/ viernes 19 de noviembre de 2021

Bio-informando | Impostor vs Dunning-Kruger

“Si yo pudiera darte una cosa en la vida, me gustaría darte la capacidad de verte a ti mismo a través de mis ojos. Sólo entonces te darás cuenta de lo especial que eres para mí” (Frida Kahlo).

Quiero agradecer infinitivamente este espacio en el que he podido exponer mis pensamientos, reflexiones y mi sentir con respecto a experiencias vividas en mi profesión y que lejos de centrarme en ella, me permito trasladarlas a otros ámbitos con el objetivo de mostrar que los científicos no nos encontramos ajenos a las emociones sino que somos exactamente igual a cualquier persona; inclusive, me atrevería a decir que en ocasiones las vibramos más.

Tanto en mi formación integral como ahora ejerciendo como docente me he topado con compañeros, colegas y alumnos que manifiestan lo que se conoce como el síndrome del impostor y el síndrome de Dunning-Kruger. El primero se caracteriza porque la persona cree que no es inteligente o suficientemente hábil para lo que desempeña aun con evidencias tangibles de que es altamente competente y exitosa; por su parte, el segundo es todo lo contrario.

Las personas que presentan el síndrome de Dunning-Kruger están firmemente convencidas de ser altamente competentes cuando no tienen ninguna evidencia de ello o sus habilidades para tal efecto son escasas o aún no se han desarrollado.

He conocido personas brillantes profesionalmente y que como seres humanos son excepcionales; sin embargo, en ocasiones les gana la duda, el estrés y la incertidumbre del quehacer diario y de los compromisos a cumplir, a tal grado, que no llegan a explotar su máximo potencial.

Por otro lado, he visto compañeros y alumnos que no tienen ni idea de dónde están parados ni dimensionan la responsabilidad y el trabajo que implica el hacerse de una imagen en una profesión y aun sin concluir su preparación, ya se sienten una eminencia andante. Irónicamente, en ocasiones, estas personas aun con sus deficiencias (profesionales e interpersonales), salen bien libradas de situaciones complejas.

Así como uno no se explica como perros o cabras terminan en techos altos o atorados en cables de electricidad, a veces no hay explicación de cómo semejantes ejemplares humanos llegaron tan alto. Ya en serio, evidentemente, ambas situaciones requieren ajustes; sin embargo, algo que me queda completamente claro, es la importancia de la actitud y de la seguridad que uno debe tener en uno mismo para desenvolverse en cualquier aspecto de la vida. Aquí en confesión, les puedo compartir que en ocasiones me he sorprendido a mí mismo manifestando actitudes del síndrome del impostor y en ocasiones he sentido que necesito hacer más, capacitarme más, dar más para demostrar mi competencia. Sin embargo, cuando me abruman mis pensamientos, hago un alto en el camino y hago rápidamente un recuento de todo lo que he logrado; me vuelvo consciente de mí mismo, de mi calidad y riqueza humana dándome cuenta de mi valía como profesional y humano (con todo y mis aciertos y desatinos) y que ésta no depende del juicio de nadie.

Cuando concluí mis estudios del posgrado, me quedó muy claro que a partir de ese momento mi carrera iniciaba, que la actualización siempre sería constante, que tenía más preguntas que respuestas, que la emoción y el nervio al estar frente a un público jamás se irían, que tenía el compromiso de ponerme al servicio de la sociedad y que cometería más errores pero también estaba seguro de que vendrían más éxitos y que soy merecedor de todo lo que sueño.

Claro, a veces, no es sencillo bailar al son que la vida va sintonizando pero uno debe aferrarse a vivir y seguir adelante. Las comparaciones no son buenas y cada quien ‘va a tiempo’ en lo que tiene que vivir. “Ni tanto que queme al santo ni tan poco que no lo alumbre”.

Dedico esta entrega a Rosa María Durazo Castro que partió en paz el pasado martes hacia la eternidad. Un beso al cielo.

