/ domingo 23 de junio de 2019

Casa de las ideas | ¿Fiesta o velorio?

A una semana de cumplirse un año de la elección de Andrés Manuel López Obrador como presidente constitucional de México, y a una semana de cumplirse los primeros siete meses de su gobierno, el balance de su trabajo está a la vista, para ser juzgado y calificado por tirios y troyanos, por los que lo siguen con perruna devoción, y por los que lo abominan y consideran un presidente profundamente destructivo.

No existiendo estudios de opinión serios y confiables al respecto, la cantidad de unos y otros es imprecisa, pero es más que evidente que la división existe, y que poco a poco se inclina mayoritariamente hacia el lado de los que lo rechazan y descalifican su gobierno. Las redes sociales en particular, calificadas como “benditas” por el señor presidente, están demostrando ser, por el contrario, un maldito paredón de fusilamiento para él y su -al menos hasta el momento- desastroso gobierno.

Sin embargo, el presidente López Obrador mantiene firme su estrategia de exposición pública y de permanente autopromoción que ha adoptado desde el día que fue electo, hace ya prácticamente un año. Un año en el que, conforme dice la vieja canción “Hace Un Año”, muchos mexicanos -probablemente los 30 millones que votaron por él- tuvieron una ilusión.

Tampoco sabemos a ciencia cierta si esos 30 millones mantienen vivas sus ilusiones, o han empezado a desengañarse conforme han transcurrido los días, las semanas y los meses, y las acciones y decisiones presidenciales han ido mostrando abierta y cabalmente sus escasos beneficios y múltiples perjuicios.

7 meses de gobierno… 28 semanas y 196 días, si Pitágoras no miente. 140 mañaneras, si consideramos que se han realizado cinco veces por semana, a partir del primer día del actual sexenio. En dichos eventos, cuya productividad política se puede medir en micras, el balance ha sido absoluta y totalmente negativo, visto desde el punto de vista de una ciudadanía reflexiva cada vez más crítica, y que demanda hechos concretos en vez de cuentos chinos, chistes ramplones, invectivas, insultos y descalificaciones, de parte del “stand-up comedian” presidencial. Visto desde el punto del señor presidente y sus estrategas en materia de imagen, los resultados seguramente son otros, dado que no muestran ninguna intención de cancelar esos huecos e insufribles eventos matutinos.

Para celebrar el primer aniversario de su elección, y para ofrecer un informe preliminar de sus actividades, López Obrador ha decidido realizar un evento masivo en el Zócalo capitalino, confiando seguramente en que logrará llenar esa enorme plaza en una ciudad cuya zona conurbada rebasa los 20 millones de personas, y que a pesar de la pésima administración que hasta el momento ha hecho Claudia Sheinbaum en la Ciudad de México, cuenta con suficientes adeptos para llenar no digo uno, sino diez zócalos. Habrá, como se ha anunciado, música, baile, ceremonias con chamanes, colocación de coronas y collares de flores, y todos esos detalles folklóricos que tanto agradan a las masas domesticadas y supersticiosas.

Pero más allá de los confines del Zócalo y las zonas aledañas, está otro mundo infinitamente más grande en dimensión y cantidad, en el que -como decía en un principio- las cosas son muy diferentes, y el ambiente no le es tan propicio al señor presidente, que vive feliz en el autoengaño que le retroalimenta su insaciable e inconmensurable ego.

He leído por ahí que el primer evento realizado en julio del año pasado en el Zócalo, recién que había sido electo AMLO presidente, costó un poco más de 40 millones de pesos. Y que cada evento público que se ha realizado durante los siete meses subsiguientes en las comunidades de provincia, cuesta un promedio de 350 mil pesos cada uno. Sean o no correctas las cifras, son cantidades nada despreciables, que podrían y deberían ser mucho mejor aprovechadas en otras necesidades más apremiantes, que no sea el aparato propagandístico presidencial. Pero esta reflexión sensata y esta lógica inobjetable, se estrellan ante la ceguera y la sordera de quien no ve ni oye nada que no sea satisfacer su propia necesidad y su interés personal.

