/ viernes 12 de julio de 2019

Casa de las ideas | Tormentas de verano

Las tormentas de verano suelen ser devastadoras en cualquier parte, aunque desde luego no tanto como lo son los ciclones y huracanes que azotan al Continente Americano tanto desde el océano Atlántico como del Pacífico. Por su ubicación en el mapa nuestro Estado, Sonora, está relativamente bien protegido contra los huracanes y las tormentas tropicales que se generan en el Pacífico, y es poco frecuente que nos golpeen con plena fuerza. La Península de Baja California hace las veces de dique de contención contra esos fenómenos naturales, de manera que cuando llegan a brincar la península los huracanes ya han perdido gran parte de su fuerza. Vientos muy fuertes sí, y lluvias muy abundantes, desde luego, y en ocasiones hasta lo que se denomina “colas de tormenta tropical”, pero huracanes con plena potencia, muy rara vez.

Como dije anteriormente, en nuestra región rara vez nos llega un huracán, y para quitarle un tanto lo amargo de la segunda parte de este artículo, permita el lector que le ofrezca un poco de historia respecto al tema de los huracanes y las tormentas tropicales que han pegado duro en Sonora, y en particular en Hermosillo. Los dos que tal vez hayan tenido los efectos más memorables fueron el huracán Lester en agosto de 1992, y posteriormente el huracán Newton en 2016. Entre ambos, muchos otros eventos hubo con efectos menos impresionantes.

Me remontaré al sexenio del doctor Samuel Ocaña García [1979-1985]. En esa época la presa Abelardo L. Rodríguez derramó de manera natural por el vertedor. Presa llena a rebosar. En 1981 no existía todavía la presa de “El Molinito”, y el vertedor aún no tenía sus compuertas de control. En ese momento fue que se colocaron en lo que se conoce como “el vado del río” aquellos tubos de gran diámetro para que el agua del río siguiera su curso, y le pusieron pavimento encima para poder cruzar de un lado a otro, y también se construyó el bordo de protección a lo largo del cauce, desde la parte Oriente de la colonia San Juan, hasta más abajo de Fuentes del Mezquital, lo que después de convertiría en lo que conocemos como el bulevar Serna.

Posteriormente, ya en la época de Manlio Fabio Beltrones, la presa se volvió a llenar hasta los bordes. Entonces fue que el Comité Nacional de Control de Presas ordenó que se abrieran las compuertas (que ya para entonces habían sido construidas), ante la amenaza de un huracán que se anunciaba por los rumbos de Bahía Kino, porque el canal de desfogue de concreto aún no estaba terminado a la altura del fraccionamiento Fuentes del Mezquital. Entonces, y para evitar posibles daños, se optó por desfogar 30 millones de metros cúbicos de agua para brindarle un colchón a la presa A. L. Rodríguez en caso de lluvias muy fuertes aguas arriba del Río Sonora, que pidieran poner en peligro a la población del Hermosillo de 1992. En esa época se aceleró la construcción de la presa “El Molinito”, iniciada en el sexenio de Rodolfo Félix Valdés [1985-1991], y se prolongó el canal de desfogue de concreto hasta la altura más o menos del Club de Golf “Los Lagos”, tratando de librar la mancha urbana de aquellos momentos, y que hoy ya ha aumentado en varios kilómetros, gracias al desorbitado crecimiento que la ciudad ha experimentado hacia el Poniente.

Beltrones también terminó de construir las compuertas de “El Molinito”, lo cual permitió operarla como presa para el control de avenidas. Félix Valdés la construyó, pero le faltaban esas compuertas. Esta situación le ofrece a Hermosillo una seguridad extra, al contar con dos presas con compuertas, funcionando a manera de doble contención. El hecho de que las lluvias hayan sido tan escasas desde hace algunos años, y de que la sequía y el desabasto de agua se haya vuelto un problema crónico para Hermosillo y otras ciudades importantes, no significa que las grandes lluvias no puedan regresar en algún momento, y dado que los ríos tienen memoria, es posible que las dos presas se vuelvan a llenar a plena capacidad, y entonces será muy positivo contar con estas dos presas como factores de seguridad y protección.

