/ lunes 24 de octubre de 2022

Sin medias tintas | La mediocridad va ganando

La inseguridad, la violencia, el odio y el resentimiento se están normalizando demasiado rápido en nuestro país. Las encuestas recientes del Inegi nos dan certeza sobre los primeros dos; del resto, pues bastaría con salir a la calle —y en ocasiones sin hacerlo; están en casa o llegan al móvil—.

Los videos cada vez más gráficos de agresiones entre personas y el incremento en el número de muertos por la violencia, nos muestran el terrible desgaste social que estamos viviendo. Somos testigos de uno de los peores momentos en la historia de México, donde hasta los representantes del Gobierno buscan culpables para justificar la ineficiencia, y aprovechan de paso para fomentar la división entre los mexicanos. Lo mismo se vivió en Italia y Alemania durante los años previos a la Segunda Guerra Mundial; y pareciera que esta generación ha olvidado revisar la Historia.

Pero quizá donde el problema es más grave es en el terreno de la educación. Muchas prácticas están en desuso, incluidas la enseñanza de las herramientas utilizadas antaño para preparar a los futuros ciudadanos. La lógica matemática y el civismo han sido prácticamente sustituidas por las calculadoras y el servicio social, pese a que en su fundamentación no exista relación entre ambas.

Lo “progres” es lo de hoy y en ese sentido los docentes, so pena de ser estigmatizados, se ven forzados a aceptar todas las opiniones —aunque no gocen del mínimo de justicia, como pedía Aristóteles— y actuaciones —aunque no reúnan la calidad necesaria—.

Hoy cualquier juicio negativo de valor tiene seguidores, y los juicios sumarios también están de moda. El contexto de los acontecimientos ha sido sustituido por el empirismo y en ocasiones hasta por la fe. La ciencia ha pasado a segundo plano y ha perdido la importancia que debe tener en la vida social y en el desarrollo de las naciones.

Estamos creando generaciones con ese 10% de capacidad que tanto se escucha, haciendo a un lado la eticidad, la responsabilidad, la honradez y, por consecuencia, la integridad. Si bien esas generaciones son útiles para algunos políticos, no reúnen las habilidades necesarias para enfrentar y resolver los grandes problemas del país, y ni hablar de la realización personal y la búsqueda de la felicidad.

Los profesores estamos siendo forzados a normalizar la mediocridad como suficiente, a través de escritos plagados de errores ortográficos y sin estructura, o de trabajos elaborados en hojas sucias. Se fomenta la impunidad cuando un plagio no se castiga; pero da más flojera enfrentar una llamada de atención de las autoridades por la falta de empatía al problema de ansiedad del alumno que se vio forzado a adjudicarse un texto ajeno como propio.

Jóvenes menores de 30 años no saben elaborar un oficio coherente ni conocen los números romanos, y los menores de 25 hasta desconocen el Himno Nacional; pero eso sí, trabajan en el gobierno estatal o federal. La mediocridad no debería gobernar.

Normalizar la mediocridad en la educación va en sentido contrario a todos los principios de desarrollo y progreso de los países del mundo, pues está claro que una educación mediocre conlleva a una sociedad igual.

La gran pregunta es si habrá tiempo para corregir el rumbo.

La inseguridad, la violencia, el odio y el resentimiento se están normalizando demasiado rápido en nuestro país. Las encuestas recientes del Inegi nos dan certeza sobre los primeros dos; del resto, pues bastaría con salir a la calle —y en ocasiones sin hacerlo; están en casa o llegan al móvil—.

Los videos cada vez más gráficos de agresiones entre personas y el incremento en el número de muertos por la violencia, nos muestran el terrible desgaste social que estamos viviendo. Somos testigos de uno de los peores momentos en la historia de México, donde hasta los representantes del Gobierno buscan culpables para justificar la ineficiencia, y aprovechan de paso para fomentar la división entre los mexicanos. Lo mismo se vivió en Italia y Alemania durante los años previos a la Segunda Guerra Mundial; y pareciera que esta generación ha olvidado revisar la Historia.

Pero quizá donde el problema es más grave es en el terreno de la educación. Muchas prácticas están en desuso, incluidas la enseñanza de las herramientas utilizadas antaño para preparar a los futuros ciudadanos. La lógica matemática y el civismo han sido prácticamente sustituidas por las calculadoras y el servicio social, pese a que en su fundamentación no exista relación entre ambas.

Lo “progres” es lo de hoy y en ese sentido los docentes, so pena de ser estigmatizados, se ven forzados a aceptar todas las opiniones —aunque no gocen del mínimo de justicia, como pedía Aristóteles— y actuaciones —aunque no reúnan la calidad necesaria—.

Hoy cualquier juicio negativo de valor tiene seguidores, y los juicios sumarios también están de moda. El contexto de los acontecimientos ha sido sustituido por el empirismo y en ocasiones hasta por la fe. La ciencia ha pasado a segundo plano y ha perdido la importancia que debe tener en la vida social y en el desarrollo de las naciones.

Estamos creando generaciones con ese 10% de capacidad que tanto se escucha, haciendo a un lado la eticidad, la responsabilidad, la honradez y, por consecuencia, la integridad. Si bien esas generaciones son útiles para algunos políticos, no reúnen las habilidades necesarias para enfrentar y resolver los grandes problemas del país, y ni hablar de la realización personal y la búsqueda de la felicidad.

Los profesores estamos siendo forzados a normalizar la mediocridad como suficiente, a través de escritos plagados de errores ortográficos y sin estructura, o de trabajos elaborados en hojas sucias. Se fomenta la impunidad cuando un plagio no se castiga; pero da más flojera enfrentar una llamada de atención de las autoridades por la falta de empatía al problema de ansiedad del alumno que se vio forzado a adjudicarse un texto ajeno como propio.

Jóvenes menores de 30 años no saben elaborar un oficio coherente ni conocen los números romanos, y los menores de 25 hasta desconocen el Himno Nacional; pero eso sí, trabajan en el gobierno estatal o federal. La mediocridad no debería gobernar.

Normalizar la mediocridad en la educación va en sentido contrario a todos los principios de desarrollo y progreso de los países del mundo, pues está claro que una educación mediocre conlleva a una sociedad igual.

La gran pregunta es si habrá tiempo para corregir el rumbo.