/ martes 19 de noviembre de 2019

Casa de las ideas | La impunidad: el útero del mal

Es tan espesa la capa de basura que se ha acumulado sobre la marcha de los asuntos públicos en nuestro país, que resulta cada vez más difícil ver la realidad de lo que está pasando. La opacidad es absoluta, y la ausencia de información veraz y confiable brilla por su ausencia, dejando en una suerte de limbo informativo al ciudadano interesado en obtenerla. La luz natural no alumbra, como se acostumbraba decir en tiempos mejores, porque hoy en día la oculta el espeso telón de oscuridad que se corre desde las esferas del poder oficial. Ya se cumple un año de esas “mañaneras” que son el nuevo modelo de desinformación y la forma actual de intoxicarnos con las banalidades y tonterías presidenciales.

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Los medios de comunicación, que tradicionalmente habían servido como vehículos informativos, han ido perdiendo paulatinamente su prestigio y con ello la credibilidad y la confianza de la sociedad. Y las redes sociales son un campo fértil para las malinformaciones, desinformaciones, “fake news”, insidias, pleitos y majaderías. Abundan la basura y el lodo, la transparencia y la verdad brillan por su ausencia e impera la ley de la oscuridad y la impunidad.

El Gobierno y sus funcionarios, obligados por ley a la transparencia y a la rendición de cuentas, se limpian el trasero con esas disposiciones. Y así francamente no se puede, ni queriendo. Claro está, a mucha gente eso le viene muy holgado y la tiene muy sin cuidado, y de esta manera cunde la indiferencia y desaparece el deseo de estar enterado de lo que sucede realmente en nuestro país, en nuestros estados y las ciudades donde vivimos. Nada bueno puede ocurrir en un país donde la información se oculta, se tergiversa, se manipula o simple y sencillamente se niega a quien la solicita.

El derecho a la información, la transparencia en el ejercicio de las funciones públicas, la obligación de rendir cuentas y todos esos derechos que finalmente se han convertido en leyes, siguen en general sin producir los efectos positivos que supuestamente se perseguían al promulgarlas. No son letra muerta en el sentido estricto del concepto, pero están muy cerca de serlo, y podemos comprobar cómo casi a diario forman parte de la temática en los monólogos mañaneros presidenciales, y en los programas de radio y televisión que, cuando menos de dientes hacia afuera, y con escasas y honrosas excepciones, se dedican a analizar estos temas en forma por demás “light”.

Las organizaciones cívicas que cada vez con menor frecuencia surgen para impulsar este tipo de luchas, cargan siempre con un fardo pesado de indiferencia social, en una empinada ruta cuesta arriba que nunca termina. El éxito que pregona el presidente López en el combate a la corrupción es un mito, una burla sangrienta que utiliza para engañar pendejos. El peso de la masa corrupta no ha disminuido en lo más mínimo, y como las ratas en los drenajes, prolifera y sigue proliferando en los diversos estratos sociales, y en los húmedos y pestilentes albañales del mundo político y empresarial. Y para colmo, siendo ellos los que tienen el poder político y económico en sus manos, pues entonces ya podemos entender el porqué de los constantes fracasos de los organismos que luchan por la transparencia, la rendición de cuentas y el derecho a la información. Héroes ignorados, y muchas veces despreciados, que luchan sin un mínimo respaldo a sus esfuerzos.

Estos derechos que he mencionado tienen mucho que ver con dos de los grandes temas que ocupan la atención pública: la corrupción y la impunidad, o viceversa, que en este caso el orden de los factores no afecta el producto… ¿Qué fue primero, el huevo o la gallina? Desde luego, la inseguridad es uno de los primeros y más grandes motivos de preocupación, porque se ha convertido en un cáncer moral que ha experimentado una imparable metástasis, infectando a todas las entidades del país. La mala situación económica es otro de los grandes temas, y este abarca la totalidad del país, y la inmensa mayoría de los mexicanos no duerme, pensando en cómo hacerle para salir al otro lado. Pero en el fondo y en el corazón de estos dos enormes motivos de preocupación, están la corrupción y la impunidad, que son unos auténticos ogros devoradores.

La corrupción existe desde que el hombre pisó la faz de la Tierra. Es correcto. Incluso en la Biblia podemos encontrar una infinidad de casos de corrupción, pero la gran diferencia entre aquellas épocas antiguas y la actualidad estriba en que entonces no existía la impunidad, o casi no existía. El que la hacía la pagaba, y los antiguos eran verdaderamente duros para aplicar los castigos. La Ley del Talión de la que nos habla el Antiguo Testamento, que exigía ojo por ojo y diente por diente, nos pone frente a la aplicación de un castigo en forma un tanto bárbara, si usted quiere, pero nos dice clara y contundentemente que en aquellos lejanos tiempos nadie escapaba impune cuando violaba la ley y transgredía el orden establecido.