Mil veces ha sido dicho con anterioridad, y se han realizado infinidad de análisis en los espacios más prestigiados en medios escritos y electrónicos, que López Obrador no ha dedicado su tiempo a gobernar, que es lo que evidentemente tendría que estar haciendo, de acuerdo a sus limitadas capacidades, y que en realidad a lo que se ha dedicado es a seguir haciendo campaña, como cuando fue candidato en tres procesos electorales consecutivos. Es lo que lleva en la sangre y en la médula de sus huesos y, de acuerdo a las abundantes evidencias, cada día observamos con mayor claridad que lo de gobernar no es lo suyo y definitivamente no se le da. No se preparó jamás para ser presidente y para conducir al país, sino para acaudillar masas y sentirse amado por un pueblo imaginado por él, y conformado solo por sus adictos y adeptos.

Dejando a un lado los aspectos del evento plazuelero/farandulero que se aproxima inexorablemente, y los grupos musicales que son el gancho clásico e inevitable para atraer a las masas ávidas de morralla artística, y pasando a la parte central del presente escrito, se impone preguntar ¿qué es lo que pretende informar el señor presidente ese día en el Zócalo? Al margen del ruido de las matracas y los fuegos artificiales ¿será un festival jubiloso constreñido al área del Zócalo, o un velorio amargo y triste extendido por los confines de este México que sufre y que sangra por sus heridas?

Hacer un recuento pormenorizado de los actos y decisiones de gobierno me parece innecesario, porque considero que el amable lector está debidamente informado al respecto. Diariamente se publican y comentan en todos los espacios mediáticos, y lo mismo es positiva que negativamente, porque de todo hay en la devastada viña del señor López Obrador.

Estoy absolutamente seguro de que el inevitable mensaje que el caudillo dirigirá ese día en el Zócalo, estará repleto de lugares comunes y típicas frases obradorianas, para consumo exclusivo de los concurrentes al multicitado evento, y también para los que lo sigan en otros rincones de la provincia. Pero no será para los que hemos sido capaces de mantenernos inmunes al canto de la sirena que surgió de las aguas turbias y cenagosas del Macuspana, hace cosa de 20 años. Y con base en las abundantes evidencias me atrevo a afirmar, sin temor a equivocarme, que somos mucho más numerosos los inmunes que los infectados.

Como conclusión del presente escrito, diré que el ejemplo perfecto del tipo de manejo tendencioso perverso de la realidad que está haciendo el actual gobierno federal, es la enorme campaña mediática emprendida para torcer la percepción nacional en lo que respecta al caso de la migración, los amenazantes aranceles, el tercer país seguro, y demás ignominiosas condiciones que le fueron impuestas a nuestro país por el coloso del norte.

El presidente, de la mano con el canciller Marcelo Ebrard, convertido de golpe y porrazo en el mentolato multiusos del gabinete (y presidenciable naturalito en 2024, muy por encima de Alfonso Durazo), se han empeñado en presentar esa dolorosa y costosa derrota, como un gran triunfo de una diplomacia chabacana que no convence a ningún mexicano, fuera de los lacayos del círculo cercano a su Graciosa Majestad Andrés Manuel I.

Es aún demasiado temprano para dimensionar las profundas implicaciones políticas y económicas de ese denigrante acuerdo, y las funestas consecuencias todavía están por verse. Pero poca duda cabe de que nuestro país, de acuerdo a las precarias condiciones de sus finanzas y los ataques a su capacidad productiva, tendrá que cargar con la parte más pesada e ignominiosa de lo que ya se empieza a denominar el “pacto de la deshonra”.

Al tiempo.

