/ lunes 7 de noviembre de 2022

Minutos de lectura | El riesgo de la digitalidad

El mundo sufrió un apagón. El celular no funciona y la televisión sin señal. No hay Internet ni redes sociales, ni llamadas ni mensajes. La electricidad se esfumó de un segundo a otro y con ello, dejaron de funcionar las redes de suministro de servicios básicos en la ciudad. En las avenidas hay carros en movimiento, pero no por mucho tiempo porque pronto agotarán su combustible. Las luces encendidas de esos vehículos difuminan el atardecer naranja en el ocaso del día. Las siluetas se pierden en la oscuridad.

Es noviembre de 2022 y a las 17:34 horas del Pacífico ya no hay luz natural. Los 20 grados centígrados hacen del viento ligero una fresca brisa. A lo lejos, entre los cerros oscurecidos, se divisa una especie de neblina que se confunde con tolvaneras de polvo que dibujan el caos. Sirenas y alarmas que se entrecortan dan paso a un hueco silencio que hace vacío en nuestros oídos. Si el juicio final tuviera una descripción gráfica, esto se asemejaría bastante.

Las personas salen de los negocios, de sus casas, de los cafés o de los parques. Caminando en la calle, voltean hacia el cielo y, yo que veo a la distancia sus reacciones, observo en sus rostros el desconcierto. Toman su celular y picotean con desesperación. Lo pegan a sus oídos y luego, al no tener éxito, lo vuelven a observar extrañados. Esto sucede en el Norte de México, pero al mismo tiempo también sucede en la costa Este de Estados Unidos, en la Patagonia, en el Sur de China, al Noroeste de África o en el último rincón de Siberia. El apagón es mundial.

Después de 2 semanas en caos y desconexión, el mundo vuelve a conectarse. Luz, agua, Internet, teléfonos, bancos, gasolina, vehículos en circulación; sonrisas y caras de alivio post-tragedia. Sólo algo no regresó: los datos en la nube. El mundo ha perdido por lo menos 50 años de información que, sin estar en papel, se almacenaba en digital. La historia y los avances del mundo contemporáneo que resguardaron personas e instituciones en la dimensión inmaterial de bytes de memoria, se perdió en un apagón. Se cumplió la Ley de Murphy y su principio empírico: si algo puede suceder, sucederá. Y sucedió.

Aunque lo anterior es un caso imaginario, bien pudiera ser una crónica real. Hoy la digitalidad es un aliado importante, cuando cada vez dependemos más de ella y menos nos preparamos para su ausencia. Millones de seres humanos hemos sido víctimas de accidentes irreparables a nuestra memoria virtual. Y muchos no hemos tenido la suficiente precaución en el manejo y resguardo de nuestra información digital. Discos duros dañados, celulares hackeados, cuentas de almacenamiento irrecuperables o simplemente aparatos que han dejado de funcionar, son ejemplos de situaciones que enfrentamos y que resultan en pérdida de nuestros registros. ¿Les ha sucedido algo similar? ¿Imaginan si un día, lo ejemplificado en líneas anteriores se vuelve realidad y los resguardos colapsen y desaparezcan? La humanidad está en posibilidad de perder su huella, la huella de una dimensión intangible que es la digital.

El libro, el resguardo físico, el ejercicio archivístico, las bibliotecas, museos, las fotografías y documentos académicos u oficiales, entre otros, son preponderantes para asegurarnos que la huella de nuestra era exista en cientos o miles de años por venir. El patrimonio material de la humanidad, requiere de nuestra atención en tiempos de la digitalidad, particularmente la información y sus mecanismos de resguardo. Si bien, es fácil y atractivo administrar desde la nube nuestros archivos con estudios, investigaciones, literatura, actividad profesional y demás, también es importante prepararnos para un poco probable pero posible colapso de información en la red. Sólo previendo, podemos asegurarnos que próximas generaciones accedan a lo que hoy almacenamos y difundimos en la caja digital.

No está demás suponer casos extremos, sobre todo en tiempos en los que expertos hablan con frecuencia de un posible apagón digital dado el tamaño creciente de almacenamiento. Cuidemos como humanidad nuestra huella histórica y digital. Sólo eso nos asegurará la trascendencia y el conocimiento de la sociedad que hoy somos, en el futuro.