Pasando a otro tipo de tormentas, y abordando un tema de amargo sabor que nos duele y atormenta diariamente en la actualidad, hablemos ahora del huracán electoral que azotó a la totalidad del país con fuerza 5, el domingo 1º de julio del año pasado. No existe ningún registro en los anales nacionales de que algo similar le haya ocurrido a nuestro país, en ningún otro momento de su historia. Vaya, ni siquiera cuando Hernán Cortés llegó de España para conquistar y avasallar a las tribus indígenas de entonces, había sucedido algo como lo que estamos viviendo en estos momentos de alarma, inquietud y zozobra.

A partir del mes de julio del año pasado, no hay día en que no caiga un rayo, o que no surja una centella, o nos sorprendan los truenos y los relámpagos. Y este verano 2019 ya nos llegó un primer aviso de lo que puede suceder en los tiempos políticos que nos esperan, y que son derivaciones directas de la forma como Andrés Manuel López está conduciendo al país —suponiendo sin conceder que a lo que hace se le pueda llamar conducción— y que, se vea por donde se vea, está sometiendo a un punto de fatiga extremo al andamiaje estructural e institucional que da soporte y sostén nuestra nación.

La situación se origina desde el primer día posterior a la elección realizada en julio de 2018, momento en el que por diversas y muy sospechosas razones, el entonces presidente, Enrique Peña Nieto, abdicó extraoficialmente a favor del recién electo Andrés Manuel, quien debiendo legalmente haber empezado a gobernar a partir del 1º de diciembre de ese año, fue obsequiado con cinco meses adicionales por una graciosa y muy turbia concesión de Peña Nieto. Un regalo nada despreciable, que establece el hecho extraoficial, pero efectivo y muy real, de que —a menos de que se le revoque el mandato— el período de gobierno de López tal vez sea de seis años y cinco meses, el más prolongado en la historia del México moderno.

¿Qué acordaron en aquellas conversaciones privadas que sostuvieron ambos presidentes, el saliente y el entrante, mientras paseaban por los corredores tomados del brazo muy amigablemente, en los momentos de la transición del poder, cuando el escenario de gobierno todavía no se terminaba de definir? Es difícil saberlo, y probablemente nunca lo sepamos con certeza, pero por los hechos posteriores podemos colegir que se pactaron cosas de extrema gravedad y trascendencia para el país en su conjunto. A partir de ese momento, Peña desapareció prácticamente de la escena política, hizo mutis en términos teatrales, y se fue con su música a otra parte. Y dio principio el reinado de Su Omnipotente Majestad Andrés Manuel I, a quien también se le conoce como “El Peje”, o “El Ganso”.

Conforme transcurre el tiempo, y se vuelve más complicada la situación del país, y más errática la conducción del presidente López, las tormentas se hacen más intensas y los vientos se tornan más huracanados. El equipo presidencial —o sea el gabinete— supuestamente integrado por elementos afines al proyecto lopezobradorista, se ha empezado a requebrajar. Hasta el momento, transcurridos apenas siete meses y medio de la toma de posesión, ya han presentado la renuncia a sus cargos nueve funcionarios de diferente nivel y perfil, pero todos ellos piezas importantes dentro del equipo con el que se había pensado lograr la cuarta transformación del país.

La renuncia más reciente, la del economista Carlos Urzúa, titular de la SHCP y pieza clave en el diseño de las políticas económicas de la nación, ha puesto de cabeza a la administración en turno. La carta de renuncia, que se ha interpretado, con plena justicia y sobrada razón, más bien como una carta de denuncia, ha cimbrado no sólo al gobierno del presidente López, sino a todo México. Y arrecian por doquier las exigencias de explicación de los sorprendentes argumentos aducidos por Urzúa para dejar su cargo. Los mexicanos quieren saber, exigimos saber cuáles son —por ejemplo— esas políticas públicas que se han adoptado sin bases suficientes de sustentación, y quién o quiénes son los influyentes que han impuesto a los funcionarios sin suficiente capacitación que han impedido que las finanzas nacionales caminen por el rumbo debido. Y la tormenta sigue aumentando en intensidad y violencia.

