Hay regiones en nuestro país donde los narcotraficantes dominan. Estas áreas han crecido provocando en la sociedad – individuos, familias y sectores productivos– una sensación de impotencia muy grave. El silencio de las autoridades solo subraya el abandono que somete a los ciudadanos, sobre todo a los más vulnerables.
Y de eso va Correr para vivir ( Gerardo Dorantes, 2024 ), ópera prima de su realizador que lo coloca en el sitio de las grandes expectativas debido a su habilidad para los encuadres, la dirección de cámaras durante secuencias de acción, una edición pertinente y, sobre todo, la inclusión de una partitura musical atractiva y memorable.
La película nos ubica en la imponente y mayestática Sierra Tarahumara, hogar de los rarámuris de pies fuertes y ligeros a quienes el mundo considera “nacidos para correr”.
Correr para vivir exhibe el acoso que padecen los pueblos originarios por parte del crimen organizado. Es una cinta que no evade la realidad que nos agobia. Y lo hace con un elenco que responde con bravura a las exigencias de cada rol.
Esta es la historia de dos medios hermanos: Capó, el rarámuri (Manuel Cruz) y Omero, el chabochi o mestizo (Vladimir Rivera); el anhelo de correr y alcanzar la gloria como Arnulfo Quimare, Pedro Parra o Lorena Ramírez los une, tanto como el cuidado que exige la milpa patriarcal, sin embargo, mientras Capó se ve obligado a trabajar para Jacinto (Osvaldo Sánchez), el sicario que recluta corredores para el traslado de cocaína en la sierra, Omero está decidido a llegar a la meta, aunque tenga que luchar contra su propia condición mestiza.
La belleza de cañones, montañas, valles, arroyos y cascadas crean una atmósfera muy cercana a los códigos del western: testosterona, crimen y maldad que despertarán en el héroe su más alto sentido del honor y la dignidad.
Correr para vivir no es una cinta perfecta. Existen ciertos hoyos en el guion que resultan pertinentes de señalar.
El primero. Jacinto aborda a Capó y a su novia (Mayra Sérbulo) en un baile y lo hace por el interés que le provoca la muchacha; después, el malandro no volverá a acordarse de ella; luego, hay un cazatalentos extranjero, Nelson (Martin Kulper) que desea reclutar a Capó, al ser rechazado por éste, se expresa bien de Omero, sin embargo, en las siguientes escenas el gringo muestra un frío y hostil distanciamiento con el chabochi.
Por último, existen situaciones que cambian de manera intempestiva por lo que el espectador necesita un poco más de información.
Una parábola contemporánea, y por tanto, dolorosa, de Caín y Abel; la identidad de los rarámuris mostrada con respeto y justicia, los paisajes grandiosos de la Sierra Tarahumara convertidos en un personaje más y la violencia descarnada: sangre, disparos y muerte.
Hay que seguirle la huella a Gerardo Dorantes.
Qué leer antes o después de la función
Lo demás es silencio, de Camila Villegas. En el corazón de la Sierra Tarahumara, un exsacerdote que ha formado familia y vive en comunidad, decide enfrentar la amenaza del narcotráfico. El crimen y la violencia trastocan la naturaleza y así se plantea la pregunta: ¿hasta donde somos capaces de llegar en pos de la paz y la justicia?