/ lunes 1 de julio de 2019

Casa de las ideas | A las cinco de la tarde

Nada me parece más adecuado que el hermoso y trágico poema A las cinco de la tarde del inmortal poeta y dramaturgo español Federico García Lorca, para armonizar y visualizar el ambiente de lo que con toda seguridad va a ocurrir este día, en el Zócalo de la capital de la República, a partir de las cinco de la tarde. La voz suprema que comanda las multitudes ovejunas ha convocado a una asamblea seudo ciudadana hoy, a las cinco de la tarde. Hay que acudir al lugar en que se llevará a cabo el festejo en el que prevelecerá el acre olor a humanidad concentrada y a sudor, a sangre derramada y también a engaño planificado, a las cinco de la tarde.

A alguien se le ocurrió la brillante idea de que es momento de agradecer al Creador la merced de habernos concedido su gracia misericordiosa, al enviarnos como administrador de vidas y fortunas a un hombre santo y santificado, que tiene la capacidad divina de cambiar lo malo por lo bueno, de multiplicar los panes resecos y los peces que hieden a putrefacción para alimentar al pueblo hambriento, al nuevo rey sol que ha prometido transformar las sombras espesas que cubren la nación, en una claridad luminosa y promisoria. Lo que haya de suceder, sucederá hoy, a partir de las cinco de la tarde.

Eran las cinco en punto de la tarde. Una espuerta de cal ya prevenida. En el territorio adolorido y sangrante de las mil plazas públicas ha sido planeada la fiesta y programado el jolgorio, pero nadie sabe si habrá concurrencia suficiente al desproporcionado convite. Hay tristeza y hay dolor y hay desengaño, y se respira un hedor de desgarramiento por todas partes. Lo demás es muerte y solo muerte, a las cinco de la tarde.

Mientras la nación está sumida en un torbellino de angustia y zozobra, y los hombres y las mujeres, los viejos y los niños, los sanos y los enfermos, los ricos y los pobres, y los sabios y los ignorantes observan con asombro y desconcierto lo que sucede allá afuera, en la jungla resuenan los rugidos del puma y el jaguar, y en los valles y los montes hay guerra, y reina la muerte en las costas y las montañas, donde ya luchan la paloma y el leopardo, a las cinco de la tarde.

Nada, absolutamente nada ha sido resuelto, todo está igual y mucho ha empeorado desde el advenimiento, y en las mentes y los corazones ni siquiera existe un atisbo somero que ofrezca pie y sustento a la esperanza, y sin embargo la mascarada apenas va a empezar, mientras suena la música con entonaciones fúnebres, y rebotan en el concreto y el empedrado los sones de bordón, a las cinco de la tarde.

Como mudos testigos del magno acontecimiento, están los muros añejos y los campanarios humillados de una catedral metropolitana que ha vivido siglos, que visto mucho y de todo… y que ha tenido que guardar silencio para no prorrumpir en llanto. Y están ahí también la cantera labrada y los arcos coloniales de los edificios que cierran el cuadrado del inmenso salón de baile, que ha acompañado al pueblo en sus celebraciones jubilosas, mientras suenan las campanas de arsénico y asciende el humo hacia el cielo oscurecido, a las cinco de la tarde.

Nada interrumpe el curso de los acontecimoentos. El río de la historia corre caudaloso hacia el punto de destino final. Nada sucede en el país de la desesperanza, porque no hay mano que guíe y porque no hay brújula que marque el rumbo; porque se ha perdido por completo el sentido de dirección y los vientos de la derrota empujan la nave hacia lo desconocido, donde aguardan los arrecifes del infierno. Cuando el sudor del miedo, y el sudor de nieve fueron llegando, despacio e inexorables, a las cinco de la tarde.

¿Qué es lo que se va a celebrar? ¿Qué se va a festejar hoy, a partir de las cinco de la tarde? ¿Dónde están los éxitos, dónde está la mejoría, donde está el progreso prometido? ¿La corrupción se fue para no volver, y ya reina el amor y prevalece la armonía entre las fieras que desgarran la carne, mientras los jinetes del Apocalipsis empuñan las metralletas y blanden los machetes? ¿La violencia que acaba con culpables e inocentes por igual, ya fue desterrada? ¿Se acabó la pobreza, merced de esas dádivas que tienen sabor a limosna, mientras los menestrosos aumentan y los clientes empobrecidos se arremolinan con las manos extendidas, suplicando un mendrugo siquiera? Cuando la plaza se llenó de yodo a las cinco de la tarde, y la muerte puso huevos en la herida, a las cinco de la tarde.

Estarán los conjuntos musicales, porque en este México que llora de dolor y que exhuda amargura no puede haber fiesta, y tampoco velorio, si no hay música para amenizar el convite. Llegarán las comparsas, con sus matracas y sus silbatos, y acudirán los chamanes y los brujos a realizar el trabajo de limpia para exorcizar a los demonios del mal, mientras que un ataúd con ruedas será la cama, a las cinco de la tarde, y huesos y flautas suenan en los oídos, a las cinco de la tarde.

