/ viernes 2 de septiembre de 2022

Sin medias tintas | Confianza pura…

Según la Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana del primer trimestre del 2022, la población de 18 años y más reconoció haber tenido conflictos o enfrentamientos de manera directa por causa de incivilidades en su entorno. El 72.8% mencionó que estos conflictos se dieron con los vecinos, mientras que el 30% manifestó haber tenido conflictos o enfrentamientos con desconocidos en la calle. ¡Con vecinos! ¡Hágame usted el favor!

¿Qué estamos haciendo mal? Quizá la posible respuesta la tenga el Dr. H., quien una noche regresaba a casa con su esposa al volante del auto. Habían comprado una residencia en una de esas famosas cerradas de clase alta con acceso controlado por las ventajas de seguridad que les ofrecía.

Después de pasar la caseta y dar vuelta hacia la calle de su domicilio, se vieron sorprendidos por una gran cantidad de jóvenes bien vestidos y de distintas edades que estaban reunidos y bloqueaban el paso. Había una fiesta en la tercera casa de la cuadra y se extendió hasta la calle. Ya era tarde (como la 1 am), y se notaba el consumo en exceso de alcohol por la gran cantidad de botes y botellas tiradas en los alrededores.

Aunque veían el auto que intentaba pasar, los jóvenes no hicieron ni el intento de moverse ni de crear el espacio para ello. Así que la esposa del Dr. H. usó el claxon una sola vez. Entonces varios voltearon al vehículo y le dieron oportunidad de pasar despacio.

Tras el breve intercambio de miradas y muecas entre el Dr. H. y su esposa por la conducta de los jóvenes, llegaron a su domicilio, y ya en el interior comentaron entre bromas que ojalá no hicieran mucho ruido y los dejaran dormir.

No pasaron ni 20 minutos cuando el Dr. H. escuchó fuertes golpes en la puerta. Al abrir, se sorprende al ver dentro de su propiedad a un joven —acompañado de otros seis— de unos 24 años con una botella en la mano, que le reclamó airadamente por haberle ‘pitado’: “¡Por qué me pitaste, güey, ni que fuera vaca!”

El doctor se sorprendió ante el reclamo y avanzó hacia el joven pidiéndole tranquilamente que abandonara su propiedad. Y mientras hacía lo propio con el resto de los jóvenes, le dio la espalda al primero… y ¡crack!, sintió un repentino y agudo dolor en la cabeza, pero no se cayó; volteó por instinto y le dio un violento puñetazo en la mandíbula a un sorprendido agresor que terminó en el suelo. Los demás jóvenes se le fueron encima, pero el Dr. H. entró a su domicilio como pudo. Su esposa ya había llamado a la Policía, y con la mano temblorosa intentaba limpiar a su marido los restos de cerveza y la sangre que le salía del cráneo y le recorría el cuello.

La Policía hizo su aparición rápidamente, lo que provocó una estampida de jóvenes y vehículos. Inmediatamente comenzaron las pesquisas, que terminaron en denuncias penales.

¿Y qué pasó después? Pues el doctor terminó desilusionado de la justicia, porque los seis testigos sostenían que él fue el agresor. Además, se ganó una cortada en el cráneo que requirió de tres puntadas, y una terrible sensación de inseguridad. El agresor terminó libre y en su casa, y los abogados con 20 mil pesos en honorarios.

Según la Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana del primer trimestre del 2022, la población de 18 años y más reconoció haber tenido conflictos o enfrentamientos de manera directa por causa de incivilidades en su entorno. El 72.8% mencionó que estos conflictos se dieron con los vecinos, mientras que el 30% manifestó haber tenido conflictos o enfrentamientos con desconocidos en la calle. ¡Con vecinos! ¡Hágame usted el favor!

¿Qué estamos haciendo mal? Quizá la posible respuesta la tenga el Dr. H., quien una noche regresaba a casa con su esposa al volante del auto. Habían comprado una residencia en una de esas famosas cerradas de clase alta con acceso controlado por las ventajas de seguridad que les ofrecía.

Después de pasar la caseta y dar vuelta hacia la calle de su domicilio, se vieron sorprendidos por una gran cantidad de jóvenes bien vestidos y de distintas edades que estaban reunidos y bloqueaban el paso. Había una fiesta en la tercera casa de la cuadra y se extendió hasta la calle. Ya era tarde (como la 1 am), y se notaba el consumo en exceso de alcohol por la gran cantidad de botes y botellas tiradas en los alrededores.

Aunque veían el auto que intentaba pasar, los jóvenes no hicieron ni el intento de moverse ni de crear el espacio para ello. Así que la esposa del Dr. H. usó el claxon una sola vez. Entonces varios voltearon al vehículo y le dieron oportunidad de pasar despacio.

Tras el breve intercambio de miradas y muecas entre el Dr. H. y su esposa por la conducta de los jóvenes, llegaron a su domicilio, y ya en el interior comentaron entre bromas que ojalá no hicieran mucho ruido y los dejaran dormir.

No pasaron ni 20 minutos cuando el Dr. H. escuchó fuertes golpes en la puerta. Al abrir, se sorprende al ver dentro de su propiedad a un joven —acompañado de otros seis— de unos 24 años con una botella en la mano, que le reclamó airadamente por haberle ‘pitado’: “¡Por qué me pitaste, güey, ni que fuera vaca!”

El doctor se sorprendió ante el reclamo y avanzó hacia el joven pidiéndole tranquilamente que abandonara su propiedad. Y mientras hacía lo propio con el resto de los jóvenes, le dio la espalda al primero… y ¡crack!, sintió un repentino y agudo dolor en la cabeza, pero no se cayó; volteó por instinto y le dio un violento puñetazo en la mandíbula a un sorprendido agresor que terminó en el suelo. Los demás jóvenes se le fueron encima, pero el Dr. H. entró a su domicilio como pudo. Su esposa ya había llamado a la Policía, y con la mano temblorosa intentaba limpiar a su marido los restos de cerveza y la sangre que le salía del cráneo y le recorría el cuello.

La Policía hizo su aparición rápidamente, lo que provocó una estampida de jóvenes y vehículos. Inmediatamente comenzaron las pesquisas, que terminaron en denuncias penales.

¿Y qué pasó después? Pues el doctor terminó desilusionado de la justicia, porque los seis testigos sostenían que él fue el agresor. Además, se ganó una cortada en el cráneo que requirió de tres puntadas, y una terrible sensación de inseguridad. El agresor terminó libre y en su casa, y los abogados con 20 mil pesos en honorarios.