El mundo sufrió un apagón. El celular no funciona y la televisión sin señal. No hay Internet ni redes sociales, ni llamadas ni mensajes. La electricidad se esfumó de un segundo a otro y con ello, dejaron de funcionar las redes de suministro de servicios básicos en la ciudad. En las avenidas hay carros en movimiento, pero no por mucho tiempo porque pronto agotarán su combustible. Las luces encendidas de esos vehículos difuminan el atardecer naranja en el ocaso del día. Las siluetas se pierden en la oscuridad.

Es noviembre de 2022 y a las 17:34 horas del Pacífico ya no hay luz natural. Los 20 grados centígrados hacen del viento ligero una fresca brisa. A lo lejos, entre los cerros oscurecidos, se divisa una especie de neblina que se confunde con tolvaneras de polvo que dibujan el caos. Sirenas y alarmas que se entrecortan dan paso a un hueco silencio que hace vacío en nuestros oídos. Si el juicio final tuviera una descripción gráfica, esto se asemejaría bastante.

Las personas salen de los negocios, de sus casas, de los cafés o de los parques. Caminando en la calle, voltean hacia el cielo y, yo que veo a la distancia sus reacciones, observo en sus rostros el desconcierto. Toman su celular y picotean con desesperación. Lo pegan a sus oídos y luego, al no tener éxito, lo vuelven a observar extrañados. Esto sucede en el Norte de México, pero al mismo tiempo también sucede en la costa Este de Estados Unidos, en la Patagonia, en el Sur de China, al Noroeste de África o en el último rincón de Siberia. El apagón es mundial.

Después de 2 semanas en caos y desconexión, el mundo vuelve a conectarse. Luz, agua, Internet, teléfonos, bancos, gasolina, vehículos en circulación; sonrisas y caras de alivio post-tragedia. Sólo algo no regresó: los datos en la nube. El mundo ha perdido por lo menos 50 años de información que, sin estar en papel, se almacenaba en digital. La historia y los avances del mundo contemporáneo que resguardaron personas e instituciones en la dimensión inmaterial de bytes de memoria, se perdió en un apagón. Se cumplió la Ley de Murphy y su principio empírico: si algo puede suceder, sucederá. Y sucedió.

Aunque lo anterior es un caso imaginario, bien pudiera ser una crónica real. Hoy la digitalidad es un aliado importante, cuando cada vez dependemos más de ella y menos nos preparamos para su ausencia. Millones de seres humanos hemos sido víctimas de accidentes irreparables a nuestra memoria virtual. Y muchos no hemos tenido la suficiente precaución en el manejo y resguardo de nuestra información digital. Discos duros dañados, celulares hackeados, cuentas de almacenamiento irrecuperables o simplemente aparatos que han dejado de funcionar, son ejemplos de situaciones que enfrentamos y que resultan en pérdida de nuestros registros. ¿Les ha sucedido algo similar? ¿Imaginan si un día, lo ejemplificado en líneas anteriores se vuelve realidad y los resguardos colapsen y desaparezcan? La humanidad está en posibilidad de perder su huella, la huella de una dimensión intangible que es la digital.

El libro, el resguardo físico, el ejercicio archivístico, las bibliotecas, museos, las fotografías y documentos académicos u oficiales, entre otros, son preponderantes para asegurarnos que la huella de nuestra era exista en cientos o miles de años por venir. El patrimonio material de la humanidad, requiere de nuestra atención en tiempos de la digitalidad, particularmente la información y sus mecanismos de resguardo. Si bien, es fácil y atractivo administrar desde la nube nuestros archivos con estudios, investigaciones, literatura, actividad profesional y demás, también es importante prepararnos para un poco probable pero posible colapso de información en la red. Sólo previendo, podemos asegurarnos que próximas generaciones accedan a lo que hoy almacenamos y difundimos en la caja digital.

No está demás suponer casos extremos, sobre todo en tiempos en los que expertos hablan con frecuencia de un posible apagón digital dado el tamaño creciente de almacenamiento. Cuidemos como humanidad nuestra huella histórica y digital. Sólo eso nos asegurará la trascendencia y el conocimiento de la sociedad que hoy somos, en el futuro.