/ viernes 10 de julio de 2020

Casa de las ideas | Los changarros

Los changarros, conocidos en Sonora también como “tanichis” o “tendajones” [estanquillos para los oriundos de chilangolandia], han sido y siguen siendo elementos fundamentales en la vida de los pueblos, y de las ciudades pequeñas y grandes en Sonora. Comercios modestos la gran mayoría de ellos, ubicados en viejas casonas, o pequeños espacios dentro de los barrios y las colonias, que son sumamente útiles para la gente en general, porque aún sin grandes pretensiones ni costosos despliegues publicitarios, proveen diariamente un servicio invaluable para los habitantes de las comunidades, sean grandes o pequeñas, y se localicen donde se localicen, en las sierras, en las costas o en los valles de nuestra entidad.

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Me voy a remitir específicamente a Hermosillo, mi ciudad natal, porque es el lugar que mejor conozco, y del que guardo una multitud de recuerdos que persisten y se niegan a abandonarme, y que me exigen que los comparta con las generaciones de mis tiempos, y con las que han llegado posteriormente a esta ciudad en la que compiten el caos, el desorden y la confusión, con los modernos y apantallantes elementos urbanos que la presentan como una gran ciudad, aunque sólo en apariencia. Si no es capaz de ofrecer una adecuada calidad de vida para sus habitantes, ninguna ciudad puede considerarse realmente grande.

Hace un titipuchal de años, cuando yo era un chamaco pequeño e inquieto, al que le encantaba vagabundear por las viejas calles de aquel Hermosillo que igualmente era pequeño, y que ya no existe, tuve la oportunidad de conocer una buena cantidad de aquellos changarros/tanichis de mis años mozos. Es imposible recordarlos a todos, porque además de que fueron varios centenares, ya han desaparecido físicamente, aunque aún conservo una buena parte de ellos en mi memoria que tercamente se niega a olvidar, a dejar ir.

Aunque a muchos de ustedes tal vez no les digan nada, y no les despierten ningún recuerdo, voy a mencionar algunos de los viejos changarros, simplemente como una muestra representativa, con el ánimo de ejemplificar ese tipo de rústicos locales comerciales de antaño. Ahí les van: Los changarros de Arturo Varela y Lauro Romero, La Casa Colorada, el Toma y Daca de la familia Limón-Gutiérrez, El 6-5-1, Los Chapos, El Zeppelín, El Cali-Von-Ten, El Relámpago, Abarrotes Centenario de la familia Cruz, entre multitud de otros. Los changarros estaban salpicados por todos los rumbos y barrios de aquella ciudad adormilada que se negaba a despertar a la modernidad y a los nuevos tiempos.

Pero obviamente eso no podía durar para siempre. Ahí estuvieron también los precursores de las grandes cadenas comerciales que llegaron posteriormente: Almacenes Laval de Laborín y Valenzuela, Comerciantes Unidos de Julio Cubillas, La Cosalteca de los Mazón, la Abarrotera de Sonora de los Hoeffer, y el negocio de Efraín Noriega, todos ellos mayoristas que movían mercancías por todos los confines del Estado. Comercialmente hablando, ellos eran los que “partían el queso”, como se dice coloquialmente, al menos en la parte Norte de la entidad.

Hermosillo empezaba a crecer y a cambiar, lenta pero incesantemente. Y llegaron los primeros experimentos precursores de los grandes supermercados que surgieron posteriormente, transformando poco a poco la forma de comprar de los hermosillenses de entonces: El Mini Súper de Pancho Buelna, el Supermercado Insurgentes, el Supermercado Londres de Juanito Gurrola, La Canasta y el MiniMax.

Y un día hizo su aparición un gigante llamado VH. La cadena comercial regional más grande e importante que ha conocido Sonora, junto con los Mercados Zaragoza (MZ) en el Sur de la entidad. VH fue un potente emporio comercial que se desarrolló primero dentro de los límites territoriales de Sonora, y que luego se extendió hacia la parte Norte de Sinaloa. VH no desapareció por la competencia de los monstruos comerciales nacionales que llegaron después, sino por la descomposición interna que sufrieron las familias Valenzuela, sus creadores y propietarios.

Probablemente a la larga los VH hubieran sucumbido, ante la brutal competencia de Ley, Soriana y, sobre todo, Walmart. Si las cosas hubieran sido diferentes, tal vez hubieran encontrado la manera de transformarse, amoldándose a las nuevas condiciones que imponían las competencias en una ciudad que crecía de manera incontenible. Tal vez hubieran logrado alianzas estratégicas con otras cadenas, tal vez… El caso es que los VH desaparecieron, y parte de sus instalaciones y puntos comerciales fueron adquiridos los Súper Santa Fe, que no pudieron con el paquete y abandonaron el campo de batalla, y posteriormente por un recién llegado de nombre Súper del Norte, de Servando Carbajal, que sigue activo, pero que realmente no logra competir en las grandes ligas. En las grandes ligas comerciales de esta región, los Súper del Norte son, y seguirán siendo, un competidor digamos de media tabla. También debemos contar a los desaparecidos Súper Duarte [Navarrete y Real del Arco] en Villa Satélite, Panadería y Otras Cosas de Humberto Limón, y a Los ViMark, un proyecto de vida efímera, aunque muy interesante.

