/ viernes 10 de enero de 2020

Casa de las ideas | La corrupción, ¿cáncer incurable?

“Para empezar a curarnos de cualquier mal, físico, mental o moral, lo primero es reconocer que lo tenemos. Ya después vendrá la etapa de la erradicación y la sanación”

¿Es México el país más corrupto del mundo? Debe serlo, y si no lo es, probablemente se ubica en los primeros lugares de la lista de países más corruptos en el planeta. Y fue gracias a la lucha sin cuartel que declaró Andrés Manuel López para erradicar la corrupción, es como finalmente llegó a la Presidencia de la República, luego de dos intentos fallidos. Sin la menor duda, la lucha contra la corrupción fue su gran bandera, y al enarbolarla como estandarte de las acciones que vendrían más adelante, dio en el mero centro del blanco electoral.

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Un año y fracción ha transcurrido ya, y aunque López constantemente hace referencia a un éxito resonante en la lucha contra el gran cáncer nacional que nos afecta, la verdad es que nadie lo ve, nadie lo siente y poco a poco el pueblo bueno y sabio está empezando a mostrar una creciente incredulidad al respecto. ¿Por qué? Porque ha detectado que en los intestinos de la 4T anidan los gusanos de la corrupción.

Para quienes vivimos aquí, en cualquier parte de lo que en alguna época pasada se dio en llamar “el cuerno de la abundancia” (sin aclarar cabalmente de qué abundancia se trata), no es realmente relevante si Mozambique, Botswana, o el país de nunca jamás se encuentran uno o dos puntos por arriba de nosotros en la escala de la corrupción y el deterioro moral en lo político y social; lo que debe importarnos es lo que sucede dentro de nuestras fronteras, y lo que sucede —a la luz de los hechos y datos que surgen incontenibles e incontrastables— es en verdad escalofriante.

La corrupción en México es un cáncer con el que nos hemos familiarizado tanto que ya no nos duele, ni nos incomoda, sino todo lo contario. Siendo un tumor maligno y creciente que hemos aprendido a tolerar, y no solamente a tolerar, hemos terminado por aceptarlo como parte de nuestro estilo de vida, de nuestros hábitos y costumbres, de forma que cuando escuchamos hablar de la corrupción rampante que tenemos en nuestro país, sentimos como que nos están hablando de un viejo amigo, incómodo y lo que usted quiera, pero que no afecta grandemente el propio y pequeño mundo en que nos desenvolvemos. Todo mundo en México es corrupto, en una media u otra, en un sentido u otro.

La realidad es que este cáncer, como cualquier tumor maligno, tarde o temprano hará su efecto, y cuando finalmente decidamos extirparlo la cosa ya no tendrá remedio. Pero espere usted un momento: ¿La corrupción nos viene como parte de nuestra herencia indígena, o es una enfermedad importada que llegó con los conquistadores españoles, igual que trajeron consigo la viruela y otros males desconocidos para las tribus que habitaban en el altiplano a la llegada de los conquistadores? Los sociólogos, los historiadores serios y los académicos acuciosos tendrán sus explicaciones y versiones, pero para el mexicano común la corrupción es tan familiar como los borrachitos tirados en las banquetas, los menesterosos que piden limosna en las esquinas, o los abusos constantes y lacerantes que cometen los gobiernos. Parte de un paisaje nacional que nadie quiere ver porque ofende y lastima, pero que no se va, está ahí para recordarnos lo que somos, aunque no sepamos por qué somos como somos y hacemos lo que hacemos, y por qué permitimos que los políticos hagan lo que hacen con absoluta y total impunidad.

Es cuestión de ver la situación en que se encuentra el país, luego de haber sido desplazado del poder el partido que se supone inventó la corrupción en México. Sin embargo, los datos e informaciones relacionadas con los actos de corrupción oficial ahora que está ausente, y que están brotando por todas partes en el nuevo régimen, son espeluznantes. Y en ellos están involucrados tanto el Gobierno federal, como los estatales y municipales surgidos del abanico de partidos políticos que medran a costillas de los mexicanos, encabezados por Morena. Cuesta trabajo entender cómo es que ha podido suceder lo que nos están diciendo las informaciones recientes, cuando se supone que ya no habría más actos de corrupción. Pero en el momento mismo en que recordamos que la corrupción es parte integral de nuestra vida pública y privada, todo empieza a tener sentido. No hay un sólo ciudadano mexicano que pueda decir, con voz completa y sin bajar la mirada, que nunca ha cometido un acto de corrupción, o que no ha sido parte de alguno. Es decir, la corrupción somos todos.

