/ lunes 1 de febrero de 2021

Sin medias tintas | El odio une a la gente

Hay cientos de pasajes sombríos en la historia. Algunos son tan extraordinarios que incluso podrían redefinir la naturaleza humana del raciocinio, acercándola peligrosamente a la bestialidad.

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Las personas de la generación que le tocó vivir o sobrevivió a tales momentos dramáticos seguramente quedaron marcadas emocionalmente. Vivir el horror de cualquier guerra o de actos de exterminio sin duda deja secuelas difíciles de superar.

La historia registró la brutalidad de cada uno de estos eventos para la posteridad, pero con el paso del tiempo muchos de ellos han sido olvidados, lo que a su vez ha motivado la aparición de un vacío, donde las verdades a medias o las mentiras completas han encontrado tierra fértil.

Los jóvenes de hoy desconocen lo que fue el Holocausto, por ejemplo. Otros no tienen idea de qué fue la Inquisición, y otros tantos menor información tienen acerca de las brujas de Salem.

En cambio, sí conocen de las conspiraciones de los iluminati, de la supuesta no llegada a la Luna, de los OVNIs de Maussan, y de los eventos paranormales del Panteón de la Yáñez.

Nutrir la mente con conocimiento no es algo fácil, y desafortunadamente esos nutriólogos, como los maestros, han visto menguada no sólo su capacidad sino también su valoración. Sacar de las mentes jóvenes la información inútil es tan demandante como lo contrario. Hay quienes incluso lo califican de peligroso.

Los maestros con vocación difícilmente se rendirán ante el reto, pero no podría decir lo mismo de los otros. Así, como las infecciones tienen cabida en el cuerpo cuando no hay buena alimentación, el conocimiento y la ciencia batallarán para entrar en esos cerebros nóveles y desplazar a la seudociencia o las ideas arraigadas. Y cuando quien dirige los esfuerzos pierde el ánimo o la voluntad —o la defiende un sindicato—, entonces la tarea se hace casi imposible.

El odio une a la gente, incluso en más ocasiones que el amor o la voluntad por hacer las cosas. Se demostró durante el Holocausto. Seis millones de judíos asesinados y de esos cerca de 1.5 millones quemados vivos.

El 27 de enero, Día Internacional de Conmemoración de las Víctimas del Holocausto pasó como un día más, sin pena ni gloria, por la pandemia quizás, pero de seguro ninguno de sus hijos le preguntó qué fue el Holocausto ni muchos padres se preocuparon por contarle a sus hijos sobre ese triste pasaje de la historia, precisamente para tenerla presente y no repetirla de nuevo.

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La misma tónica aplicaría a los demagogos en la historia que tratan de convencer sólo con palabras y alteran la historia a su conveniencia. Esa conducta generó odio, pero parece que no hemos aprendido la lección.

¿O acaso lo mejor es olvidarse de eso?

Hay cientos de pasajes sombríos en la historia. Algunos son tan extraordinarios que incluso podrían redefinir la naturaleza humana del raciocinio, acercándola peligrosamente a la bestialidad.

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Las personas de la generación que le tocó vivir o sobrevivió a tales momentos dramáticos seguramente quedaron marcadas emocionalmente. Vivir el horror de cualquier guerra o de actos de exterminio sin duda deja secuelas difíciles de superar.

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Los jóvenes de hoy desconocen lo que fue el Holocausto, por ejemplo. Otros no tienen idea de qué fue la Inquisición, y otros tantos menor información tienen acerca de las brujas de Salem.

En cambio, sí conocen de las conspiraciones de los iluminati, de la supuesta no llegada a la Luna, de los OVNIs de Maussan, y de los eventos paranormales del Panteón de la Yáñez.

Nutrir la mente con conocimiento no es algo fácil, y desafortunadamente esos nutriólogos, como los maestros, han visto menguada no sólo su capacidad sino también su valoración. Sacar de las mentes jóvenes la información inútil es tan demandante como lo contrario. Hay quienes incluso lo califican de peligroso.

Los maestros con vocación difícilmente se rendirán ante el reto, pero no podría decir lo mismo de los otros. Así, como las infecciones tienen cabida en el cuerpo cuando no hay buena alimentación, el conocimiento y la ciencia batallarán para entrar en esos cerebros nóveles y desplazar a la seudociencia o las ideas arraigadas. Y cuando quien dirige los esfuerzos pierde el ánimo o la voluntad —o la defiende un sindicato—, entonces la tarea se hace casi imposible.

El odio une a la gente, incluso en más ocasiones que el amor o la voluntad por hacer las cosas. Se demostró durante el Holocausto. Seis millones de judíos asesinados y de esos cerca de 1.5 millones quemados vivos.

El 27 de enero, Día Internacional de Conmemoración de las Víctimas del Holocausto pasó como un día más, sin pena ni gloria, por la pandemia quizás, pero de seguro ninguno de sus hijos le preguntó qué fue el Holocausto ni muchos padres se preocuparon por contarle a sus hijos sobre ese triste pasaje de la historia, precisamente para tenerla presente y no repetirla de nuevo.

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¿O acaso lo mejor es olvidarse de eso?