/ viernes 29 de marzo de 2019

Sin medias tintas | La historia de Juan



Juan tiene 27 años y es originario de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas. Llegó a Hermosillo hace tres semanas y desde entonces sólo ha mal comido durante las últimas dos y no tiene un lugar para dormir ni asearse.

Hasta aquellos remotos lugares del país fueron representantes de una empresa de seguridad sonorense, y lo reclutaron con la promesa de un trabajo estable.

Ante la ausencia de oportunidades de trabajo en su tierra, con una hija enferma, padres campesinos ya mayores y un posible sueldo muy superior al que no tenía, se le hizo fácil creer en las promesas de los reclutadores. Además, Juan sólo había trabajado como guardia porque no pudo completar la primaria, y desde pequeño hacía mandados para ganarse unos cuantos pesos para ayudar en su casa.

La misma empresa le compró el boleto de ida desde Tuxtla hasta Hermosillo. Un largo recorrido de 2,715 km por la Carretera Internacional No. 15 que cruza todo el país. Fue un viaje de dos largos días, que en automóvil usualmente se llevaría 30 horas.

Para cuando Juan llegó por la noche a Ciudad Obregón se le acabó el dinero que tenía para comer. No se preocupó mucho, porque al fin de cuentas ya faltaba poco. La promesa fue que tan pronto se presentara a trabajar tendría un espacio para dormir y se le apoyaría con la comida durante la primera semana.

Todo marchó sobre ruedas el primer día. Recibió su uniforme y equipo de protección. Estaba emocionado porque comenzaba bien. Pero la frustración lo alcanzó momentos más tarde: Llevaba horas sin comer y cuando solicitó el apoyo respectivo, éste nunca llegó; sólo le dieron largas con la frase “espérate porque te están dando de alta”.

Durante el primero y el segundo día se mantuvo en pie sólo con el azúcar de los refrescos que algunos compañeros guardias de otras compañías le brindaban. Sí le habían cumplido con el espacio para dormir y compartía un pequeño departamento supuestamente temporal con otras seis personas.

Con más voluntad que energía, Juan cumplió la primera semana y se presentó a cobrar; pero todavía no terminaban de darlo de “alta”, así que le darían sólo un adelanto de la semana después de descontarle parte del costo del boleto de su viaje. Juan se negó, porque ese descuento no se lo habían especificado; pero no pudo hacer nada porque amenazaron con correrlo. Aceptó los 300 pesos que le dieron.

Durante las siguientes dos semanas se repitió la historia por completo, desde comer sólo papitas y pan con refresco hasta la escena cuando iba a cobrar. Nunca firmó un contrato. Nunca vio su “alta” en ninguna parte, ni siquiera el formato rosa del IMSS. Mientras que él soñaba con enviarle dinero y comida para sus padres e hija como producto de un trabajo estable, de repente se vio envuelto en un caso de explotación laboral.

Según Juan, él no es el único. Hay muchos en la misma situación aquí en Hermosillo que fueron reclutados por la misma empresa en el Sur del país.

Lo peor es que ante estos casos donde se combinan la ignorancia y la impunidad poco se puede hacer. Empresas de seguridad como la que reclutó a Juan no recibirán ningún castigo, porque no hay documentos que acrediten la contratación ni el tiempo laborado; pero eso sí, ellas ya cobraron puntualmente por sus servicios de seguridad.

Juan por lo pronto colaboró con tres semanas para que alguien se llene de dinero los bolsillos, y ahorita está suplicando ayuda para regresarse.

Correo: olopezh@me.com



Juan tiene 27 años y es originario de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas. Llegó a Hermosillo hace tres semanas y desde entonces sólo ha mal comido durante las últimas dos y no tiene un lugar para dormir ni asearse.

Hasta aquellos remotos lugares del país fueron representantes de una empresa de seguridad sonorense, y lo reclutaron con la promesa de un trabajo estable.

Ante la ausencia de oportunidades de trabajo en su tierra, con una hija enferma, padres campesinos ya mayores y un posible sueldo muy superior al que no tenía, se le hizo fácil creer en las promesas de los reclutadores. Además, Juan sólo había trabajado como guardia porque no pudo completar la primaria, y desde pequeño hacía mandados para ganarse unos cuantos pesos para ayudar en su casa.

La misma empresa le compró el boleto de ida desde Tuxtla hasta Hermosillo. Un largo recorrido de 2,715 km por la Carretera Internacional No. 15 que cruza todo el país. Fue un viaje de dos largos días, que en automóvil usualmente se llevaría 30 horas.

Para cuando Juan llegó por la noche a Ciudad Obregón se le acabó el dinero que tenía para comer. No se preocupó mucho, porque al fin de cuentas ya faltaba poco. La promesa fue que tan pronto se presentara a trabajar tendría un espacio para dormir y se le apoyaría con la comida durante la primera semana.

Todo marchó sobre ruedas el primer día. Recibió su uniforme y equipo de protección. Estaba emocionado porque comenzaba bien. Pero la frustración lo alcanzó momentos más tarde: Llevaba horas sin comer y cuando solicitó el apoyo respectivo, éste nunca llegó; sólo le dieron largas con la frase “espérate porque te están dando de alta”.

Durante el primero y el segundo día se mantuvo en pie sólo con el azúcar de los refrescos que algunos compañeros guardias de otras compañías le brindaban. Sí le habían cumplido con el espacio para dormir y compartía un pequeño departamento supuestamente temporal con otras seis personas.

Con más voluntad que energía, Juan cumplió la primera semana y se presentó a cobrar; pero todavía no terminaban de darlo de “alta”, así que le darían sólo un adelanto de la semana después de descontarle parte del costo del boleto de su viaje. Juan se negó, porque ese descuento no se lo habían especificado; pero no pudo hacer nada porque amenazaron con correrlo. Aceptó los 300 pesos que le dieron.

Durante las siguientes dos semanas se repitió la historia por completo, desde comer sólo papitas y pan con refresco hasta la escena cuando iba a cobrar. Nunca firmó un contrato. Nunca vio su “alta” en ninguna parte, ni siquiera el formato rosa del IMSS. Mientras que él soñaba con enviarle dinero y comida para sus padres e hija como producto de un trabajo estable, de repente se vio envuelto en un caso de explotación laboral.

Según Juan, él no es el único. Hay muchos en la misma situación aquí en Hermosillo que fueron reclutados por la misma empresa en el Sur del país.

Lo peor es que ante estos casos donde se combinan la ignorancia y la impunidad poco se puede hacer. Empresas de seguridad como la que reclutó a Juan no recibirán ningún castigo, porque no hay documentos que acrediten la contratación ni el tiempo laborado; pero eso sí, ellas ya cobraron puntualmente por sus servicios de seguridad.

Juan por lo pronto colaboró con tres semanas para que alguien se llene de dinero los bolsillos, y ahorita está suplicando ayuda para regresarse.

Correo: olopezh@me.com