El endeudamiento de las entidades federativas y los municipios es estratosférico, y a pesar de ello, y aunque la SHCP ha dicho que no rescatará a los estados y municipios en quiebra, sigue aceptando nuevas solicitudes de crédito a diestra y siniestra, y los poderes legislativos de los estados siguen autorizando la contratación de más deuda sin importar cuál sea el nivel de endeudamiento que existe y para qué va a ser el dinero que se está solicitando. El clamor de los ciudadanos por obras de beneficio colectivo es real y universal, mientras que infinidad de municipios del país se declaran en quiebra, y otro tanto sucede con buena parte de las entidades federativas. Un tremendo desbarajuste financiero generalizado que exige acciones inmediatas, duras y a rajatabla… pero que, hasta el momento, no se ven por ningún lado.

Encandilados y distraídos por las maniobras distractivas que el gobierno de la 4T está poniendo en efecto para que no veamos la realidad de las cosas, hemos perdido de vista el hecho gravísimo de que la deuda nacional interna ya rebasa el 40% del PIB, lo cual es —o debería ser— motivo suficiente para que los focos rojos de la alarma nacional estuvieran encendidos. La enorme deuda interna del país debería tenernos en el filo de la butaca, porque no alcanzan para pagarla las reservas en divisas extranjeras, ni todos los recursos con que contamos. México no está blindado, ni mucho menos, está sentado sobre un barril de dinamita que tiene la mecha encendida.

Y el atroz robadero aquí, allá y acullá sigue y sigue, incontenible, feroz y sin tregua, y los alcaldes y gobernadores ratas siguen dándole vuelo a la hilacha con toda tranquilidad, porque la hermana siamesa de la corrupción, la impunidad, campea a sus anchas por todos los rincones del territorio nacional. Corrupción e impunidad, impunidad y corrupción, causa y efecto o efecto y causa, como en el viejo dilema de la gallina y el huevo, cuesta trabajo discernir qué fue primero. Como haya sido, es la dualidad que nos tiene al borde del precipicio, en medio de la inmoralidad más pavorosa y total.

Sin embargo, con la llegada al poder de Morena momentáneamente surgieron leves esperanzas en un sector del pueblo mexicano, ávido de creer en algo y en alguien, en una promesa de combate que a pesar de todo, y a causa de los antecedentes y de las realidades actuales, genera muchas dudas y despierta grandes suspicacias. En esta ocasión el bono democrático resultó sumamente pequeño y su duración fue muy breve, como nunca antes. No hubo cheques en blanco ni al portador. Y la confianza y las expectativas remamentes, siguen pendiendo del frágil hilo del cumplimiento cabal de las acciones espectaculares y contundentes que el nuevo gobierno sigue pregonando, como parte de la gran campaña nacional de moralización que supuestamente ha emprendido la 4T. El reto es enorme, inmenso, y supera con creces la tarea realizada por el mítico Hércules al limpiar los establos del rey Augías.

Limpiar México del estercolero generado por la corrupción rampante de los gobiernos pasados y los ciudadanos de esta y de otras generaciones, es sin duda una tarea ímproba que someterá al gobierno de López Obrador a la máxima prueba de fuego, una prueba de cuyo éxito o fracaso depende el futuro político de la presente administración federal. Independientemente de los enormes retos y desafíos que tiene ante sí, el gobierno de la 4T deberá empeñar sus máximos esfuerzos en una nueva guerra a nivel de exterminio total, solo que en esta ocasión no será una guerra contra el crimen organizado como la que temerariamente emprendió Felipe Calderón a lo largo de su sexenio, y luego prosiguió Peña Nieto a su modo y estilo, sino contra un enemigo mil veces peor: La corrupción, la venalidad y el apetito irrefrenable por la ilegalidad que está aniquilando al país.

En la medida que el nuevo gobierno tenga éxito en esta guerra que deberá ser sin cuartel, las cosas podrán empezar a cambiar en nuestro país. Podrá empezar a mejorar la calidad de vida física, económica y moral de la sociedad mexicana, podremos empezar a respirar un aire más limpio y puro, y desde luego, empezarán a alcanzar los recursos públicos que hoy se fugan incontenibles por las cañerías de la corrupción, de los programas clientelares y de las pésimas decisiones (que también son parte de la corrupción). Sin la aborrecible corrupción asfixiándonos, México puede dar el gran salto hacia un futuro más justo y promisorio, y ésta debería ser la gran cruzada en la que participen pueblo y gobierno, juntos y de la mano, porque de otra manera el enorme esfuerzo será estéril.

