/ sábado 1 de octubre de 2022

Sin medias tintas | Ejemplos de justicia en Sonora

Ya era tarde, casi las 9 de la noche del sábado, cuando Joaquín “N” entró corriendo por la puerta de su vivienda. La puerta no tenía seguro, así que no batalló para abrirla y meterse. Dos oficiales —no pondré de qué corporación— lo perseguían de cerca, porque fue el único que corrió de entre varios que estaban reunidos a unas cuadras de su casa.

Sin mediar orden de por medio, los oficiales ingresaron al inmueble buscando a Joaquín, y ante el alboroto, Eugenia “N” preguntó gritando: ¡qué pasa, qué pasa! Uno de los oficiales le contesta: ¡Es la Policía! Mientras, su compañero le dice: Vámonos, nos vamos a meter en un problema.

Eugenia les grita a lo lejos que abandonen la casa. Que no tienen nada que estar haciendo adentro porque ella no les ha dado permiso. Los oficiales salen del inmueble con las manos vacías y se regresan a la unidad.

Eugenia regañaba a su nieto Joaquín por los acontecimientos; pero estaba furiosa ante la intrusión de la Policía. Se sentía intranquila por esos minutos amargos y comenzó a orar para calmarse.

Días después Eugenia recibió un citatorio, en calidad de imputada, de un ministerio público de la Fiscalía de Justicia del Estado de Sonora. Mientras su nieto se lo va leyendo, Eugenia se va sorprendiendo más y más, y después de la sorpresa pasa al miedo. Nunca había tenido ninguna clase de problema con la justicia. Su vida se limitaba a cuidar y alimentar a sus nietos con la poca pensión que le había dejado su marido.

Acudió a la cita acompañada de uno de sus nietos y pidió un defensor de oficio. El ministerio público le leyó los cargos: Los mismos policías que habían ingresado a su domicilio le imputaban el delito de lesiones. Habían conseguido un certificado médico del San José y habían presentado la denuncia como a las tres de la mañana de esa misma noche de la persecución.

Eugenia casi lloraba, y le pregunta al ministerio público: ¿Ya se dio cuenta de que estoy ciega? La investigación continúa.

Era muy temprano cuando Roberto “N” regaba las plantas de su jardín. Acostumbrado a ver gente ejercitándose y paseando perros, saludaba a cualquiera que pasara por frente a su pequeño cerco.

Un vecino nuevo pasó por la acera con un pastor belga y, fiel a su tradición, Roberto saludó. Sin más, el pastor jaló la correa de su dueño, se brincó el pequeño cerco que los separaba y puso sus ojos en las piernas de Roberto, que no tuvo tiempo de reaccionar.

El pastor le mordió ferozmente la pantorrilla y mientras gritaba de dolor tomó como pudo la paletilla de jardín que estaba cerca y le propinó un tremendo golpe al animal, dañándole un ojo.

Los vecinos se hicieron de palabras, y después Roberto entró a curarse de la tremenda mordida. Hoy está vinculado a proceso por maltratar al animal porque el otro vecino puso la denuncia primero.

¿Qué estaremos haciendo mal?

Ya era tarde, casi las 9 de la noche del sábado, cuando Joaquín “N” entró corriendo por la puerta de su vivienda. La puerta no tenía seguro, así que no batalló para abrirla y meterse. Dos oficiales —no pondré de qué corporación— lo perseguían de cerca, porque fue el único que corrió de entre varios que estaban reunidos a unas cuadras de su casa.

Sin mediar orden de por medio, los oficiales ingresaron al inmueble buscando a Joaquín, y ante el alboroto, Eugenia “N” preguntó gritando: ¡qué pasa, qué pasa! Uno de los oficiales le contesta: ¡Es la Policía! Mientras, su compañero le dice: Vámonos, nos vamos a meter en un problema.

Eugenia les grita a lo lejos que abandonen la casa. Que no tienen nada que estar haciendo adentro porque ella no les ha dado permiso. Los oficiales salen del inmueble con las manos vacías y se regresan a la unidad.

Eugenia regañaba a su nieto Joaquín por los acontecimientos; pero estaba furiosa ante la intrusión de la Policía. Se sentía intranquila por esos minutos amargos y comenzó a orar para calmarse.

Días después Eugenia recibió un citatorio, en calidad de imputada, de un ministerio público de la Fiscalía de Justicia del Estado de Sonora. Mientras su nieto se lo va leyendo, Eugenia se va sorprendiendo más y más, y después de la sorpresa pasa al miedo. Nunca había tenido ninguna clase de problema con la justicia. Su vida se limitaba a cuidar y alimentar a sus nietos con la poca pensión que le había dejado su marido.

Acudió a la cita acompañada de uno de sus nietos y pidió un defensor de oficio. El ministerio público le leyó los cargos: Los mismos policías que habían ingresado a su domicilio le imputaban el delito de lesiones. Habían conseguido un certificado médico del San José y habían presentado la denuncia como a las tres de la mañana de esa misma noche de la persecución.

Eugenia casi lloraba, y le pregunta al ministerio público: ¿Ya se dio cuenta de que estoy ciega? La investigación continúa.

Era muy temprano cuando Roberto “N” regaba las plantas de su jardín. Acostumbrado a ver gente ejercitándose y paseando perros, saludaba a cualquiera que pasara por frente a su pequeño cerco.

Un vecino nuevo pasó por la acera con un pastor belga y, fiel a su tradición, Roberto saludó. Sin más, el pastor jaló la correa de su dueño, se brincó el pequeño cerco que los separaba y puso sus ojos en las piernas de Roberto, que no tuvo tiempo de reaccionar.

El pastor le mordió ferozmente la pantorrilla y mientras gritaba de dolor tomó como pudo la paletilla de jardín que estaba cerca y le propinó un tremendo golpe al animal, dañándole un ojo.

Los vecinos se hicieron de palabras, y después Roberto entró a curarse de la tremenda mordida. Hoy está vinculado a proceso por maltratar al animal porque el otro vecino puso la denuncia primero.

¿Qué estaremos haciendo mal?