/ jueves 4 de julio de 2019

Casa de las ideas | ¡Ni un paso atrás!

Algo más de tres días han transcurrido desde el lunes en que se festejó el primer aniversario de la elección de Andrés Manuel I, nuevo monarca de México, y encarnación del infernal frankenstein integrado con pedazos de Benito Juárez, Simón Bolivar, Cuauhtémoc, Hugo Chávez, Fidel Castro, el Ché Guevara, Evo Morales e incluso hasta Nicolás Maduro. El presidente López decidió que era necesario hacer una fiesta con bailongo en el Zócalo capitalino, y fiesta con bailongo hubo, a la que según han informado los medios, asistieron alrededor de 85 mil personas provenientes de diversas partes del llamado “altiplano”, o sea la región central del país.

No viene al caso entrar en discusiones respecto de si fue grande o fue chica la concurrencia. Digamos que fue lo suficientemente numerosa para cumplir con el objetivo planeado, sin llegar desde luego a niveles de apoteósis, que es lo que López hubiera deseado. El Zócalo de la Ciudad de México, en el cual, de acuerdo a mediciones técnicas, caben aproximadamente 300 mil pesonas puestas de pie, se veía lleno, según se percibe en algunas fotografías aéreas difundidas, que suelen ser manipuladas mediante el uso engañoso de una tecnológía moderna, que está disponible para cualquier aprendiz de fotógrafo, medianamente preparado.

Seguramente usted ya está enterado de los detalles que hubo en la fiesta/bailongo. Los medios se dieron vuelo, y mucho más las redes sociales, que se han convertido en el vehículo ideal para difundir de manera instantánea la basura y la bazofia que surgen en este tipo de eventos. En el discurso/diarrea verbal del presidente López, que duró casi una hora y media, se dieron los datos provenientes de las fuentes desconocidas e inverificables que alimentan la información en que basa sus decisiones el Mandatario de la nación, lo cual podría explicar lo erráticas y perniciosas que han resultado.

Dijo el señor López, en su perorata disconexa y enmarañada -que en realidad fue una copia al carbón de una mañanera, en versión vespertina- que en los siete meses de su reinado se han ahorrado 113 mil millones de pesos. Y como la masa congregada esa tarde en el Zócalo no es muy dada a pensar, y mucho menos a cuestionar la veracidad de los datos que el presidente eructa constantemente por su orificio bucal, pues simple y sencillamente se tragaron íntegra la cazuela de morcilla, y todavía gritaron a voz en cuello y al compás de la cumbia que querían más. Y más les dieron, enumerando una larga lista de logros que más bien parece el guión cinematográfico de una mala película de ciencia de ficción, que un informe serio y sustentado, como supuestamente mandan los canones.

Pero basta ya de referencias a un evento intrascendente y vodevilesco que quedará ahí, en los archivos de la vergüenza y la ignominia de un país que muestra las peores enfermedades: desunión persistente, polarización sin fin, enfrentamiento cotidiano, y una fractura social que parece irremediable, de acuerdo a la situación de alteración que prevalece en toda la geografía nacional. Vergüenza e ignominia, repito, porque se trató de un acto eminentemente cortesano, cuyo único y exclusivo propósito fue el de ensalzar la figura de un individuo egocéntrico y arrogante, enfermo de autosuficiencia y hambriento de reconocimiento popular.

Si algún saldo arrojó el abyecto evento realizado el lunes 1º de julio, es la evidencia clara e inobjetable de que la división que existe entre el pueblo mexicano se ha hecho más aplia y más profunda. Si usted me lo permite, yo diría que ése es es un saldo de lo más terrible, por su importancia y por sus consecuencias.

En este país que día a día se sigue haciéndo pedazos, se han definido claramente dos bandos: de un lado los leales al caudillo populachero y bonachón que navega con bandera de mesías todo poderoso y todo componedor, y del otro lado el resto del pueblo mexicano que no se tragó el anzuelo y que, conforme transcurren los días, se afirma más y más en su rechazo.

En el furibundo cuadrilátero nacional en el que se arraciman 90 millones de electores potenciales, en una esquina están los 30 millones que ciegos y sordos votaron por AMLO -si bien va, y suponiendo que no haya habido desertores y desencantados- y en la esquina contraria están los 60 millones que no votaron por él, y que autmáticamente cuentan como ciudadanos no alineados.