Y estos no son simples buenos deseos en los albores de 2020. Son parte de la exigencia que debemos imponernos, si queremos empezar a limpiar nuestra casa de las impurezas y de las tropelías que se cometen a la sombra de la corrupción rampante que nos enferma, en ruta hacia la recuperación de la paz, la tranquilidad y el orden que el actual gobierno nos ha prometido, y que aún no logramos ver por ningún lado.

e- mail: oscar.romo@casadelasideas.co

Twitter: @ChapoRomo

“Para empezar a curarnos de cualquier mal, físico, mental o moral, lo primero es reconocer que lo tenemos. Ya después vendrá la etapa de la erradicación y la sanación”

¿Es México el país más corrupto del mundo? Debe serlo, y si no lo es, probablemente se ubica en los primeros lugares de la lista de países más corruptos en el planeta. Y fue gracias a la lucha sin cuartel que declaró Andrés Manuel López para erradicar la corrupción, es como finalmente llegó a la Presidencia de la República, luego de dos intentos fallidos. Sin la menor duda, la lucha contra la corrupción fue su gran bandera, y al enarbolarla como estandarte de las acciones que vendrían más adelante, dio en el mero centro del blanco electoral.

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Un año y fracción ha transcurrido ya, y aunque López constantemente hace referencia a un éxito resonante en la lucha contra el gran cáncer nacional que nos afecta, la verdad es que nadie lo ve, nadie lo siente y poco a poco el pueblo bueno y sabio está empezando a mostrar una creciente incredulidad al respecto. ¿Por qué? Porque ha detectado que en los intestinos de la 4T anidan los gusanos de la corrupción.

Para quienes vivimos aquí, en cualquier parte de lo que en alguna época pasada se dio en llamar “el cuerno de la abundancia” (sin aclarar cabalmente de qué abundancia se trata), no es realmente relevante si Mozambique, Botswana, o el país de nunca jamás se encuentran uno o dos puntos por arriba de nosotros en la escala de la corrupción y el deterioro moral en lo político y social; lo que debe importarnos es lo que sucede dentro de nuestras fronteras, y lo que sucede —a la luz de los hechos y datos que surgen incontenibles e incontrastables— es en verdad escalofriante.

La corrupción en México es un cáncer con el que nos hemos familiarizado tanto que ya no nos duele, ni nos incomoda, sino todo lo contario. Siendo un tumor maligno y creciente que hemos aprendido a tolerar, y no solamente a tolerar, hemos terminado por aceptarlo como parte de nuestro estilo de vida, de nuestros hábitos y costumbres, de forma que cuando escuchamos hablar de la corrupción rampante que tenemos en nuestro país, sentimos como que nos están hablando de un viejo amigo, incómodo y lo que usted quiera, pero que no afecta grandemente el propio y pequeño mundo en que nos desenvolvemos. Todo mundo en México es corrupto, en una media u otra, en un sentido u otro.

La realidad es que este cáncer, como cualquier tumor maligno, tarde o temprano hará su efecto, y cuando finalmente decidamos extirparlo la cosa ya no tendrá remedio. Pero espere usted un momento: ¿La corrupción nos viene como parte de nuestra herencia indígena, o es una enfermedad importada que llegó con los conquistadores españoles, igual que trajeron consigo la viruela y otros males desconocidos para las tribus que habitaban en el altiplano a la llegada de los conquistadores? Los sociólogos, los historiadores serios y los académicos acuciosos tendrán sus explicaciones y versiones, pero para el mexicano común la corrupción es tan familiar como los borrachitos tirados en las banquetas, los menesterosos que piden limosna en las esquinas, o los abusos constantes y lacerantes que cometen los gobiernos. Parte de un paisaje nacional que nadie quiere ver porque ofende y lastima, pero que no se va, está ahí para recordarnos lo que somos, aunque no sepamos por qué somos como somos y hacemos lo que hacemos, y por qué permitimos que los políticos hagan lo que hacen con absoluta y total impunidad.

Es cuestión de ver la situación en que se encuentra el país, luego de haber sido desplazado del poder el partido que se supone inventó la corrupción en México. Sin embargo, los datos e informaciones relacionadas con los actos de corrupción oficial ahora que está ausente, y que están brotando por todas partes en el nuevo régimen, son espeluznantes. Y en ellos están involucrados tanto el Gobierno federal, como los estatales y municipales surgidos del abanico de partidos políticos que medran a costillas de los mexicanos, encabezados por Morena. Cuesta trabajo entender cómo es que ha podido suceder lo que nos están diciendo las informaciones recientes, cuando se supone que ya no habría más actos de corrupción. Pero en el momento mismo en que recordamos que la corrupción es parte integral de nuestra vida pública y privada, todo empieza a tener sentido. No hay un sólo ciudadano mexicano que pueda decir, con voz completa y sin bajar la mirada, que nunca ha cometido un acto de corrupción, o que no ha sido parte de alguno. Es decir, la corrupción somos todos.

