/ lunes 25 de febrero de 2019

Sin Medias Tintas | Los engañados

Harían las cosas de manera diferente, decían. No somos corruptos, decían. Primero los pobres, decían. Y también decían que la actuación del gobierno se sustentaría en tres principios fundamentales: No mentir, no robar, no traicionar… pero hubo engaños, por lo tanto hubo mentira y traición.

Todas las decisiones y acciones tomadas por el nuevo gobierno federal hasta ahora, distan mucho de priorizar el interés de conformar un gobierno respetuoso de la incipiente democracia que hemos alcanzado a través de los años, y ha demostrado ser un gobierno de intereses netamente clientelares.

Olvida este gobierno que la economía de un país no se impulsa distribuyendo riquezas inexistentes, sino pujando por la diversificación. La historia ha demostrado que jamás en ninguna parte del mundo funcionó la participación exclusiva del Estado en la totalidad de la producción económica. Se requiere del apoyo de otras inversiones para no cargar con toda la responsabilidad del desarrollo y de la generación de la riqueza.

Sin embargo, pareciera que a nadie le importa la forma como se está conduciendo el nuevo gobierno. Las cifras de aceptación y popularidad del presidente minimizan cualquier clase de crítica.

Pero no debemos dejar de denunciar lo que está mal hecho por parte del nuevo gobierno federal… y de ningún otro gobierno. Recordemos que no se les dio un cheque en blanco –aunque para muchos parece que sí– para que hicieran y deshicieran sobre cómo manejar el aparato gubernamental y el destino del país.

La crítica informada y documentada, así como los señalamientos sostenidos con hechos y datos, deben imponerse a los actos de fe que nos pide el actual presidente. Por ello, es por demás sano generar contrapesos políticos en el país para generar acuerdos, debates y diálogos abiertos, y así alejarnos de cualquier sospecha de dictadura.

No será algo sencillo, considerando que se están reproduciendo los mismos embates y denostaciones a la oposición que antes criticaban, con la diferencia de que ahora los ataques a los críticos y la defensa a ultranza del nuevo gobierno se dan prácticamente en todos los escenarios, desde las redes sociales hasta las conferencias matutinas del mismo presidente.

Aunque no nos guste, las democracias así son. Ganará siempre el que tenga mayoría de votos. Y así ganó el actual presidente y debemos considerarlo como el representante de todos los mexicanos. Pero bajo ninguna circunstancia debemos apoyar la transgresión a la Ley, y menos que ésta deba ajustarse a los deseos de una sola persona.

Llevó mucho tiempo y se derramó infinidad de sangre para llegar a donde estamos actualmente. Lo que nos queda es ir hacia delante, ¿para qué regresarnos?

Consolidar lo que sirve, deshechar lo malo y mantener lo útil, y combatir la corrupción y la impunidad donde se encuentre, además de atender necesidades sin destruir los programas sociales, deben ser guías y principios ante las promesas de campaña de quienes ocupan hoy el poder. No hacerlo así sería otro engaño.

No tenemos tiempo para las ocurrencias y menos para la experimentación. Eso no funciona cuando se trata de poner de acuerdo a 120 millones de habitantes de un país en donde la polarización campea por doquier.

Harían las cosas de manera diferente, decían. No somos corruptos, decían. Primero los pobres, decían. Y también decían que la actuación del gobierno se sustentaría en tres principios fundamentales: No mentir, no robar, no traicionar… pero hubo engaños, por lo tanto hubo mentira y traición.

Todas las decisiones y acciones tomadas por el nuevo gobierno federal hasta ahora, distan mucho de priorizar el interés de conformar un gobierno respetuoso de la incipiente democracia que hemos alcanzado a través de los años, y ha demostrado ser un gobierno de intereses netamente clientelares.

Olvida este gobierno que la economía de un país no se impulsa distribuyendo riquezas inexistentes, sino pujando por la diversificación. La historia ha demostrado que jamás en ninguna parte del mundo funcionó la participación exclusiva del Estado en la totalidad de la producción económica. Se requiere del apoyo de otras inversiones para no cargar con toda la responsabilidad del desarrollo y de la generación de la riqueza.

Sin embargo, pareciera que a nadie le importa la forma como se está conduciendo el nuevo gobierno. Las cifras de aceptación y popularidad del presidente minimizan cualquier clase de crítica.

Pero no debemos dejar de denunciar lo que está mal hecho por parte del nuevo gobierno federal… y de ningún otro gobierno. Recordemos que no se les dio un cheque en blanco –aunque para muchos parece que sí– para que hicieran y deshicieran sobre cómo manejar el aparato gubernamental y el destino del país.

La crítica informada y documentada, así como los señalamientos sostenidos con hechos y datos, deben imponerse a los actos de fe que nos pide el actual presidente. Por ello, es por demás sano generar contrapesos políticos en el país para generar acuerdos, debates y diálogos abiertos, y así alejarnos de cualquier sospecha de dictadura.

No será algo sencillo, considerando que se están reproduciendo los mismos embates y denostaciones a la oposición que antes criticaban, con la diferencia de que ahora los ataques a los críticos y la defensa a ultranza del nuevo gobierno se dan prácticamente en todos los escenarios, desde las redes sociales hasta las conferencias matutinas del mismo presidente.

Aunque no nos guste, las democracias así son. Ganará siempre el que tenga mayoría de votos. Y así ganó el actual presidente y debemos considerarlo como el representante de todos los mexicanos. Pero bajo ninguna circunstancia debemos apoyar la transgresión a la Ley, y menos que ésta deba ajustarse a los deseos de una sola persona.

Llevó mucho tiempo y se derramó infinidad de sangre para llegar a donde estamos actualmente. Lo que nos queda es ir hacia delante, ¿para qué regresarnos?

Consolidar lo que sirve, deshechar lo malo y mantener lo útil, y combatir la corrupción y la impunidad donde se encuentre, además de atender necesidades sin destruir los programas sociales, deben ser guías y principios ante las promesas de campaña de quienes ocupan hoy el poder. No hacerlo así sería otro engaño.

No tenemos tiempo para las ocurrencias y menos para la experimentación. Eso no funciona cuando se trata de poner de acuerdo a 120 millones de habitantes de un país en donde la polarización campea por doquier.