/ viernes 10 de diciembre de 2021

Casos y cosas de la experiencia | El origen de la historia

La música suave de piano me envolvió, y evocó bellos recuerdos; me transportó a los momentos en que soñaba contigo, y te abrazaba con delicadeza y ternura. Observaba cada movimiento tuyo en la cocina, te veía transformar verduras, legumbres y pastas en ricas viandas que todos disfrutábamos alrededor de la mesa. Gozaba la plática en tu compañía cuando servías el café, y toda tu atención se centraba en tus memorias de la niñez en el campo, cerca de tu padre.

Siempre recordaré los momentos de la infancia, que forjaron mi vida en la casa paterna-materna. Confío en que estarás conmigo hasta el final de mis días. Quizá olvide lo que he conversado o comido ayer, pero no esos momentos contigo. Algunas noches que pasamos en vela, por razones diversas, fui conociéndote, descubriéndote y amándote. Las horas transcurrían a veces lentas y otras con rapidez, porque tejías varias historias de tu vida, en tu afán de que no me durmiera. Juro que a veces oigo esos relatos del campo, de tus carreras detrás de los becerros que herraba tu padre.

Recientemente fui a un puesto de comida, y al ver a la señora hacer tortillas de harina recordé la taza de peltre con café y la tortilla con frijoles que muchas veces disfruté en tu compañía. Me vinieron a la memoria las casas donde vivimos y crecimos. Disfrutaba tu quehacer, siempre tenías gallinas y perros, y yo ayudaba a quebrar la leña que utilizabas para la estufa, y decías que ahí se cocinaba mejor la comida. Cada día quiero saber más de tu historia y del lugar donde vives ahora, porque es un privilegio ser parte de ti, de tu historia y de tu amor por la vida.

No salías con frecuencia de casa, sin embargo a algunas personas les gustaba reunirse contigo; les agradaba tu picardía y disfrutaban tu sabrosa comida. Hoy estoy un poco nostálgico, y advierto el optimismo y la rebeldía que me transmitiste. Recuerdo tantos momentos colmados de emociones y de múltiples matices, que quedaron grabados en la tela donde los dibujaste. Vivimos en diversas casas, y aunque todas eran rentadas, las cuidabas con veneración. Hasta que llegó la oportunidad de tener tu casa propia, pero la disfrutaste poco tiempo, ya que partiste de regreso a casa, a la fuente inagotable de luz, energía y amor.

Pasé muchas horas contigo hasta que partí, para librar mis propias batallas y estoy agradecido por todo lo que me enseñaste, pues fueron herramientas de trabajo que me abrieron puertas hacia un mundo nuevo. De vez en cuando volvía a encontrarme con mi padre, contigo y mis hermanos, y así cargaba la pila para ir cada vez más lejos, para prepararme y cumplir con mi misión personal. Gracias por ser ese vehículo hermoso que me transportó a este mundo.

Celebro tu inteligencia, sabiduría, chispa, don de gentes, humor y resiliencia. Con orgullo hablabas de cómo la vida te fue preparando para forjarnos e impulsarnos a lograr nuestros sueños. Me sentí orgulloso cuando estuviste a mi lado, para celebrar mis logros, porque sé que cada escalón que subía también representaba mucho para ti. Continúo esforzándome por ser un hombre comprometido con su misión e historia, aprendiendo las lecciones necesarias en esta escuela de la vida.

Cada día anhelo menos cosas, pero sí disfrutar lo que poseo: mi vida, lo demás no es tan necesario. Disfruto mi trabajo, es mi pasión; además es útil para relacionarme con muchas personas y me da oportunidades para cumplir con mi misión personal: impulsar a otros hacia su crecimiento físico, emocional y espiritual.

En ocasiones amanezco con la certeza de que estás presente en muchos detalles: la taza de café, el desayuno, la música que escucho en la radio, o en las personas que veo en la calle y las encuentro parecidas a ti. Una de estas mañanas dibujaremos juntos más estrellas y enviaremos nubes para provocar sombras o lluvias; llenaremos de perfume las plantas y acariciaremos a esos perros que tanto te gustan.

Una consultante inspiró este escrito, pues habló de su madre con una sutileza tan especial que me hizo recordarte, madre, conocida por todos como Monchi. También me evocó esta frase de Rainier María Rilke: “Sólo hay un camino, el interior”. Decidí buscarte en mi interior y encontré motivos suficientes para decirte: gracias, gracias, gracias por tu amor.


