su órbita mundana y divina.

Hay una escena en Días perfectos que describe un concepto clave de la cultura japonesa: komorebi. El término describe “la luz y la sombra que provoca el sol al pasar a través de las hojas de un árbol movidas por el viento”. Lo que expresa Hirayama es que el komorebi siempre está ahí, esperando por nosotros.

El desenlace de Días perfectos es bellísimo.

Un primer plano de nuestro protagonista escuchando “Feeling Good” de la Nina Simone. Mientras se deja seducir por la melodía – y su increíble arreglo jazzístico – se despliega frente al espectador todo un abanico de emociones: la vida es maravillosa, única e irrepetible.

Nada como celebrar nuestra rutina. El trabajo es vida. ¿No es suficiente para ser feliz? Entonces acompañemos el día a día con la playlist favorita: que no falte la mejor música.

Qué leer antes o después de la función

Tokio Blues, de Haruki Murakami. Watanabe, un ejecutivo de 37 años, aterriza en un aeropuerto europeo. Casi sin querer, escucha una canción de The Beatles que le hace retroceder a los días de su juventud.

Es una historia de nostalgia y del dolor que provoca el paso hacia la edad adulta.