/ domingo 14 de febrero de 2021

Sin medias tintas | La opinión desinformada

Los mexicanos nos sorprendemos demasiado con cuestiones simples. Hay «algo» que nos acerca a un tipo de «información» y no a otra, o bien se nos atrae con el sensacionalismo. Lo más interesante es que de ahí se forme una opinión personal.

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Las redes sociales son un referente para prácticamente todas las cosas que se hacen cotidianamente. Desde los grupos que comparten intereses comunes, hasta explotar el modo comercial por la gran cantidad de personas que la usan hoy.

Hay quienes no creen nada si no está en las redes o al menos se haya distribuido por ese medio. La respuesta a este comportamiento es más simple de lo que pensamos. Todo el secreto radica en la educación.

La mayoría de las personas sólo se quedan con datos en lugar de conocimiento. Pere Rovira lo explica de forma muy clara en un ejemplo de su cosecha: “si reunimos el nombre de unas calles, lo que tenemos son datos. Si ponemos esas calles en un mapa, sabremos cómo de grandes son y cómo se cruzan unas con otras, eso es información. Pero si trazamos la ruta sobre el mapa con la calle donde estamos hacia la calle donde queremos llegar, eso es conocimiento”.

Regularmente no hacemos las dos cosas finales y la opinión es forjada considerando solo datos —La opinión es percepción, dijo alguien por ahí—. Para que haya información y el posterior conocimiento, es necesaria la educación. Y no hablo sólo de enseñanza en las escuelas, sino fundamentalmente de la educación en casa; herencia a sus hijos.

Aunque me cuesta trabajo creerlo, los adolescentes se convierten sin querer en un objetivo para la desinformación y, de igual manera, en reproductores de la misma. Tampoco dudo que los desinformados sean los que más gritan, más critiquen y menos colaboren y cooperen.

Somos una sociedad compleja, no cabe duda; pero con una opinión pública distorsionada por múltiples factores. Nos corresponde a cada uno de nosotros ser transmisores de datos fidedignos e irrefutables, no de rumores o dichos de alguien más.

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Si cada quien hiciera la parte que le corresponde dentro de su orden natural o establecido en que le tocó estar, tenga usted por sentado que muchas cosas de la vida social y política serían innecesarias. Así sucede en otras partes del mundo, ¿por qué aquí no?

Las respuestas están en nosotros mismos, como ciudadanos o como seres humanos, pero no llegarán mientras gritemos las opiniones «de en que el feis» y no las bien informadas. Se requiere la ignorancia para mover a un pueblo, pero hace más un pueblo informado y sobre todo educado. ¿En cuál quiere vivir usted?

Los mexicanos nos sorprendemos demasiado con cuestiones simples. Hay «algo» que nos acerca a un tipo de «información» y no a otra, o bien se nos atrae con el sensacionalismo. Lo más interesante es que de ahí se forme una opinión personal.

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La mayoría de las personas sólo se quedan con datos en lugar de conocimiento. Pere Rovira lo explica de forma muy clara en un ejemplo de su cosecha: “si reunimos el nombre de unas calles, lo que tenemos son datos. Si ponemos esas calles en un mapa, sabremos cómo de grandes son y cómo se cruzan unas con otras, eso es información. Pero si trazamos la ruta sobre el mapa con la calle donde estamos hacia la calle donde queremos llegar, eso es conocimiento”.

Regularmente no hacemos las dos cosas finales y la opinión es forjada considerando solo datos —La opinión es percepción, dijo alguien por ahí—. Para que haya información y el posterior conocimiento, es necesaria la educación. Y no hablo sólo de enseñanza en las escuelas, sino fundamentalmente de la educación en casa; herencia a sus hijos.

Aunque me cuesta trabajo creerlo, los adolescentes se convierten sin querer en un objetivo para la desinformación y, de igual manera, en reproductores de la misma. Tampoco dudo que los desinformados sean los que más gritan, más critiquen y menos colaboren y cooperen.

Somos una sociedad compleja, no cabe duda; pero con una opinión pública distorsionada por múltiples factores. Nos corresponde a cada uno de nosotros ser transmisores de datos fidedignos e irrefutables, no de rumores o dichos de alguien más.

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Si cada quien hiciera la parte que le corresponde dentro de su orden natural o establecido en que le tocó estar, tenga usted por sentado que muchas cosas de la vida social y política serían innecesarias. Así sucede en otras partes del mundo, ¿por qué aquí no?

Las respuestas están en nosotros mismos, como ciudadanos o como seres humanos, pero no llegarán mientras gritemos las opiniones «de en que el feis» y no las bien informadas. Se requiere la ignorancia para mover a un pueblo, pero hace más un pueblo informado y sobre todo educado. ¿En cuál quiere vivir usted?