En medio de la densa polvareda levantada por la renuncia más reciente y resonante, los legisladores de Morena en Baja California, contando con la vergonzante complicidad de los diputados del PRI y el PAN, se avientan el tiro de aprobar la ampliación del periodo de gobierno del gobernador Jaime Bonillas, de dos a cinco años, en una flagrante e inconcebible violación de la Constitución que nos habla clara y rotundamente de las intenciones ya no tan ocultas e invisibles que tiene López Obrador de instalarse en la presidencia por tiempo indefinido… si sus planes se cumplen a cabalidad y, desde luego, si los mexicanos se lo permiten.

Rayos, centellas, truenos y relámpagos convierten los cielos de México en un espectáculo dantesco capaz de sobrecoger de terror al ciudadano más valiente. Los tiempos que nos esperan a los mexicanos en el corto y mediano plazo, se perciben plagados de tormentas extraordinariamente violentas y peligrosas, y los augurios no pueden ser más ominosos, y menos promisorios.

Y sólo la unidad, firme e infranqueable, de quienes nos oponemos a dejar nuestro país en las garras de una plaga de peligrosos e irresponsables asaltantes de caminos, podrá impedirlo. Unidad es la palabra y debe ser el objetivo común… tal vez por eso la estrategia adoptada por el señor López ha sido, desde un principio, el de dividirnos en dos grandes bandos, y mantenernos en constante estado de confrontación para impedir que nos convirtamos en una muy peligrosa (para él y sus planes) unidad ciudadana opositora sólida, estructurada, inconmovible e imposible de romper.

En Twitter soy @ChapoRomo

Mi dirección de correo es oscar.romo@casadelasideas.com

Las tormentas de verano suelen ser devastadoras en cualquier parte, aunque desde luego no tanto como lo son los ciclones y huracanes que azotan al Continente Americano tanto desde el océano Atlántico como del Pacífico. Por su ubicación en el mapa nuestro Estado, Sonora, está relativamente bien protegido contra los huracanes y las tormentas tropicales que se generan en el Pacífico, y es poco frecuente que nos golpeen con plena fuerza. La Península de Baja California hace las veces de dique de contención contra esos fenómenos naturales, de manera que cuando llegan a brincar la península los huracanes ya han perdido gran parte de su fuerza. Vientos muy fuertes sí, y lluvias muy abundantes, desde luego, y en ocasiones hasta lo que se denomina “colas de tormenta tropical”, pero huracanes con plena potencia, muy rara vez.

Como dije anteriormente, en nuestra región rara vez nos llega un huracán, y para quitarle un tanto lo amargo de la segunda parte de este artículo, permita el lector que le ofrezca un poco de historia respecto al tema de los huracanes y las tormentas tropicales que han pegado duro en Sonora, y en particular en Hermosillo. Los dos que tal vez hayan tenido los efectos más memorables fueron el huracán Lester en agosto de 1992, y posteriormente el huracán Newton en 2016. Entre ambos, muchos otros eventos hubo con efectos menos impresionantes.

Me remontaré al sexenio del doctor Samuel Ocaña García [1979-1985]. En esa época la presa Abelardo L. Rodríguez derramó de manera natural por el vertedor. Presa llena a rebosar. En 1981 no existía todavía la presa de “El Molinito”, y el vertedor aún no tenía sus compuertas de control. En ese momento fue que se colocaron en lo que se conoce como “el vado del río” aquellos tubos de gran diámetro para que el agua del río siguiera su curso, y le pusieron pavimento encima para poder cruzar de un lado a otro, y también se construyó el bordo de protección a lo largo del cauce, desde la parte Oriente de la colonia San Juan, hasta más abajo de Fuentes del Mezquital, lo que después de convertiría en lo que conocemos como el bulevar Serna.

