/ lunes 13 de enero de 2020

Sin medias tintas | Tragedias y remedios

“Pero nadie debe abrir esa caja hasta que tu mamá lo haga, ¿de acuerdo?”. Se supone que esas fueron las palabras exactas que le dijera la maestra al pequeño Thomas mientras ella lo miraba fijamente. Él, emocionado, le regresaba la mirada con también cierta excitación. Y esta fue tanta que llegó corriendo a su casa para mostrarle a su mamá la caja; estaba más deseoso de saber el contenido que feliz por haber concluido un ciclo escolar.

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Cuando su madre abrió la pequeña caja de madera sólo vio un papel, y sacó un pedazo de hoja blanca con algo que parecía ser un texto, y a medida que lo leía, su rostro se transformó y comenzó a llorar.

Al instante, Thomas, que no escuchaba bien, le preguntó con voz alta ¡qué dice, mamá, qué dice! Ella lo miró fijamente, le sujetó la pequeña cabeza con ambas manos, y con voz entrecortada y pausada le dijo: “Dice que eres un sabio”.

Thomas abrió los ojos y se sonrió.

Esas palabras retumbaron todos los días en la mente de ese niño y se convertirían en su bandera durante los años venideros.

Por razones que no entendió, su madre lo sacó de la escuela, y bajo su supervisión Thomas se convirtió en un ávido lector.

A sus 13 años, las ganancias producto de la venta de periódicos las gastaba en materiales eléctricos y productos químicos para hacer experimentos, y a los 15, tras salvar a un niño de tres años de ser arrollado por un tren, obtuvo su primer trabajo como telegrafista en Port Huron. Ahí aprendería el código Morse y los principios del telégrafo.

A los 16 años diseñó el famoso “repetidor automático” para transmitir señales entre estaciones de telégrafo sin personal. Sus invenciones continuarían durante toda su vida.

Thomas Alva Edison se convertiría en un exitoso empresario y gracias a sus inventos pasó a convertirse en uno de los puntales del desarrollo de las sociedades modernas.

Él cuenta que cuando supervisaba la mudanza de los muebles de la casa de su madre recién fallecida, se topó en un cajón con una pequeña caja de madera. La reconoció de inmediato. Se sentó a una orilla de la cama del cuarto y la abrió. Cuál fue su sorpresa al descubrir que aún permanecía ahí aquel pedazo de papel. Lo leyó. Decía: “Su hijo es un retrasado y requiere educación especial. No tiene caso que venga a la escuela”.

Los padres y maestros son cruciales en la vida de las personas. Los niños nacen y se desarrollan en la inocencia; es el entorno el que los forma.

La tragedia de Torreón es otro llamado de atención hacia los padres y maestros por supervisar y vigilar a los niños. ¿Nadie se dio cuenta del sufrimiento de ese niño? ¿Nadie le tendió la mano o le hizo algún cariño después del fallecimiento de su madre? Entiéndase que nosotros somos los adultos y por ende somos los responsables.

Si no es posible impulsar o promulgar una ley para evitar difundir los narcocorridos o los cultos a la violencia so pretexto de la libertad de expresión, sí es posible supervisar lo que los niños leen, ven o juegan.

Y viéndonos muy extremistas, si no es posible atenderlos, entonces ¿para qué tenerlos?

Aprendamos de la experiencia, estimados lectores, para no repetir la historia… El detalle es que ya van dos casos similares y eso habla todavía peor de nosotros los dizque adultos.

“Pero nadie debe abrir esa caja hasta que tu mamá lo haga, ¿de acuerdo?”. Se supone que esas fueron las palabras exactas que le dijera la maestra al pequeño Thomas mientras ella lo miraba fijamente. Él, emocionado, le regresaba la mirada con también cierta excitación. Y esta fue tanta que llegó corriendo a su casa para mostrarle a su mamá la caja; estaba más deseoso de saber el contenido que feliz por haber concluido un ciclo escolar.

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Cuando su madre abrió la pequeña caja de madera sólo vio un papel, y sacó un pedazo de hoja blanca con algo que parecía ser un texto, y a medida que lo leía, su rostro se transformó y comenzó a llorar.

Al instante, Thomas, que no escuchaba bien, le preguntó con voz alta ¡qué dice, mamá, qué dice! Ella lo miró fijamente, le sujetó la pequeña cabeza con ambas manos, y con voz entrecortada y pausada le dijo: “Dice que eres un sabio”.

Thomas abrió los ojos y se sonrió.

Esas palabras retumbaron todos los días en la mente de ese niño y se convertirían en su bandera durante los años venideros.

Por razones que no entendió, su madre lo sacó de la escuela, y bajo su supervisión Thomas se convirtió en un ávido lector.

A sus 13 años, las ganancias producto de la venta de periódicos las gastaba en materiales eléctricos y productos químicos para hacer experimentos, y a los 15, tras salvar a un niño de tres años de ser arrollado por un tren, obtuvo su primer trabajo como telegrafista en Port Huron. Ahí aprendería el código Morse y los principios del telégrafo.

A los 16 años diseñó el famoso “repetidor automático” para transmitir señales entre estaciones de telégrafo sin personal. Sus invenciones continuarían durante toda su vida.

Thomas Alva Edison se convertiría en un exitoso empresario y gracias a sus inventos pasó a convertirse en uno de los puntales del desarrollo de las sociedades modernas.

Él cuenta que cuando supervisaba la mudanza de los muebles de la casa de su madre recién fallecida, se topó en un cajón con una pequeña caja de madera. La reconoció de inmediato. Se sentó a una orilla de la cama del cuarto y la abrió. Cuál fue su sorpresa al descubrir que aún permanecía ahí aquel pedazo de papel. Lo leyó. Decía: “Su hijo es un retrasado y requiere educación especial. No tiene caso que venga a la escuela”.

Los padres y maestros son cruciales en la vida de las personas. Los niños nacen y se desarrollan en la inocencia; es el entorno el que los forma.

La tragedia de Torreón es otro llamado de atención hacia los padres y maestros por supervisar y vigilar a los niños. ¿Nadie se dio cuenta del sufrimiento de ese niño? ¿Nadie le tendió la mano o le hizo algún cariño después del fallecimiento de su madre? Entiéndase que nosotros somos los adultos y por ende somos los responsables.

Si no es posible impulsar o promulgar una ley para evitar difundir los narcocorridos o los cultos a la violencia so pretexto de la libertad de expresión, sí es posible supervisar lo que los niños leen, ven o juegan.

Y viéndonos muy extremistas, si no es posible atenderlos, entonces ¿para qué tenerlos?

Aprendamos de la experiencia, estimados lectores, para no repetir la historia… El detalle es que ya van dos casos similares y eso habla todavía peor de nosotros los dizque adultos.