En Twitter soy @ChapoRomo

Mi dirección de correo es oscar.romo@casadelasideas.com

A una semana de cumplirse un año de la elección de Andrés Manuel López Obrador como presidente constitucional de México, y a una semana de cumplirse los primeros siete meses de su gobierno, el balance de su trabajo está a la vista, para ser juzgado y calificado por tirios y troyanos, por los que lo siguen con perruna devoción, y por los que lo abominan y consideran un presidente profundamente destructivo.

No existiendo estudios de opinión serios y confiables al respecto, la cantidad de unos y otros es imprecisa, pero es más que evidente que la división existe, y que poco a poco se inclina mayoritariamente hacia el lado de los que lo rechazan y descalifican su gobierno. Las redes sociales en particular, calificadas como “benditas” por el señor presidente, están demostrando ser, por el contrario, un maldito paredón de fusilamiento para él y su -al menos hasta el momento- desastroso gobierno.

Sin embargo, el presidente López Obrador mantiene firme su estrategia de exposición pública y de permanente autopromoción que ha adoptado desde el día que fue electo, hace ya prácticamente un año. Un año en el que, conforme dice la vieja canción “Hace Un Año”, muchos mexicanos -probablemente los 30 millones que votaron por él- tuvieron una ilusión.

Tampoco sabemos a ciencia cierta si esos 30 millones mantienen vivas sus ilusiones, o han empezado a desengañarse conforme han transcurrido los días, las semanas y los meses, y las acciones y decisiones presidenciales han ido mostrando abierta y cabalmente sus escasos beneficios y múltiples perjuicios.

7 meses de gobierno… 28 semanas y 196 días, si Pitágoras no miente. 140 mañaneras, si consideramos que se han realizado cinco veces por semana, a partir del primer día del actual sexenio. En dichos eventos, cuya productividad política se puede medir en micras, el balance ha sido absoluta y totalmente negativo, visto desde el punto de vista de una ciudadanía reflexiva cada vez más crítica, y que demanda hechos concretos en vez de cuentos chinos, chistes ramplones, invectivas, insultos y descalificaciones, de parte del “stand-up comedian” presidencial. Visto desde el punto del señor presidente y sus estrategas en materia de imagen, los resultados seguramente son otros, dado que no muestran ninguna intención de cancelar esos huecos e insufribles eventos matutinos.

Para celebrar el primer aniversario de su elección, y para ofrecer un informe preliminar de sus actividades, López Obrador ha decidido realizar un evento masivo en el Zócalo capitalino, confiando seguramente en que logrará llenar esa enorme plaza en una ciudad cuya zona conurbada rebasa los 20 millones de personas, y que a pesar de la pésima administración que hasta el momento ha hecho Claudia Sheinbaum en la Ciudad de México, cuenta con suficientes adeptos para llenar no digo uno, sino diez zócalos. Habrá, como se ha anunciado, música, baile, ceremonias con chamanes, colocación de coronas y collares de flores, y todos esos detalles folklóricos que tanto agradan a las masas domesticadas y supersticiosas.

Pero más allá de los confines del Zócalo y las zonas aledañas, está otro mundo infinitamente más grande en dimensión y cantidad, en el que -como decía en un principio- las cosas son muy diferentes, y el ambiente no le es tan propicio al señor presidente, que vive feliz en el autoengaño que le retroalimenta su insaciable e inconmensurable ego.

He leído por ahí que el primer evento realizado en julio del año pasado en el Zócalo, recién que había sido electo AMLO presidente, costó un poco más de 40 millones de pesos. Y que cada evento público que se ha realizado durante los siete meses subsiguientes en las comunidades de provincia, cuesta un promedio de 350 mil pesos cada uno. Sean o no correctas las cifras, son cantidades nada despreciables, que podrían y deberían ser mucho mejor aprovechadas en otras necesidades más apremiantes, que no sea el aparato propagandístico presidencial. Pero esta reflexión sensata y esta lógica inobjetable, se estrellan ante la ceguera y la sordera de quien no ve ni oye nada que no sea satisfacer su propia necesidad y su interés personal.