Y en este temprano momento del sexenio 2018-2024, ambos bandos han fijado su postura clara e irreductible: ¡NI UN PASO ATRÁS!

Y en ese grito: ¡NI UN PASO ATRÁS!, en esa expresión iracunda, persistente y brutal que augura tiempos aún más complicados para nuestro país, fue plantada la venenosa semilla de desencuentro y polarización que se propuso sembrar Andrés Manuel, el rústico patriarca de una paz y una concordia tan sui géneris y especiales, que solo él y sus cómplices más allegados las entienden.

Ni un paso atrás, y a partir de esa premisa, dura como el granito, han construido sus respectivas murallas los batallones de chairos y de fifís, definidos así los contendientes hasta que acabe todo, mientras permean y se extienden hacia ambos lados los adjetivos calificativos, los colores de guerra y los olores del miedo, en los jaloneos incesantes que se han venido dando a partir del día 2 de julio del año pasado, apenas un día después de la elección que ha puesto de cabeza al país. No hubo aviso previo, se incendiaron los puentes levadizos y se inundaron los fosos circundantes, y tampoco hubo compás de espera: fue una suerte de golpe de estado inusual, sorpresivo y fulminante… y la expresión máxima de la irritación y la intransigencia se convirtió en regla… ¡Ni un paso atrás!

Así estamos y en esto nos estamos convirtiendo, más bien, en esto nos están convirtiendo: En un frágil jarrón de barro en riesgo de hacerse mil pedazos al estrellarse contra la implacable dureza de la ignorancia, el empobrecimiento y el rencor. De este modo, la estretegia de los nuevos gobernantes resulta tan clara y efectiva como lo ha sido siempre, desde tiempos inmemoriales: “divide y vencerás”. Y se entiende el empleo de la división como estrategia fundamental y principio de gobierno, porque un pueblo unido y reciamente vinculado por sus principios y valores democráticos, jamás podría aceptar las imposiciones, las arbitrariedades y los desplantes totalitarios que cada día se vuelven más comunes, desde que se desplegaron las opacas e indefinibles banderas de la “Cuarta Transformación”.

En las actuales condiciones, lo peor que como país nos puede suceder es habituarnos a las consignas que diariamente nos lanzan como proyectiles ponzoñosos desde las homilías matutinas, en una especie de condicionamiento mental a base de frases efectistas y mensajes huecos que se pretende convertir en verdades absolutas y dogmas de fe, a base de repetirlos. Desde ese púlpito construido con los huesos de los caídos, se pretende doblegar al raciocionio, la sensatez, el sentido crítico, la capacidad de discernimiento, y la claridad intelectual de la fracción mayoritaria de un pueblo aún no domesticado, o no del todo domesticado.

¡Ni un paso atrás! Dicen los que por una indiscutible mayoría electoral ocupan las posiciones de poder, y sujetan los bastones de mando en sus manos/garras. ¡Ni un paso atrás! Responden desde el otro lado de las murallas los que se oponen al uso y al abuso de un poder perfectamente mal entendido, y peor ejercido. Y en este escenario de furia y desencuentro se está desarrollando la gran tragedia mexicana, que apenas va en el inicio del primer acto, cuando el pueblo/Hamlet mirando atolondrado y angustiado la calavera de su historia se pregunta, perdido en sus profundas confusiones: ¿Ser o no ser?

Ser o no ser, he ahí pues el dilema, y entonces, si en el frente de batalla ninguna de las partes en conflicto está dispuesta a ceder en sus posiciones, lo que seguramente nos espera es el dejar de ser, como pueblo y como nación, o al menos dejar de intentar ser lo que el porvenir nos tiene previsto.

Mientras no se nos proponga con absoluta y total claridad, y sin torceduras engañosas, cuál es el camino, cuál es el rumbo, y cuál es el punto de destino, sería un suicidio aceptar a tontas y a ciegas el fantasioso planteamiento de que, mediante la resbaladiza cuarta transformación, llegaremos a la tierra de leche y miel prometida, sin más garantía que la verborrea ininteligible de un caudillo que tiene los pies de barro, y de una mafia indigna de ostentarse como los nuevos redentores de nuestra raza de bronce.