Feliz fin de semana y merecido descanso.

“Si yo pudiera darte una cosa en la vida, me gustaría darte la capacidad de verte a ti mismo a través de mis ojos. Sólo entonces te darás cuenta de lo especial que eres para mí” (Frida Kahlo).

Quiero agradecer infinitivamente este espacio en el que he podido exponer mis pensamientos, reflexiones y mi sentir con respecto a experiencias vividas en mi profesión y que lejos de centrarme en ella, me permito trasladarlas a otros ámbitos con el objetivo de mostrar que los científicos no nos encontramos ajenos a las emociones sino que somos exactamente igual a cualquier persona; inclusive, me atrevería a decir que en ocasiones las vibramos más.

Tanto en mi formación integral como ahora ejerciendo como docente me he topado con compañeros, colegas y alumnos que manifiestan lo que se conoce como el síndrome del impostor y el síndrome de Dunning-Kruger. El primero se caracteriza porque la persona cree que no es inteligente o suficientemente hábil para lo que desempeña aun con evidencias tangibles de que es altamente competente y exitosa; por su parte, el segundo es todo lo contrario.

Las personas que presentan el síndrome de Dunning-Kruger están firmemente convencidas de ser altamente competentes cuando no tienen ninguna evidencia de ello o sus habilidades para tal efecto son escasas o aún no se han desarrollado.

He conocido personas brillantes profesionalmente y que como seres humanos son excepcionales; sin embargo, en ocasiones les gana la duda, el estrés y la incertidumbre del quehacer diario y de los compromisos a cumplir, a tal grado, que no llegan a explotar su máximo potencial.

Por otro lado, he visto compañeros y alumnos que no tienen ni idea de dónde están parados ni dimensionan la responsabilidad y el trabajo que implica el hacerse de una imagen en una profesión y aun sin concluir su preparación, ya se sienten una eminencia andante. Irónicamente, en ocasiones, estas personas aun con sus deficiencias (profesionales e interpersonales), salen bien libradas de situaciones complejas.

Así como uno no se explica como perros o cabras terminan en techos altos o atorados en cables de electricidad, a veces no hay explicación de cómo semejantes ejemplares humanos llegaron tan alto. Ya en serio, evidentemente, ambas situaciones requieren ajustes; sin embargo, algo que me queda completamente claro, es la importancia de la actitud y de la seguridad que uno debe tener en uno mismo para desenvolverse en cualquier aspecto de la vida. Aquí en confesión, les puedo compartir que en ocasiones me he sorprendido a mí mismo manifestando actitudes del síndrome del impostor y en ocasiones he sentido que necesito hacer más, capacitarme más, dar más para demostrar mi competencia. Sin embargo, cuando me abruman mis pensamientos, hago un alto en el camino y hago rápidamente un recuento de todo lo que he logrado; me vuelvo consciente de mí mismo, de mi calidad y riqueza humana dándome cuenta de mi valía como profesional y humano (con todo y mis aciertos y desatinos) y que ésta no depende del juicio de nadie.

Cuando concluí mis estudios del posgrado, me quedó muy claro que a partir de ese momento mi carrera iniciaba, que la actualización siempre sería constante, que tenía más preguntas que respuestas, que la emoción y el nervio al estar frente a un público jamás se irían, que tenía el compromiso de ponerme al servicio de la sociedad y que cometería más errores pero también estaba seguro de que vendrían más éxitos y que soy merecedor de todo lo que sueño.

Claro, a veces, no es sencillo bailar al son que la vida va sintonizando pero uno debe aferrarse a vivir y seguir adelante. Las comparaciones no son buenas y cada quien ‘va a tiempo’ en lo que tiene que vivir. “Ni tanto que queme al santo ni tan poco que no lo alumbre”.

Dedico esta entrega a Rosa María Durazo Castro que partió en paz el pasado martes hacia la eternidad. Un beso al cielo.

Feliz fin de semana y merecido descanso.