Reflexionando sobre los temas de la impunidad y la corrupción, he llegado a la conclusión de que existe una proporción directa entre ambos fenómenos: a mayor impunidad, mayor corrupción. Para no enredarnos hablando de otros países cuya realidad es distinta de la nuestra, digamos que hoy en día en México tenemos más leyes que nunca antes en la historia. Resulta evidente entonces que el gravísimo problema de la impunidad no radica en la ausencia de leyes, sino en la mala y casi inexistente aplicación de ellas. Las cárceles están llenas a rebosar de criminales de todo tipo, pero entre ellos prácticamente no encontramos corruptos. Si se castigara a los corruptos se necesitaría el doble o el triple de cárceles en el país.

Ahora bien, sabemos que el mal desempeño de los gobiernos, la incompetencia de los funcionarios y el derroche en el gasto repercuten directamente en la angustiosa situación económica que vive el país en estos momentos y de bastante tiempo a la fecha. Decenas, centenares y millares de millones de pesos se fugan a causa de las ineficiencias y las torpezas, pero me atrevo a decir que no le llegan en monto e importancia a las cantidades involucradas en la corrupción que día con día se generaliza y profundiza más y más. Ninguna carga negativa de las muchas que gravitan sobre nuestro país se compara con el costo de la corrupción, y si reconocemos que la corrupción rampante es consecuencia de la impunidad, la identificación de esa fórmula nefasta nos indica el camino ideal para acabar con ese mal de males.

Dicen que muerto el perro se acaba la rabia. Apliquemos entonces castigo severo, duro y puntual a los corruptos, y como consecuencia natural se empezará a reducir la corrupción. Quizá no logremos que desaparezca del todo, porque ya hemos dicho que es parte inherente de la naturaleza humana, pero seguramente lograremos que descienda a niveles menos onerosos, menos catastróficos. Aplicar la ley a rajatabla y sin distingos en casos de corrupción, venalidad, peculados y toda la gama de delitos que encajan en el capítulo de la corrupción, y entonces los funcionarios pillos lo pensarán dos veces antes de abusar de su cargo y de tomar de las arcas públicas los recursos que son para invertir en beneficio de la gente.

Uno de los problemas más graves que percibo en la sociedad actual, es que al parecer ya se ha acostumbrado a vivir en medio de un pestilente ambiente de corrupción. La toleramos, la vemos como algo natural y hasta la estimulamos mediante la aceptación de los corruptos probados y comprobados en medio de nuestras comunidades. Todos sabemos quiénes son los corruptos. Es imposible confundirlos o que pasen inadvertidos. Tienen una forma peculiar de ser, de comportarse y de vivir, y hasta despiden un olor característico, mezcla de zorrillo, zopilote carroñero y rata de albañal. Viven como jeques árabes gracias al dinero robado, y siendo gente corriente y sin educación, causan risa y desprecio en sus desplantes de riqueza burda y ramplona. Son, pues, absolutamente inconfundibles.

Normas de neoconducta como “el que no transa no avanza”, “el pecado no es robar, sino que te agarren”, “el político pobre es un pobre político” y otras mamarrachadas por el estilo nos dan la pauta de la mentalidad que prevalece en las generaciones de mediados del siglo pasado a la fecha. El pragmatismo, el hedonismo, la frivolidad, el paulatino destierro de los principios y valores fundamentales, y el hambre incontenible de tener antes que ser nos está llevando por un camino oscuro que nadie sabe a dónde nos conducirá. Nadie lo sabe, pero a muchos nos aterroriza.

Por muy importante que sea el filosofar sobre estas cuestiones, y plantearnos las preguntas que nadie está dispuesto a contestar, es más importante actuar. Hay un tiempo para las palabras y un tiempo para los actos, y me parece que hemos llegado a un punto de inflexión que no admite dilaciones ni tibiezas: O actuamos ya, con la fuerza y la decisión necesarias, o la ola de inmundicia terminará ahogándonos sin remedio, y conviene advertir que en estos menesteres lo que se pierde pocas veces se recupera.

Yo estoy seguro, absolutamente convencido, de que si usted, yo y los demás, todos nosotros como sociedad nos unimos en un abrazo de voluntades y de exigencias, los responsables de hacer justicia —sea en el terreno de la corrupción o en cualquiera de los otros— tendrán que actuar como lo marca la ley. Nadie ni nada puede contrarrestar el empuje de una sociedad cuando esta se organiza y se pone en movimiento, y ningún oído de ninguna autoridad, sea la que sea y la ejerza quien la ejerza, puede permanecer sordo ante las voces que exigen poner un alto final y total a la impunidad, y por ende a la corrupción… Se vale soñar.