Mientras cae la tarde y llega la noche oscura y llena de presagios, y mucho más tarde despunte la alborada del nuevo día en que otra vez fracasará la esperanza ¿qué sucederá en los corazones angustiados, y en las mentes que no conocen la tranquilidad, porque están enfermas de terror e incertidumbre? ¿Renacerán en ellos las promesas incumplidas, echarán nuevas raíces los juramentos olvidados, y empezarán a retoñar los sueños de la muchedumbre desengañada? A lo lejos se divisan los espejismos y brotan del suelo reseco las ramas y los abrojos, mientras que allá, también en la lejanía que poco a poco se vuelve más breve, viene caminando la gangrena, a las cinco de la tarde.

Suele suceder que aún las fiestas más alegres se transforman a la postre en un cruel engaño, porque detrás de la careta artificiosa de la alegría se oculta el rostro deforme y lleno de pústulas de la decepción, mucho después de las cinco de la tarde en que se empieza a ocultar el sol, tras los volcanes de nieves perpetuas. Y mientras las notas de las vihuelas y el tam-tam de los tambores se vuelve mortecino y finalmente se extingue, el gentío empezará a desfilar, a las cinco de la tarde, arrastrando los pies ampollados y callosos, calzados con huaraches que han caminado miles de kilómetros, en pos de sus sueños derrotados.

En un gesto multiplicado de repudio inconfundible…

“La heridas quemaban como soles

y el gentío rompía las ventanas

a las cinco de la tarde.

¡Ay qué terribles cinco de la tarde!

¡Eran las cinco en todos los relojes!

¡Eran las cinco en sombra de la tarde!

Ahora podrá usted entender el motivo, y comprobar la razón que tuve para escoger este hermoso y a la vez brutal poema como base de esta alegoría, que fue bordada a partir de un conjunto de atormentados y arremolinados sentimientos que se vuelven cada vez más espesos y más amargos, conforme se acumulan las evidencias que desgarran las entrañas del país, y mientras en los relojes de pulsera y de pared vuelven a sonar las cinco de la tarde de mañana martes, y del próximo miércoles, y los días subsiguientes que irán cayendo como bombas de muerte y exterminio en los arenales del tiempo.

En Twitter soy @ChapoRomo

Mi dirección de correo es oscar.romo@casadelasideas.com

Nada me parece más adecuado que el hermoso y trágico poema A las cinco de la tarde del inmortal poeta y dramaturgo español Federico García Lorca, para armonizar y visualizar el ambiente de lo que con toda seguridad va a ocurrir este día, en el Zócalo de la capital de la República, a partir de las cinco de la tarde. La voz suprema que comanda las multitudes ovejunas ha convocado a una asamblea seudo ciudadana hoy, a las cinco de la tarde. Hay que acudir al lugar en que se llevará a cabo el festejo en el que prevelecerá el acre olor a humanidad concentrada y a sudor, a sangre derramada y también a engaño planificado, a las cinco de la tarde.

A alguien se le ocurrió la brillante idea de que es momento de agradecer al Creador la merced de habernos concedido su gracia misericordiosa, al enviarnos como administrador de vidas y fortunas a un hombre santo y santificado, que tiene la capacidad divina de cambiar lo malo por lo bueno, de multiplicar los panes resecos y los peces que hieden a putrefacción para alimentar al pueblo hambriento, al nuevo rey sol que ha prometido transformar las sombras espesas que cubren la nación, en una claridad luminosa y promisoria. Lo que haya de suceder, sucederá hoy, a partir de las cinco de la tarde.

Eran las cinco en punto de la tarde. Una espuerta de cal ya prevenida. En el territorio adolorido y sangrante de las mil plazas públicas ha sido planeada la fiesta y programado el jolgorio, pero nadie sabe si habrá concurrencia suficiente al desproporcionado convite. Hay tristeza y hay dolor y hay desengaño, y se respira un hedor de desgarramiento por todas partes. Lo demás es muerte y solo muerte, a las cinco de la tarde.

Mientras la nación está sumida en un torbellino de angustia y zozobra, y los hombres y las mujeres, los viejos y los niños, los sanos y los enfermos, los ricos y los pobres, y los sabios y los ignorantes observan con asombro y desconcierto lo que sucede allá afuera, en la jungla resuenan los rugidos del puma y el jaguar, y en los valles y los montes hay guerra, y reina la muerte en las costas y las montañas, donde ya luchan la paloma y el leopardo, a las cinco de la tarde.

Nada, absolutamente nada ha sido resuelto, todo está igual y mucho ha empeorado desde el advenimiento, y en las mentes y los corazones ni siquiera existe un atisbo somero que ofrezca pie y sustento a la esperanza, y sin embargo la mascarada apenas va a empezar, mientras suena la música con entonaciones fúnebres, y rebotan en el concreto y el empedrado los sones de bordón, a las cinco de la tarde.