Aunque el tema de hoy es el de los viejos changarros, y las versiones actualizadas, así como las aplanadoras comerciales que llegaron algunas de ellas para quedarse, sería injusto no mencionar a las dos panificadoras que dominaron el mercado del pan en el viejo Hermosillo: En primer lugar La Convencedora [Calle Yucatán, hoy Colosio, entre Guerrero y Garmendia], y luego La Modelo [esquina de las calles Monterrey y Garmendia]. En aquellos tiempos la gente de Hermosillo no acostumbraba consumir pan de barra, y el pan diario era básicamente los deliciosos birote y virginia, que salían puntualmente a las 5 de la tarde, a tiempo para la acostumbrada cena tempranera familiar en aquel Hermosillo de antaño.

En medio de esta gigantesca transformación comercial, que se ha convertido en un fenómeno mutante permanente, los changarros o tanichis siguen ahí, inmutables, desarrollando sus actividades en forma modesta, pero que resulta de suma importancia y trascendencia. Los pequeños comercios de barrio han probado tener una fenomenal capacidad de resistencia ante los monstruos devoradores que son las grandes cadenas nacionales e internacionales que he mencionado en un párrafo anterior.

Aquellos viejos changarros de antaño han desaparecido, con sus rústicas balanzas, sus pilones y sus empaques en cartuchos de papel pizarra. Aquellos changarros de las libretitas donde se apuntaban las compras familiares en un sistema de crédito rústico, pero muy efectivo, ya no están. Pero la gente sigue comprando en los changarros actuales, y depende de ellos para adquirir los productos de consumo diario. En ellos es posible encontrar los productos regionales que no se encuentran en los grandes supermercados. Ahí se pueden encontrar las ricas empanadas de piloncillo o calabaza, la panocha de Ures y la miel de punto, los quesos cocidos de Rayón y de Carbó, las semitas, los cochitos, los coricos, los polvorones, las conchitas y el pan casero elaborado en horno de leña, los quesos regionales, las tortillas de harina y de manteca hechas a mano, los ricos tamales de elote, las coyotas (originales o imitaciones), los diversos dulces elaborados en casa, etcétera.

Uno de los changarros más respetados y conocidos de la actualidad es Abarrotes Tacupeto, de la familia García, que vende productos estupendos de gran calidad, en particular la famosa carne machaca, que es su especialidad. Sin excepción, los changarros de barrio proveen los medios de subsistencias para sus heroicos propietarios, y también para miles de personas que producen multitud de artículos sencillos y necesarios para el consumo familiar diario. En la actual situación de crisis y desplome económico general, los changarros representan los pequeños, pero muy efectivos motores que mueven la economía local, y mantienen en circulación el dinero que se mueve en la localidad.

En plena contingencia sanitaria, y en medio del confinamiento obligatorio, los changarros han sido un formidable y benéfico elemento, y han prestado un servicio maravilloso a las familias, ofreciéndoles una opción de compra muy efectiva, y una protección muy oportuna para quienes temen contagiarse en los centros comerciales de concentración masiva, y que por consiguiente representan mayor peligro de contagio.

Cada changarro y cada tanichi representa una o varias familias, sean las propietarias de ellos, o bien sean los proveedores de los productos que en ellos de venden. Son un canal de distribución pulverizado y diferente, más modesto sin duda, pero sumamente eficiente y efectivo, que tenemos el deber de proteger con nuestro patrocinio.

En una ciudad como la nuestra, que ha crecido en forma desordenada y totalmente desproporcionada, considerando la disponibilidad de los recursos naturales disponibles, y los diversos servicios públicos, y que en la actualidad ya le pega al millón de habitantes, los changarros dispersos y diversos deben contarse por millares, y podemos encontrarlos de todo tipo. No veo en el futuro cercano ninguna razón para que desaparezcan. Por su naturaleza y raigambre popular, son grandes y formidables supervivientes.

Ha sido muy grato para mi el poder ofrecerles a ustedes este modesto y nostálgico recorrido, como tributo a nuestros changarros y tanichis, que han sido desde siempre, y que siguen siendo en la actualidad, una parte vital y fundamental en la historia comercial, y la vida diaria de esta, y de cualquier otra ciudad sonorense.