Mil veces ha sido dicho con anterioridad, y se han realizado infinidad de análisis en los espacios más prestigiados en medios escritos y electrónicos, que López Obrador no ha dedicado su tiempo a gobernar, que es lo que evidentemente tendría que estar haciendo, de acuerdo a sus limitadas capacidades, y que en realidad a lo que se ha dedicado es a seguir haciendo campaña, como cuando fue candidato en tres procesos electorales consecutivos. Es lo que lleva en la sangre y en la médula de sus huesos y, de acuerdo a las abundantes evidencias, cada día observamos con mayor claridad que lo de gobernar no es lo suyo y definitivamente no se le da. No se preparó jamás para ser presidente y para conducir al país, sino para acaudillar masas y sentirse amado por un pueblo imaginado por él, y conformado solo por sus adictos y adeptos.

Dejando a un lado los aspectos del evento plazuelero/farandulero que se aproxima inexorablemente, y los grupos musicales que son el gancho clásico e inevitable para atraer a las masas ávidas de morralla artística, y pasando a la parte central del presente escrito, se impone preguntar ¿qué es lo que pretende informar el señor presidente ese día en el Zócalo? Al margen del ruido de las matracas y los fuegos artificiales ¿será un festival jubiloso constreñido al área del Zócalo, o un velorio amargo y triste extendido por los confines de este México que sufre y que sangra por sus heridas?

Hacer un recuento pormenorizado de los actos y decisiones de gobierno me parece innecesario, porque considero que el amable lector está debidamente informado al respecto. Diariamente se publican y comentan en todos los espacios mediáticos, y lo mismo es positiva que negativamente, porque de todo hay en la devastada viña del señor López Obrador.

Estoy absolutamente seguro de que el inevitable mensaje que el caudillo dirigirá ese día en el Zócalo, estará repleto de lugares comunes y típicas frases obradorianas, para consumo exclusivo de los concurrentes al multicitado evento, y también para los que lo sigan en otros rincones de la provincia. Pero no será para los que hemos sido capaces de mantenernos inmunes al canto de la sirena que surgió de las aguas turbias y cenagosas del Macuspana, hace cosa de 20 años. Y con base en las abundantes evidencias me atrevo a afirmar, sin temor a equivocarme, que somos mucho más numerosos los inmunes que los infectados.

Como conclusión del presente escrito, diré que el ejemplo perfecto del tipo de manejo tendencioso perverso de la realidad que está haciendo el actual gobierno federal, es la enorme campaña mediática emprendida para torcer la percepción nacional en lo que respecta al caso de la migración, los amenazantes aranceles, el tercer país seguro, y demás ignominiosas condiciones que le fueron impuestas a nuestro país por el coloso del norte.

El presidente, de la mano con el canciller Marcelo Ebrard, convertido de golpe y porrazo en el mentolato multiusos del gabinete (y presidenciable naturalito en 2024, muy por encima de Alfonso Durazo), se han empeñado en presentar esa dolorosa y costosa derrota, como un gran triunfo de una diplomacia chabacana que no convence a ningún mexicano, fuera de los lacayos del círculo cercano a su Graciosa Majestad Andrés Manuel I.

Es aún demasiado temprano para dimensionar las profundas implicaciones políticas y económicas de ese denigrante acuerdo, y las funestas consecuencias todavía están por verse. Pero poca duda cabe de que nuestro país, de acuerdo a las precarias condiciones de sus finanzas y los ataques a su capacidad productiva, tendrá que cargar con la parte más pesada e ignominiosa de lo que ya se empieza a denominar el “pacto de la deshonra”.

Al tiempo.

En Twitter soy @ChapoRomo

Mi dirección de correo es oscar.romo@casadelasideas.com