/ lunes 9 de octubre de 2023

ElCrítico21 | El norte sobre el vacío: ser y tener

José Alfredo Jiménez lo dijo como nadie: “Las distancias apartan las ciudades, las ciudades destruyen las costumbres”. Sin embargo, existe un empalme entre civilización y cultura desde el principio de los tiempos: la propiedad de la tierra —ya sea en el campo o en la ciudad— es elemental para la dignidad humana.

Ser dueño de un pedazo del planeta equivale a alcanzar el sentido de pertenencia que nos proporciona el ser y el tener, con el permiso de Erich Fromm.

Es así como El norte sobre el vacío (Alejandra Márquez Abella, 2022) se presenta como el drama de Don Reynaldo (Gerardo Trejo Luna), hombre de campo, cazador, orgulloso amo de su rancho cinegético al que acuden sus hijos y nietos a celebrar un aniversario más de la propiedad.

Pero una amenaza —esbirros del narco— aparece para poner en peligro el patrimonio familiar, el legado de Don Reynaldo. La querencia de la tierra, aún sobre los seres queridos, dará al viejo el valor, la fortaleza y la decisión para defender lo que le pertenece. Ser y tener.

El norte sobre el vacío envuelve su conflicto con algunas reflexiones sobre el significado del patriarcado. La idea del señor feudal, que preserva su fortaleza, que cuida y protege a sus siervos y que posee virtudes y defectos de nobleza y carácter ha permanecido intacta desde el virreinato.

Don Reynaldo, al ser orgulloso cazador —al inicio de la película se le proclama “el mejor cazador de Nuevo León”— cae en la trampa de pensarse como el amo de la creación, sin considerar que la cadena alimenticia puede empezar a hacerse justicia, o venganza.

Los ojos de venados y jabalíes sacrificados llevan un rastro de sangre tan roja como la nuestra. Y en tierras lejanas predomina la ley del más fuerte. Las presas y los depredadores acechan, están a la espera.

El norte sobre el vacío es una meditación sobre ser hombre en un entorno en verdad hostil. Es un western contemporáneo, un “corrido” cuya letra relataría, sin duda, la historia de un varón que se niega a ser parte de un recaudo perverso y de las consecuencias de semejante acto de insensatez o valentía, según quien escriba la melodía.

Un guion redondo, con diálogos exactos y metáforas perfectas —esa leyenda familiar sobre cómo se fundó el rancho es entrañable, poética y premonitoria— hacen de El norte sobre el vacío un filme recomendable que mantendrá el interés del espectador durante sus dos horas de proyección.

¿Qué le queda a un hombre cuando sabe que, al final de sus días, nadie parece mostrar interés en continuar su heredad? ¿Qué tan cruel puede ser la naturaleza cuando ésta decide cambiar los roles de presa y predador?

La soledad de quien ha poseído el ser y el tener puede llegar a ser abrumadora. Nada más tiene importancia. Hay que defender con la vida lo que se posee: eso es la dignidad.

Qué leer antes o después de la función

El Padrino, de Mario Puzo. Publicada en 1969, la historia del Don Corleone, capo mafioso de Nueva York, implacable con sus rivales, pero generoso y protector de amigos y familiares, es una crítica al sueño americano cuya esencia de ambición se encarga de desmoronar valores que se suponían eternos.

José Alfredo Jiménez lo dijo como nadie: “Las distancias apartan las ciudades, las ciudades destruyen las costumbres”. Sin embargo, existe un empalme entre civilización y cultura desde el principio de los tiempos: la propiedad de la tierra —ya sea en el campo o en la ciudad— es elemental para la dignidad humana.

Ser dueño de un pedazo del planeta equivale a alcanzar el sentido de pertenencia que nos proporciona el ser y el tener, con el permiso de Erich Fromm.

Es así como El norte sobre el vacío (Alejandra Márquez Abella, 2022) se presenta como el drama de Don Reynaldo (Gerardo Trejo Luna), hombre de campo, cazador, orgulloso amo de su rancho cinegético al que acuden sus hijos y nietos a celebrar un aniversario más de la propiedad.

Pero una amenaza —esbirros del narco— aparece para poner en peligro el patrimonio familiar, el legado de Don Reynaldo. La querencia de la tierra, aún sobre los seres queridos, dará al viejo el valor, la fortaleza y la decisión para defender lo que le pertenece. Ser y tener.

El norte sobre el vacío envuelve su conflicto con algunas reflexiones sobre el significado del patriarcado. La idea del señor feudal, que preserva su fortaleza, que cuida y protege a sus siervos y que posee virtudes y defectos de nobleza y carácter ha permanecido intacta desde el virreinato.

Don Reynaldo, al ser orgulloso cazador —al inicio de la película se le proclama “el mejor cazador de Nuevo León”— cae en la trampa de pensarse como el amo de la creación, sin considerar que la cadena alimenticia puede empezar a hacerse justicia, o venganza.

Los ojos de venados y jabalíes sacrificados llevan un rastro de sangre tan roja como la nuestra. Y en tierras lejanas predomina la ley del más fuerte. Las presas y los depredadores acechan, están a la espera.

El norte sobre el vacío es una meditación sobre ser hombre en un entorno en verdad hostil. Es un western contemporáneo, un “corrido” cuya letra relataría, sin duda, la historia de un varón que se niega a ser parte de un recaudo perverso y de las consecuencias de semejante acto de insensatez o valentía, según quien escriba la melodía.

Un guion redondo, con diálogos exactos y metáforas perfectas —esa leyenda familiar sobre cómo se fundó el rancho es entrañable, poética y premonitoria— hacen de El norte sobre el vacío un filme recomendable que mantendrá el interés del espectador durante sus dos horas de proyección.

¿Qué le queda a un hombre cuando sabe que, al final de sus días, nadie parece mostrar interés en continuar su heredad? ¿Qué tan cruel puede ser la naturaleza cuando ésta decide cambiar los roles de presa y predador?

La soledad de quien ha poseído el ser y el tener puede llegar a ser abrumadora. Nada más tiene importancia. Hay que defender con la vida lo que se posee: eso es la dignidad.

Qué leer antes o después de la función

El Padrino, de Mario Puzo. Publicada en 1969, la historia del Don Corleone, capo mafioso de Nueva York, implacable con sus rivales, pero generoso y protector de amigos y familiares, es una crítica al sueño americano cuya esencia de ambición se encarga de desmoronar valores que se suponían eternos.