El endeudamiento de las entidades federativas y los municipios es estratosférico, y a pesar de ello, y aunque la SHCP ha dicho que no rescatará a los estados y municipios en quiebra, sigue aceptando nuevas solicitudes de crédito a diestra y siniestra, y los poderes legislativos de los estados siguen autorizando la contratación de más deuda sin importar cuál sea el nivel de endeudamiento que existe y para qué va a ser el dinero que se está solicitando. El clamor de los ciudadanos por obras de beneficio colectivo es real y universal, mientras que infinidad de municipios del país se declaran en quiebra, y otro tanto sucede con buena parte de las entidades federativas. Un tremendo desbarajuste financiero generalizado que exige acciones inmediatas, duras y a rajatabla… pero que, hasta el momento, no se ven por ningún lado.

Encandilados y distraídos por las maniobras distractivas que el gobierno de la 4T está poniendo en efecto para que no veamos la realidad de las cosas, hemos perdido de vista el hecho gravísimo de que la deuda nacional interna ya rebasa el 40% del PIB, lo cual es —o debería ser— motivo suficiente para que los focos rojos de la alarma nacional estuvieran encendidos. La enorme deuda interna del país debería tenernos en el filo de la butaca, porque no alcanzan para pagarla las reservas en divisas extranjeras, ni todos los recursos con que contamos. México no está blindado, ni mucho menos, está sentado sobre un barril de dinamita que tiene la mecha encendida.

Y el atroz robadero aquí, allá y acullá sigue y sigue, incontenible, feroz y sin tregua, y los alcaldes y gobernadores ratas siguen dándole vuelo a la hilacha con toda tranquilidad, porque la hermana siamesa de la corrupción, la impunidad, campea a sus anchas por todos los rincones del territorio nacional. Corrupción e impunidad, impunidad y corrupción, causa y efecto o efecto y causa, como en el viejo dilema de la gallina y el huevo, cuesta trabajo discernir qué fue primero. Como haya sido, es la dualidad que nos tiene al borde del precipicio, en medio de la inmoralidad más pavorosa y total.

Sin embargo, con la llegada al poder de Morena momentáneamente surgieron leves esperanzas en un sector del pueblo mexicano, ávido de creer en algo y en alguien, en una promesa de combate que a pesar de todo, y a causa de los antecedentes y de las realidades actuales, genera muchas dudas y despierta grandes suspicacias. En esta ocasión el bono democrático resultó sumamente pequeño y su duración fue muy breve, como nunca antes. No hubo cheques en blanco ni al portador. Y la confianza y las expectativas remamentes, siguen pendiendo del frágil hilo del cumplimiento cabal de las acciones espectaculares y contundentes que el nuevo gobierno sigue pregonando, como parte de la gran campaña nacional de moralización que supuestamente ha emprendido la 4T. El reto es enorme, inmenso, y supera con creces la tarea realizada por el mítico Hércules al limpiar los establos del rey Augías.

Limpiar México del estercolero generado por la corrupción rampante de los gobiernos pasados y los ciudadanos de esta y de otras generaciones, es sin duda una tarea ímproba que someterá al gobierno de López Obrador a la máxima prueba de fuego, una prueba de cuyo éxito o fracaso depende el futuro político de la presente administración federal. Independientemente de los enormes retos y desafíos que tiene ante sí, el gobierno de la 4T deberá empeñar sus máximos esfuerzos en una nueva guerra a nivel de exterminio total, solo que en esta ocasión no será una guerra contra el crimen organizado como la que temerariamente emprendió Felipe Calderón a lo largo de su sexenio, y luego prosiguió Peña Nieto a su modo y estilo, sino contra un enemigo mil veces peor: La corrupción, la venalidad y el apetito irrefrenable por la ilegalidad que está aniquilando al país.

En la medida que el nuevo gobierno tenga éxito en esta guerra que deberá ser sin cuartel, las cosas podrán empezar a cambiar en nuestro país. Podrá empezar a mejorar la calidad de vida física, económica y moral de la sociedad mexicana, podremos empezar a respirar un aire más limpio y puro, y desde luego, empezarán a alcanzar los recursos públicos que hoy se fugan incontenibles por las cañerías de la corrupción, de los programas clientelares y de las pésimas decisiones (que también son parte de la corrupción). Sin la aborrecible corrupción asfixiándonos, México puede dar el gran salto hacia un futuro más justo y promisorio, y ésta debería ser la gran cruzada en la que participen pueblo y gobierno, juntos y de la mano, porque de otra manera el enorme esfuerzo será estéril.

Y estos no son simples buenos deseos en los albores de 2020. Son parte de la exigencia que debemos imponernos, si queremos empezar a limpiar nuestra casa de las impurezas y de las tropelías que se cometen a la sombra de la corrupción rampante que nos enferma, en ruta hacia la recuperación de la paz, la tranquilidad y el orden que el actual gobierno nos ha prometido, y que aún no logramos ver por ningún lado.

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Twitter: @ChapoRomo