La música suave de piano me envolvió, y evocó bellos recuerdos; me transportó a los momentos en que soñaba contigo, y te abrazaba con delicadeza y ternura. Observaba cada movimiento tuyo en la cocina, te veía transformar verduras, legumbres y pastas en ricas viandas que todos disfrutábamos alrededor de la mesa. Gozaba la plática en tu compañía cuando servías el café, y toda tu atención se centraba en tus memorias de la niñez en el campo, cerca de tu padre.

Siempre recordaré los momentos de la infancia, que forjaron mi vida en la casa paterna-materna. Confío en que estarás conmigo hasta el final de mis días. Quizá olvide lo que he conversado o comido ayer, pero no esos momentos contigo. Algunas noches que pasamos en vela, por razones diversas, fui conociéndote, descubriéndote y amándote. Las horas transcurrían a veces lentas y otras con rapidez, porque tejías varias historias de tu vida, en tu afán de que no me durmiera. Juro que a veces oigo esos relatos del campo, de tus carreras detrás de los becerros que herraba tu padre.

Recientemente fui a un puesto de comida, y al ver a la señora hacer tortillas de harina recordé la taza de peltre con café y la tortilla con frijoles que muchas veces disfruté en tu compañía. Me vinieron a la memoria las casas donde vivimos y crecimos. Disfrutaba tu quehacer, siempre tenías gallinas y perros, y yo ayudaba a quebrar la leña que utilizabas para la estufa, y decías que ahí se cocinaba mejor la comida. Cada día quiero saber más de tu historia y del lugar donde vives ahora, porque es un privilegio ser parte de ti, de tu historia y de tu amor por la vida.

No salías con frecuencia de casa, sin embargo a algunas personas les gustaba reunirse contigo; les agradaba tu picardía y disfrutaban tu sabrosa comida. Hoy estoy un poco nostálgico, y advierto el optimismo y la rebeldía que me transmitiste. Recuerdo tantos momentos colmados de emociones y de múltiples matices, que quedaron grabados en la tela donde los dibujaste. Vivimos en diversas casas, y aunque todas eran rentadas, las cuidabas con veneración. Hasta que llegó la oportunidad de tener tu casa propia, pero la disfrutaste poco tiempo, ya que partiste de regreso a casa, a la fuente inagotable de luz, energía y amor.

Pasé muchas horas contigo hasta que partí, para librar mis propias batallas y estoy agradecido por todo lo que me enseñaste, pues fueron herramientas de trabajo que me abrieron puertas hacia un mundo nuevo. De vez en cuando volvía a encontrarme con mi padre, contigo y mis hermanos, y así cargaba la pila para ir cada vez más lejos, para prepararme y cumplir con mi misión personal. Gracias por ser ese vehículo hermoso que me transportó a este mundo.

Celebro tu inteligencia, sabiduría, chispa, don de gentes, humor y resiliencia. Con orgullo hablabas de cómo la vida te fue preparando para forjarnos e impulsarnos a lograr nuestros sueños. Me sentí orgulloso cuando estuviste a mi lado, para celebrar mis logros, porque sé que cada escalón que subía también representaba mucho para ti. Continúo esforzándome por ser un hombre comprometido con su misión e historia, aprendiendo las lecciones necesarias en esta escuela de la vida.

Cada día anhelo menos cosas, pero sí disfrutar lo que poseo: mi vida, lo demás no es tan necesario. Disfruto mi trabajo, es mi pasión; además es útil para relacionarme con muchas personas y me da oportunidades para cumplir con mi misión personal: impulsar a otros hacia su crecimiento físico, emocional y espiritual.

En ocasiones amanezco con la certeza de que estás presente en muchos detalles: la taza de café, el desayuno, la música que escucho en la radio, o en las personas que veo en la calle y las encuentro parecidas a ti. Una de estas mañanas dibujaremos juntos más estrellas y enviaremos nubes para provocar sombras o lluvias; llenaremos de perfume las plantas y acariciaremos a esos perros que tanto te gustan.

Una consultante inspiró este escrito, pues habló de su madre con una sutileza tan especial que me hizo recordarte, madre, conocida por todos como Monchi. También me evocó esta frase de Rainier María Rilke: “Sólo hay un camino, el interior”. Decidí buscarte en mi interior y encontré motivos suficientes para decirte: gracias, gracias, gracias por tu amor.