Los changarros, conocidos en Sonora también como “tanichis” o “tendajones” [estanquillos para los oriundos de chilangolandia], han sido y siguen siendo elementos fundamentales en la vida de los pueblos, y de las ciudades pequeñas y grandes en Sonora. Comercios modestos la gran mayoría de ellos, ubicados en viejas casonas, o pequeños espacios dentro de los barrios y las colonias, que son sumamente útiles para la gente en general, porque aún sin grandes pretensiones ni costosos despliegues publicitarios, proveen diariamente un servicio invaluable para los habitantes de las comunidades, sean grandes o pequeñas, y se localicen donde se localicen, en las sierras, en las costas o en los valles de nuestra entidad.

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Me voy a remitir específicamente a Hermosillo, mi ciudad natal, porque es el lugar que mejor conozco, y del que guardo una multitud de recuerdos que persisten y se niegan a abandonarme, y que me exigen que los comparta con las generaciones de mis tiempos, y con las que han llegado posteriormente a esta ciudad en la que compiten el caos, el desorden y la confusión, con los modernos y apantallantes elementos urbanos que la presentan como una gran ciudad, aunque sólo en apariencia. Si no es capaz de ofrecer una adecuada calidad de vida para sus habitantes, ninguna ciudad puede considerarse realmente grande.

Hace un titipuchal de años, cuando yo era un chamaco pequeño e inquieto, al que le encantaba vagabundear por las viejas calles de aquel Hermosillo que igualmente era pequeño, y que ya no existe, tuve la oportunidad de conocer una buena cantidad de aquellos changarros/tanichis de mis años mozos. Es imposible recordarlos a todos, porque además de que fueron varios centenares, ya han desaparecido físicamente, aunque aún conservo una buena parte de ellos en mi memoria que tercamente se niega a olvidar, a dejar ir.

Aunque a muchos de ustedes tal vez no les digan nada, y no les despierten ningún recuerdo, voy a mencionar algunos de los viejos changarros, simplemente como una muestra representativa, con el ánimo de ejemplificar ese tipo de rústicos locales comerciales de antaño. Ahí les van: Los changarros de Arturo Varela y Lauro Romero, La Casa Colorada, el Toma y Daca de la familia Limón-Gutiérrez, El 6-5-1, Los Chapos, El Zeppelín, El Cali-Von-Ten, El Relámpago, Abarrotes Centenario de la familia Cruz, entre multitud de otros. Los changarros estaban salpicados por todos los rumbos y barrios de aquella ciudad adormilada que se negaba a despertar a la modernidad y a los nuevos tiempos.

Pero obviamente eso no podía durar para siempre. Ahí estuvieron también los precursores de las grandes cadenas comerciales que llegaron posteriormente: Almacenes Laval de Laborín y Valenzuela, Comerciantes Unidos de Julio Cubillas, La Cosalteca de los Mazón, la Abarrotera de Sonora de los Hoeffer, y el negocio de Efraín Noriega, todos ellos mayoristas que movían mercancías por todos los confines del Estado. Comercialmente hablando, ellos eran los que “partían el queso”, como se dice coloquialmente, al menos en la parte Norte de la entidad.

Hermosillo empezaba a crecer y a cambiar, lenta pero incesantemente. Y llegaron los primeros experimentos precursores de los grandes supermercados que surgieron posteriormente, transformando poco a poco la forma de comprar de los hermosillenses de entonces: El Mini Súper de Pancho Buelna, el Supermercado Insurgentes, el Supermercado Londres de Juanito Gurrola, La Canasta y el MiniMax.

Y un día hizo su aparición un gigante llamado VH. La cadena comercial regional más grande e importante que ha conocido Sonora, junto con los Mercados Zaragoza (MZ) en el Sur de la entidad. VH fue un potente emporio comercial que se desarrolló primero dentro de los límites territoriales de Sonora, y que luego se extendió hacia la parte Norte de Sinaloa. VH no desapareció por la competencia de los monstruos comerciales nacionales que llegaron después, sino por la descomposición interna que sufrieron las familias Valenzuela, sus creadores y propietarios.

Probablemente a la larga los VH hubieran sucumbido, ante la brutal competencia de Ley, Soriana y, sobre todo, Walmart. Si las cosas hubieran sido diferentes, tal vez hubieran encontrado la manera de transformarse, amoldándose a las nuevas condiciones que imponían las competencias en una ciudad que crecía de manera incontenible. Tal vez hubieran logrado alianzas estratégicas con otras cadenas, tal vez… El caso es que los VH desaparecieron, y parte de sus instalaciones y puntos comerciales fueron adquiridos los Súper Santa Fe, que no pudieron con el paquete y abandonaron el campo de batalla, y posteriormente por un recién llegado de nombre Súper del Norte, de Servando Carbajal, que sigue activo, pero que realmente no logra competir en las grandes ligas. En las grandes ligas comerciales de esta región, los Súper del Norte son, y seguirán siendo, un competidor digamos de media tabla. También debemos contar a los desaparecidos Súper Duarte [Navarrete y Real del Arco] en Villa Satélite, Panadería y Otras Cosas de Humberto Limón, y a Los ViMark, un proyecto de vida efímera, aunque muy interesante.