En Twitter soy @ChapoRomo

Mi dirección de correo es oscar.romo@casadelasideas.com

Es tan espesa la capa de basura que se ha acumulado sobre la marcha de los asuntos públicos en nuestro país, que resulta cada vez más difícil ver la realidad de lo que está pasando. La opacidad es absoluta, y la ausencia de información veraz y confiable brilla por su ausencia, dejando en una suerte de limbo informativo al ciudadano interesado en obtenerla. La luz natural no alumbra, como se acostumbraba decir en tiempos mejores, porque hoy en día la oculta el espeso telón de oscuridad que se corre desde las esferas del poder oficial. Ya se cumple un año de esas “mañaneras” que son el nuevo modelo de desinformación y la forma actual de intoxicarnos con las banalidades y tonterías presidenciales.

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Los medios de comunicación, que tradicionalmente habían servido como vehículos informativos, han ido perdiendo paulatinamente su prestigio y con ello la credibilidad y la confianza de la sociedad. Y las redes sociales son un campo fértil para las malinformaciones, desinformaciones, “fake news”, insidias, pleitos y majaderías. Abundan la basura y el lodo, la transparencia y la verdad brillan por su ausencia e impera la ley de la oscuridad y la impunidad.

El Gobierno y sus funcionarios, obligados por ley a la transparencia y a la rendición de cuentas, se limpian el trasero con esas disposiciones. Y así francamente no se puede, ni queriendo. Claro está, a mucha gente eso le viene muy holgado y la tiene muy sin cuidado, y de esta manera cunde la indiferencia y desaparece el deseo de estar enterado de lo que sucede realmente en nuestro país, en nuestros estados y las ciudades donde vivimos. Nada bueno puede ocurrir en un país donde la información se oculta, se tergiversa, se manipula o simple y sencillamente se niega a quien la solicita.

El derecho a la información, la transparencia en el ejercicio de las funciones públicas, la obligación de rendir cuentas y todos esos derechos que finalmente se han convertido en leyes, siguen en general sin producir los efectos positivos que supuestamente se perseguían al promulgarlas. No son letra muerta en el sentido estricto del concepto, pero están muy cerca de serlo, y podemos comprobar cómo casi a diario forman parte de la temática en los monólogos mañaneros presidenciales, y en los programas de radio y televisión que, cuando menos de dientes hacia afuera, y con escasas y honrosas excepciones, se dedican a analizar estos temas en forma por demás “light”.

Las organizaciones cívicas que cada vez con menor frecuencia surgen para impulsar este tipo de luchas, cargan siempre con un fardo pesado de indiferencia social, en una empinada ruta cuesta arriba que nunca termina. El éxito que pregona el presidente López en el combate a la corrupción es un mito, una burla sangrienta que utiliza para engañar pendejos. El peso de la masa corrupta no ha disminuido en lo más mínimo, y como las ratas en los drenajes, prolifera y sigue proliferando en los diversos estratos sociales, y en los húmedos y pestilentes albañales del mundo político y empresarial. Y para colmo, siendo ellos los que tienen el poder político y económico en sus manos, pues entonces ya podemos entender el porqué de los constantes fracasos de los organismos que luchan por la transparencia, la rendición de cuentas y el derecho a la información. Héroes ignorados, y muchas veces despreciados, que luchan sin un mínimo respaldo a sus esfuerzos.

Estos derechos que he mencionado tienen mucho que ver con dos de los grandes temas que ocupan la atención pública: la corrupción y la impunidad, o viceversa, que en este caso el orden de los factores no afecta el producto… ¿Qué fue primero, el huevo o la gallina? Desde luego, la inseguridad es uno de los primeros y más grandes motivos de preocupación, porque se ha convertido en un cáncer moral que ha experimentado una imparable metástasis, infectando a todas las entidades del país. La mala situación económica es otro de los grandes temas, y este abarca la totalidad del país, y la inmensa mayoría de los mexicanos no duerme, pensando en cómo hacerle para salir al otro lado. Pero en el fondo y en el corazón de estos dos enormes motivos de preocupación, están la corrupción y la impunidad, que son unos auténticos ogros devoradores.

La corrupción existe desde que el hombre pisó la faz de la Tierra. Es correcto. Incluso en la Biblia podemos encontrar una infinidad de casos de corrupción, pero la gran diferencia entre aquellas épocas antiguas y la actualidad estriba en que entonces no existía la impunidad, o casi no existía. El que la hacía la pagaba, y los antiguos eran verdaderamente duros para aplicar los castigos. La Ley del Talión de la que nos habla el Antiguo Testamento, que exigía ojo por ojo y diente por diente, nos pone frente a la aplicación de un castigo en forma un tanto bárbara, si usted quiere, pero nos dice clara y contundentemente que en aquellos lejanos tiempos nadie escapaba impune cuando violaba la ley y transgredía el orden establecido.