En Twitter soy @ChapoRomo

Mi dirección de correo es oscar.romo@casadelasideas.com

Algo más de tres días han transcurrido desde el lunes en que se festejó el primer aniversario de la elección de Andrés Manuel I, nuevo monarca de México, y encarnación del infernal frankenstein integrado con pedazos de Benito Juárez, Simón Bolivar, Cuauhtémoc, Hugo Chávez, Fidel Castro, el Ché Guevara, Evo Morales e incluso hasta Nicolás Maduro. El presidente López decidió que era necesario hacer una fiesta con bailongo en el Zócalo capitalino, y fiesta con bailongo hubo, a la que según han informado los medios, asistieron alrededor de 85 mil personas provenientes de diversas partes del llamado “altiplano”, o sea la región central del país.

No viene al caso entrar en discusiones respecto de si fue grande o fue chica la concurrencia. Digamos que fue lo suficientemente numerosa para cumplir con el objetivo planeado, sin llegar desde luego a niveles de apoteósis, que es lo que López hubiera deseado. El Zócalo de la Ciudad de México, en el cual, de acuerdo a mediciones técnicas, caben aproximadamente 300 mil pesonas puestas de pie, se veía lleno, según se percibe en algunas fotografías aéreas difundidas, que suelen ser manipuladas mediante el uso engañoso de una tecnológía moderna, que está disponible para cualquier aprendiz de fotógrafo, medianamente preparado.

Seguramente usted ya está enterado de los detalles que hubo en la fiesta/bailongo. Los medios se dieron vuelo, y mucho más las redes sociales, que se han convertido en el vehículo ideal para difundir de manera instantánea la basura y la bazofia que surgen en este tipo de eventos. En el discurso/diarrea verbal del presidente López, que duró casi una hora y media, se dieron los datos provenientes de las fuentes desconocidas e inverificables que alimentan la información en que basa sus decisiones el Mandatario de la nación, lo cual podría explicar lo erráticas y perniciosas que han resultado.

Dijo el señor López, en su perorata disconexa y enmarañada -que en realidad fue una copia al carbón de una mañanera, en versión vespertina- que en los siete meses de su reinado se han ahorrado 113 mil millones de pesos. Y como la masa congregada esa tarde en el Zócalo no es muy dada a pensar, y mucho menos a cuestionar la veracidad de los datos que el presidente eructa constantemente por su orificio bucal, pues simple y sencillamente se tragaron íntegra la cazuela de morcilla, y todavía gritaron a voz en cuello y al compás de la cumbia que querían más. Y más les dieron, enumerando una larga lista de logros que más bien parece el guión cinematográfico de una mala película de ciencia de ficción, que un informe serio y sustentado, como supuestamente mandan los canones.

Pero basta ya de referencias a un evento intrascendente y vodevilesco que quedará ahí, en los archivos de la vergüenza y la ignominia de un país que muestra las peores enfermedades: desunión persistente, polarización sin fin, enfrentamiento cotidiano, y una fractura social que parece irremediable, de acuerdo a la situación de alteración que prevalece en toda la geografía nacional. Vergüenza e ignominia, repito, porque se trató de un acto eminentemente cortesano, cuyo único y exclusivo propósito fue el de ensalzar la figura de un individuo egocéntrico y arrogante, enfermo de autosuficiencia y hambriento de reconocimiento popular.

Si algún saldo arrojó el abyecto evento realizado el lunes 1º de julio, es la evidencia clara e inobjetable de que la división que existe entre el pueblo mexicano se ha hecho más aplia y más profunda. Si usted me lo permite, yo diría que ése es es un saldo de lo más terrible, por su importancia y por sus consecuencias.

En este país que día a día se sigue haciéndo pedazos, se han definido claramente dos bandos: de un lado los leales al caudillo populachero y bonachón que navega con bandera de mesías todo poderoso y todo componedor, y del otro lado el resto del pueblo mexicano que no se tragó el anzuelo y que, conforme transcurren los días, se afirma más y más en su rechazo.

En el furibundo cuadrilátero nacional en el que se arraciman 90 millones de electores potenciales, en una esquina están los 30 millones que ciegos y sordos votaron por AMLO -si bien va, y suponiendo que no haya habido desertores y desencantados- y en la esquina contraria están los 60 millones que no votaron por él, y que autmáticamente cuentan como ciudadanos no alineados.