Posteriormente, ya en la época de Manlio Fabio Beltrones, la presa se volvió a llenar hasta los bordes. Entonces fue que el Comité Nacional de Control de Presas ordenó que se abrieran las compuertas (que ya para entonces habían sido construidas), ante la amenaza de un huracán que se anunciaba por los rumbos de Bahía Kino, porque el canal de desfogue de concreto aún no estaba terminado a la altura del fraccionamiento Fuentes del Mezquital. Entonces, y para evitar posibles daños, se optó por desfogar 30 millones de metros cúbicos de agua para brindarle un colchón a la presa A. L. Rodríguez en caso de lluvias muy fuertes aguas arriba del Río Sonora, que pidieran poner en peligro a la población del Hermosillo de 1992. En esa época se aceleró la construcción de la presa “El Molinito”, iniciada en el sexenio de Rodolfo Félix Valdés [1985-1991], y se prolongó el canal de desfogue de concreto hasta la altura más o menos del Club de Golf “Los Lagos”, tratando de librar la mancha urbana de aquellos momentos, y que hoy ya ha aumentado en varios kilómetros, gracias al desorbitado crecimiento que la ciudad ha experimentado hacia el Poniente.

Beltrones también terminó de construir las compuertas de “El Molinito”, lo cual permitió operarla como presa para el control de avenidas. Félix Valdés la construyó, pero le faltaban esas compuertas. Esta situación le ofrece a Hermosillo una seguridad extra, al contar con dos presas con compuertas, funcionando a manera de doble contención. El hecho de que las lluvias hayan sido tan escasas desde hace algunos años, y de que la sequía y el desabasto de agua se haya vuelto un problema crónico para Hermosillo y otras ciudades importantes, no significa que las grandes lluvias no puedan regresar en algún momento, y dado que los ríos tienen memoria, es posible que las dos presas se vuelvan a llenar a plena capacidad, y entonces será muy positivo contar con estas dos presas como factores de seguridad y protección.

Pasando a otro tipo de tormentas, y abordando un tema de amargo sabor que nos duele y atormenta diariamente en la actualidad, hablemos ahora del huracán electoral que azotó a la totalidad del país con fuerza 5, el domingo 1º de julio del año pasado. No existe ningún registro en los anales nacionales de que algo similar le haya ocurrido a nuestro país, en ningún otro momento de su historia. Vaya, ni siquiera cuando Hernán Cortés llegó de España para conquistar y avasallar a las tribus indígenas de entonces, había sucedido algo como lo que estamos viviendo en estos momentos de alarma, inquietud y zozobra.

A partir del mes de julio del año pasado, no hay día en que no caiga un rayo, o que no surja una centella, o nos sorprendan los truenos y los relámpagos. Y este verano 2019 ya nos llegó un primer aviso de lo que puede suceder en los tiempos políticos que nos esperan, y que son derivaciones directas de la forma como Andrés Manuel López está conduciendo al país —suponiendo sin conceder que a lo que hace se le pueda llamar conducción— y que, se vea por donde se vea, está sometiendo a un punto de fatiga extremo al andamiaje estructural e institucional que da soporte y sostén nuestra nación.

La situación se origina desde el primer día posterior a la elección realizada en julio de 2018, momento en el que por diversas y muy sospechosas razones, el entonces presidente, Enrique Peña Nieto, abdicó extraoficialmente a favor del recién electo Andrés Manuel, quien debiendo legalmente haber empezado a gobernar a partir del 1º de diciembre de ese año, fue obsequiado con cinco meses adicionales por una graciosa y muy turbia concesión de Peña Nieto. Un regalo nada despreciable, que establece el hecho extraoficial, pero efectivo y muy real, de que —a menos de que se le revoque el mandato— el período de gobierno de López tal vez sea de seis años y cinco meses, el más prolongado en la historia del México moderno.