Aunque el tema de hoy es el de los viejos changarros, y las versiones actualizadas, así como las aplanadoras comerciales que llegaron algunas de ellas para quedarse, sería injusto no mencionar a las dos panificadoras que dominaron el mercado del pan en el viejo Hermosillo: En primer lugar La Convencedora [Calle Yucatán, hoy Colosio, entre Guerrero y Garmendia], y luego La Modelo [esquina de las calles Monterrey y Garmendia]. En aquellos tiempos la gente de Hermosillo no acostumbraba consumir pan de barra, y el pan diario era básicamente los deliciosos birote y virginia, que salían puntualmente a las 5 de la tarde, a tiempo para la acostumbrada cena tempranera familiar en aquel Hermosillo de antaño.

En medio de esta gigantesca transformación comercial, que se ha convertido en un fenómeno mutante permanente, los changarros o tanichis siguen ahí, inmutables, desarrollando sus actividades en forma modesta, pero que resulta de suma importancia y trascendencia. Los pequeños comercios de barrio han probado tener una fenomenal capacidad de resistencia ante los monstruos devoradores que son las grandes cadenas nacionales e internacionales que he mencionado en un párrafo anterior.

Aquellos viejos changarros de antaño han desaparecido, con sus rústicas balanzas, sus pilones y sus empaques en cartuchos de papel pizarra. Aquellos changarros de las libretitas donde se apuntaban las compras familiares en un sistema de crédito rústico, pero muy efectivo, ya no están. Pero la gente sigue comprando en los changarros actuales, y depende de ellos para adquirir los productos de consumo diario. En ellos es posible encontrar los productos regionales que no se encuentran en los grandes supermercados. Ahí se pueden encontrar las ricas empanadas de piloncillo o calabaza, la panocha de Ures y la miel de punto, los quesos cocidos de Rayón y de Carbó, las semitas, los cochitos, los coricos, los polvorones, las conchitas y el pan casero elaborado en horno de leña, los quesos regionales, las tortillas de harina y de manteca hechas a mano, los ricos tamales de elote, las coyotas (originales o imitaciones), los diversos dulces elaborados en casa, etcétera.

Uno de los changarros más respetados y conocidos de la actualidad es Abarrotes Tacupeto, de la familia García, que vende productos estupendos de gran calidad, en particular la famosa carne machaca, que es su especialidad. Sin excepción, los changarros de barrio proveen los medios de subsistencias para sus heroicos propietarios, y también para miles de personas que producen multitud de artículos sencillos y necesarios para el consumo familiar diario. En la actual situación de crisis y desplome económico general, los changarros representan los pequeños, pero muy efectivos motores que mueven la economía local, y mantienen en circulación el dinero que se mueve en la localidad.

En plena contingencia sanitaria, y en medio del confinamiento obligatorio, los changarros han sido un formidable y benéfico elemento, y han prestado un servicio maravilloso a las familias, ofreciéndoles una opción de compra muy efectiva, y una protección muy oportuna para quienes temen contagiarse en los centros comerciales de concentración masiva, y que por consiguiente representan mayor peligro de contagio.

Cada changarro y cada tanichi representa una o varias familias, sean las propietarias de ellos, o bien sean los proveedores de los productos que en ellos de venden. Son un canal de distribución pulverizado y diferente, más modesto sin duda, pero sumamente eficiente y efectivo, que tenemos el deber de proteger con nuestro patrocinio.

En una ciudad como la nuestra, que ha crecido en forma desordenada y totalmente desproporcionada, considerando la disponibilidad de los recursos naturales disponibles, y los diversos servicios públicos, y que en la actualidad ya le pega al millón de habitantes, los changarros dispersos y diversos deben contarse por millares, y podemos encontrarlos de todo tipo. No veo en el futuro cercano ninguna razón para que desaparezcan. Por su naturaleza y raigambre popular, son grandes y formidables supervivientes.

Ha sido muy grato para mi el poder ofrecerles a ustedes este modesto y nostálgico recorrido, como tributo a nuestros changarros y tanichis, que han sido desde siempre, y que siguen siendo en la actualidad, una parte vital y fundamental en la historia comercial, y la vida diaria de esta, y de cualquier otra ciudad sonorense.