Y en este temprano momento del sexenio 2018-2024, ambos bandos han fijado su postura clara e irreductible: ¡NI UN PASO ATRÁS!

Y en ese grito: ¡NI UN PASO ATRÁS!, en esa expresión iracunda, persistente y brutal que augura tiempos aún más complicados para nuestro país, fue plantada la venenosa semilla de desencuentro y polarización que se propuso sembrar Andrés Manuel, el rústico patriarca de una paz y una concordia tan sui géneris y especiales, que solo él y sus cómplices más allegados las entienden.

Ni un paso atrás, y a partir de esa premisa, dura como el granito, han construido sus respectivas murallas los batallones de chairos y de fifís, definidos así los contendientes hasta que acabe todo, mientras permean y se extienden hacia ambos lados los adjetivos calificativos, los colores de guerra y los olores del miedo, en los jaloneos incesantes que se han venido dando a partir del día 2 de julio del año pasado, apenas un día después de la elección que ha puesto de cabeza al país. No hubo aviso previo, se incendiaron los puentes levadizos y se inundaron los fosos circundantes, y tampoco hubo compás de espera: fue una suerte de golpe de estado inusual, sorpresivo y fulminante… y la expresión máxima de la irritación y la intransigencia se convirtió en regla… ¡Ni un paso atrás!

Así estamos y en esto nos estamos convirtiendo, más bien, en esto nos están convirtiendo: En un frágil jarrón de barro en riesgo de hacerse mil pedazos al estrellarse contra la implacable dureza de la ignorancia, el empobrecimiento y el rencor. De este modo, la estretegia de los nuevos gobernantes resulta tan clara y efectiva como lo ha sido siempre, desde tiempos inmemoriales: “divide y vencerás”. Y se entiende el empleo de la división como estrategia fundamental y principio de gobierno, porque un pueblo unido y reciamente vinculado por sus principios y valores democráticos, jamás podría aceptar las imposiciones, las arbitrariedades y los desplantes totalitarios que cada día se vuelven más comunes, desde que se desplegaron las opacas e indefinibles banderas de la “Cuarta Transformación”.

En las actuales condiciones, lo peor que como país nos puede suceder es habituarnos a las consignas que diariamente nos lanzan como proyectiles ponzoñosos desde las homilías matutinas, en una especie de condicionamiento mental a base de frases efectistas y mensajes huecos que se pretende convertir en verdades absolutas y dogmas de fe, a base de repetirlos. Desde ese púlpito construido con los huesos de los caídos, se pretende doblegar al raciocionio, la sensatez, el sentido crítico, la capacidad de discernimiento, y la claridad intelectual de la fracción mayoritaria de un pueblo aún no domesticado, o no del todo domesticado.

¡Ni un paso atrás! Dicen los que por una indiscutible mayoría electoral ocupan las posiciones de poder, y sujetan los bastones de mando en sus manos/garras. ¡Ni un paso atrás! Responden desde el otro lado de las murallas los que se oponen al uso y al abuso de un poder perfectamente mal entendido, y peor ejercido. Y en este escenario de furia y desencuentro se está desarrollando la gran tragedia mexicana, que apenas va en el inicio del primer acto, cuando el pueblo/Hamlet mirando atolondrado y angustiado la calavera de su historia se pregunta, perdido en sus profundas confusiones: ¿Ser o no ser?

Ser o no ser, he ahí pues el dilema, y entonces, si en el frente de batalla ninguna de las partes en conflicto está dispuesta a ceder en sus posiciones, lo que seguramente nos espera es el dejar de ser, como pueblo y como nación, o al menos dejar de intentar ser lo que el porvenir nos tiene previsto.

Mientras no se nos proponga con absoluta y total claridad, y sin torceduras engañosas, cuál es el camino, cuál es el rumbo, y cuál es el punto de destino, sería un suicidio aceptar a tontas y a ciegas el fantasioso planteamiento de que, mediante la resbaladiza cuarta transformación, llegaremos a la tierra de leche y miel prometida, sin más garantía que la verborrea ininteligible de un caudillo que tiene los pies de barro, y de una mafia indigna de ostentarse como los nuevos redentores de nuestra raza de bronce.

En Twitter soy @ChapoRomo

Mi dirección de correo es oscar.romo@casadelasideas.com