¿Qué acordaron en aquellas conversaciones privadas que sostuvieron ambos presidentes, el saliente y el entrante, mientras paseaban por los corredores tomados del brazo muy amigablemente, en los momentos de la transición del poder, cuando el escenario de gobierno todavía no se terminaba de definir? Es difícil saberlo, y probablemente nunca lo sepamos con certeza, pero por los hechos posteriores podemos colegir que se pactaron cosas de extrema gravedad y trascendencia para el país en su conjunto. A partir de ese momento, Peña desapareció prácticamente de la escena política, hizo mutis en términos teatrales, y se fue con su música a otra parte. Y dio principio el reinado de Su Omnipotente Majestad Andrés Manuel I, a quien también se le conoce como “El Peje”, o “El Ganso”.

Conforme transcurre el tiempo, y se vuelve más complicada la situación del país, y más errática la conducción del presidente López, las tormentas se hacen más intensas y los vientos se tornan más huracanados. El equipo presidencial —o sea el gabinete— supuestamente integrado por elementos afines al proyecto lopezobradorista, se ha empezado a requebrajar. Hasta el momento, transcurridos apenas siete meses y medio de la toma de posesión, ya han presentado la renuncia a sus cargos nueve funcionarios de diferente nivel y perfil, pero todos ellos piezas importantes dentro del equipo con el que se había pensado lograr la cuarta transformación del país.

La renuncia más reciente, la del economista Carlos Urzúa, titular de la SHCP y pieza clave en el diseño de las políticas económicas de la nación, ha puesto de cabeza a la administración en turno. La carta de renuncia, que se ha interpretado, con plena justicia y sobrada razón, más bien como una carta de denuncia, ha cimbrado no sólo al gobierno del presidente López, sino a todo México. Y arrecian por doquier las exigencias de explicación de los sorprendentes argumentos aducidos por Urzúa para dejar su cargo. Los mexicanos quieren saber, exigimos saber cuáles son —por ejemplo— esas políticas públicas que se han adoptado sin bases suficientes de sustentación, y quién o quiénes son los influyentes que han impuesto a los funcionarios sin suficiente capacitación que han impedido que las finanzas nacionales caminen por el rumbo debido. Y la tormenta sigue aumentando en intensidad y violencia.

En medio de la densa polvareda levantada por la renuncia más reciente y resonante, los legisladores de Morena en Baja California, contando con la vergonzante complicidad de los diputados del PRI y el PAN, se avientan el tiro de aprobar la ampliación del periodo de gobierno del gobernador Jaime Bonillas, de dos a cinco años, en una flagrante e inconcebible violación de la Constitución que nos habla clara y rotundamente de las intenciones ya no tan ocultas e invisibles que tiene López Obrador de instalarse en la presidencia por tiempo indefinido… si sus planes se cumplen a cabalidad y, desde luego, si los mexicanos se lo permiten.

Rayos, centellas, truenos y relámpagos convierten los cielos de México en un espectáculo dantesco capaz de sobrecoger de terror al ciudadano más valiente. Los tiempos que nos esperan a los mexicanos en el corto y mediano plazo, se perciben plagados de tormentas extraordinariamente violentas y peligrosas, y los augurios no pueden ser más ominosos, y menos promisorios.

Y sólo la unidad, firme e infranqueable, de quienes nos oponemos a dejar nuestro país en las garras de una plaga de peligrosos e irresponsables asaltantes de caminos, podrá impedirlo. Unidad es la palabra y debe ser el objetivo común… tal vez por eso la estrategia adoptada por el señor López ha sido, desde un principio, el de dividirnos en dos grandes bandos, y mantenernos en constante estado de confrontación para impedir que nos convirtamos en una muy peligrosa (para él y sus planes) unidad ciudadana opositora sólida, estructurada, inconmovible e imposible de romper.

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Mi dirección de correo es oscar.romo@casadelasideas.com