Como mudos testigos del magno acontecimiento, están los muros añejos y los campanarios humillados de una catedral metropolitana que ha vivido siglos, que visto mucho y de todo… y que ha tenido que guardar silencio para no prorrumpir en llanto. Y están ahí también la cantera labrada y los arcos coloniales de los edificios que cierran el cuadrado del inmenso salón de baile, que ha acompañado al pueblo en sus celebraciones jubilosas, mientras suenan las campanas de arsénico y asciende el humo hacia el cielo oscurecido, a las cinco de la tarde.

Nada interrumpe el curso de los acontecimoentos. El río de la historia corre caudaloso hacia el punto de destino final. Nada sucede en el país de la desesperanza, porque no hay mano que guíe y porque no hay brújula que marque el rumbo; porque se ha perdido por completo el sentido de dirección y los vientos de la derrota empujan la nave hacia lo desconocido, donde aguardan los arrecifes del infierno. Cuando el sudor del miedo, y el sudor de nieve fueron llegando, despacio e inexorables, a las cinco de la tarde.

¿Qué es lo que se va a celebrar? ¿Qué se va a festejar hoy, a partir de las cinco de la tarde? ¿Dónde están los éxitos, dónde está la mejoría, donde está el progreso prometido? ¿La corrupción se fue para no volver, y ya reina el amor y prevalece la armonía entre las fieras que desgarran la carne, mientras los jinetes del Apocalipsis empuñan las metralletas y blanden los machetes? ¿La violencia que acaba con culpables e inocentes por igual, ya fue desterrada? ¿Se acabó la pobreza, merced de esas dádivas que tienen sabor a limosna, mientras los menestrosos aumentan y los clientes empobrecidos se arremolinan con las manos extendidas, suplicando un mendrugo siquiera? Cuando la plaza se llenó de yodo a las cinco de la tarde, y la muerte puso huevos en la herida, a las cinco de la tarde.

Estarán los conjuntos musicales, porque en este México que llora de dolor y que exhuda amargura no puede haber fiesta, y tampoco velorio, si no hay música para amenizar el convite. Llegarán las comparsas, con sus matracas y sus silbatos, y acudirán los chamanes y los brujos a realizar el trabajo de limpia para exorcizar a los demonios del mal, mientras que un ataúd con ruedas será la cama, a las cinco de la tarde, y huesos y flautas suenan en los oídos, a las cinco de la tarde.

Mientras cae la tarde y llega la noche oscura y llena de presagios, y mucho más tarde despunte la alborada del nuevo día en que otra vez fracasará la esperanza ¿qué sucederá en los corazones angustiados, y en las mentes que no conocen la tranquilidad, porque están enfermas de terror e incertidumbre? ¿Renacerán en ellos las promesas incumplidas, echarán nuevas raíces los juramentos olvidados, y empezarán a retoñar los sueños de la muchedumbre desengañada? A lo lejos se divisan los espejismos y brotan del suelo reseco las ramas y los abrojos, mientras que allá, también en la lejanía que poco a poco se vuelve más breve, viene caminando la gangrena, a las cinco de la tarde.

Suele suceder que aún las fiestas más alegres se transforman a la postre en un cruel engaño, porque detrás de la careta artificiosa de la alegría se oculta el rostro deforme y lleno de pústulas de la decepción, mucho después de las cinco de la tarde en que se empieza a ocultar el sol, tras los volcanes de nieves perpetuas. Y mientras las notas de las vihuelas y el tam-tam de los tambores se vuelve mortecino y finalmente se extingue, el gentío empezará a desfilar, a las cinco de la tarde, arrastrando los pies ampollados y callosos, calzados con huaraches que han caminado miles de kilómetros, en pos de sus sueños derrotados.

En un gesto multiplicado de repudio inconfundible…

“La heridas quemaban como soles

y el gentío rompía las ventanas

a las cinco de la tarde.

¡Ay qué terribles cinco de la tarde!

¡Eran las cinco en todos los relojes!

¡Eran las cinco en sombra de la tarde!

Ahora podrá usted entender el motivo, y comprobar la razón que tuve para escoger este hermoso y a la vez brutal poema como base de esta alegoría, que fue bordada a partir de un conjunto de atormentados y arremolinados sentimientos que se vuelven cada vez más espesos y más amargos, conforme se acumulan las evidencias que desgarran las entrañas del país, y mientras en los relojes de pulsera y de pared vuelven a sonar las cinco de la tarde de mañana martes, y del próximo miércoles, y los días subsiguientes que irán cayendo como bombas de muerte y exterminio en los arenales del tiempo.

En Twitter soy @ChapoRomo

Mi dirección de correo es oscar.romo@casadelasideas.com