Reflexionando sobre los temas de la impunidad y la corrupción, he llegado a la conclusión de que existe una proporción directa entre ambos fenómenos: a mayor impunidad, mayor corrupción. Para no enredarnos hablando de otros países cuya realidad es distinta de la nuestra, digamos que hoy en día en México tenemos más leyes que nunca antes en la historia. Resulta evidente entonces que el gravísimo problema de la impunidad no radica en la ausencia de leyes, sino en la mala y casi inexistente aplicación de ellas. Las cárceles están llenas a rebosar de criminales de todo tipo, pero entre ellos prácticamente no encontramos corruptos. Si se castigara a los corruptos se necesitaría el doble o el triple de cárceles en el país.

Ahora bien, sabemos que el mal desempeño de los gobiernos, la incompetencia de los funcionarios y el derroche en el gasto repercuten directamente en la angustiosa situación económica que vive el país en estos momentos y de bastante tiempo a la fecha. Decenas, centenares y millares de millones de pesos se fugan a causa de las ineficiencias y las torpezas, pero me atrevo a decir que no le llegan en monto e importancia a las cantidades involucradas en la corrupción que día con día se generaliza y profundiza más y más. Ninguna carga negativa de las muchas que gravitan sobre nuestro país se compara con el costo de la corrupción, y si reconocemos que la corrupción rampante es consecuencia de la impunidad, la identificación de esa fórmula nefasta nos indica el camino ideal para acabar con ese mal de males.

Dicen que muerto el perro se acaba la rabia. Apliquemos entonces castigo severo, duro y puntual a los corruptos, y como consecuencia natural se empezará a reducir la corrupción. Quizá no logremos que desaparezca del todo, porque ya hemos dicho que es parte inherente de la naturaleza humana, pero seguramente lograremos que descienda a niveles menos onerosos, menos catastróficos. Aplicar la ley a rajatabla y sin distingos en casos de corrupción, venalidad, peculados y toda la gama de delitos que encajan en el capítulo de la corrupción, y entonces los funcionarios pillos lo pensarán dos veces antes de abusar de su cargo y de tomar de las arcas públicas los recursos que son para invertir en beneficio de la gente.

Uno de los problemas más graves que percibo en la sociedad actual, es que al parecer ya se ha acostumbrado a vivir en medio de un pestilente ambiente de corrupción. La toleramos, la vemos como algo natural y hasta la estimulamos mediante la aceptación de los corruptos probados y comprobados en medio de nuestras comunidades. Todos sabemos quiénes son los corruptos. Es imposible confundirlos o que pasen inadvertidos. Tienen una forma peculiar de ser, de comportarse y de vivir, y hasta despiden un olor característico, mezcla de zorrillo, zopilote carroñero y rata de albañal. Viven como jeques árabes gracias al dinero robado, y siendo gente corriente y sin educación, causan risa y desprecio en sus desplantes de riqueza burda y ramplona. Son, pues, absolutamente inconfundibles.

Normas de neoconducta como “el que no transa no avanza”, “el pecado no es robar, sino que te agarren”, “el político pobre es un pobre político” y otras mamarrachadas por el estilo nos dan la pauta de la mentalidad que prevalece en las generaciones de mediados del siglo pasado a la fecha. El pragmatismo, el hedonismo, la frivolidad, el paulatino destierro de los principios y valores fundamentales, y el hambre incontenible de tener antes que ser nos está llevando por un camino oscuro que nadie sabe a dónde nos conducirá. Nadie lo sabe, pero a muchos nos aterroriza.

Por muy importante que sea el filosofar sobre estas cuestiones, y plantearnos las preguntas que nadie está dispuesto a contestar, es más importante actuar. Hay un tiempo para las palabras y un tiempo para los actos, y me parece que hemos llegado a un punto de inflexión que no admite dilaciones ni tibiezas: O actuamos ya, con la fuerza y la decisión necesarias, o la ola de inmundicia terminará ahogándonos sin remedio, y conviene advertir que en estos menesteres lo que se pierde pocas veces se recupera.

Yo estoy seguro, absolutamente convencido, de que si usted, yo y los demás, todos nosotros como sociedad nos unimos en un abrazo de voluntades y de exigencias, los responsables de hacer justicia —sea en el terreno de la corrupción o en cualquiera de los otros— tendrán que actuar como lo marca la ley. Nadie ni nada puede contrarrestar el empuje de una sociedad cuando esta se organiza y se pone en movimiento, y ningún oído de ninguna autoridad, sea la que sea y la ejerza quien la ejerza, puede permanecer sordo ante las voces que exigen poner un alto final y total a la impunidad, y por ende a la corrupción… Se vale soñar.

En Twitter soy @ChapoRomo

Mi dirección de correo es oscar.romo@casadelasideas.com