/ viernes 30 de octubre de 2020

Casos y cosas de la experiencia | Es preciso hacer pausas en el camino

“Dime, ¿qué tiras al agua?

Un público desconsuelo

y una secreta esperanza”

(A. Cortez)

Una tarde, ya casi de noche, Romualdo estaba sentado, ensimismado en el sillón, recordando historias y experiencias de su vida, y se percató de que cargaba una mochila pesada. En ese momento empezó a revisar con detalle lo que llevaba en ella. Cerró los ojos y se dispuso a repasar cada experiencia vivida y lección aprendida.

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Encontró momentos gratos y tristes, lágrimas derramadas por pérdidas y otras razones, algunos recuerdos que se fijaron en su alma como la hiedra a la piedra. Se dio cuenta de que guardaba remordimientos antiguos y un sinfín de palabras..., que una vez dichas, no tenía sentido recordarlas.

Cuando abrió los ojos ya oscurecía, y el frío lo obligó a cubrirse para sentir el calor de una compañía, su chamarra ligera. Por su mente cruzaban imágenes de momentos vividos en distintos lugares y con personas diferentes. Repasó meticulosamente los detalles, como queriendo atraer los significados ligados con cada experiencia.

Se dijo que era tiempo de soltar lo que hacía difícil su caminar: trabajos mal terminados, amores no concretados, dudas y silencios que le herían el alma. Era una tarde-noche de reflexión y toma de conciencia, de sentimientos encontrados, de vendettas que no alivian las heridas del pasado.

Su cuerpo tenía registrado todo lo que había cargado durante tanto tiempo; hoy era preciso soltar al río lo que le impedía caminar libre y ligero. Reunió fuerzas para eliminar lo que le hería y salpicaba su alma de inmensas tristezas. Su respiración era profunda, y le brindaba la paz interior que deseaba desde hacía mucho tiempo.

El teléfono sonó y lo despertó del encuentro que tenía consigo mismo, era para confirmar una cita con su psicoterapeuta. Después de algunas consultas descubrió las razones de su profunda tristeza; añoraba el amor, pues había perdido a sus padres desde muy temprana edad.

Vivió mucho tiempo aislado, encerrado en sí mismo, acompañado por sus silencios y recuerdos. Sus pensamientos repetitivos de muerte lo empujaron a buscar ayuda. Su vida se había vuelto rutinaria, monótona y vacía. Estaba amarrado a un ciclo vicioso que no nutría su existencia.

Romualdo se sentía abrumado por sentimientos de tristeza, aburrimiento y soledad, por la falta de actividad y el encierro, ocasionados por la pandemia. Ahora le pesaba más la separación de su esposa, pues llevaba tiempo tratando de resolver la situación. Aunque siempre solía solucionar sus problemas y conflictos, ahora le provocaban un dolor intenso, pues le acompañaban la soledad y el silencio.

La situación me recordó la canción Qué tiras al agua, de Alberto Cortez, y la estrofa que dice: “Dime, ¿qué tiras al agua? Un público desconsuelo y una secreta esperanza.

Lágrimas que no son mías, recuerdos y madrugadas; remordimientos antiguos. Palabras, muchas palabras, que por dichas no conviene recordarlas... Y tú, ¿qué tiras al agua?”

Romualdo aceptó el reto que supone el proceso de psicoterapia. Asiste puntualmente a las sesiones, se entrega al trabajo psicoterapéutico con dedicación, compromiso y esmero. Ha sido valiente al enfrentar situaciones que lo llevan a trabajar las emociones y sentimientos, esto representa un reto enorme para él. Abordar esto nos permite crecer y volver a creer en nosotros mismos.

En la última sesión me dijo: “Sabe, me puse en contacto con usted para cumplir con mi palabra y la verdad no me arrepiento. Esto me duele, sin embargo, sé que será pasajero y aprenderé mucho de mí y mejoraré mis relaciones interpersonales donde quiera que me encuentre”.

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Celebro el compromiso nuestro por este proceso de acompañamiento. “Aprender no es más que descubrir que algo es posible. Enseñar es mostrarle a alguien que algo es posible” (Fritz Perls).

Buen fin de semana… Convida-20.

“Dime, ¿qué tiras al agua?

Un público desconsuelo

y una secreta esperanza”

(A. Cortez)

Una tarde, ya casi de noche, Romualdo estaba sentado, ensimismado en el sillón, recordando historias y experiencias de su vida, y se percató de que cargaba una mochila pesada. En ese momento empezó a revisar con detalle lo que llevaba en ella. Cerró los ojos y se dispuso a repasar cada experiencia vivida y lección aprendida.

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Encontró momentos gratos y tristes, lágrimas derramadas por pérdidas y otras razones, algunos recuerdos que se fijaron en su alma como la hiedra a la piedra. Se dio cuenta de que guardaba remordimientos antiguos y un sinfín de palabras..., que una vez dichas, no tenía sentido recordarlas.

Cuando abrió los ojos ya oscurecía, y el frío lo obligó a cubrirse para sentir el calor de una compañía, su chamarra ligera. Por su mente cruzaban imágenes de momentos vividos en distintos lugares y con personas diferentes. Repasó meticulosamente los detalles, como queriendo atraer los significados ligados con cada experiencia.

Se dijo que era tiempo de soltar lo que hacía difícil su caminar: trabajos mal terminados, amores no concretados, dudas y silencios que le herían el alma. Era una tarde-noche de reflexión y toma de conciencia, de sentimientos encontrados, de vendettas que no alivian las heridas del pasado.

Su cuerpo tenía registrado todo lo que había cargado durante tanto tiempo; hoy era preciso soltar al río lo que le impedía caminar libre y ligero. Reunió fuerzas para eliminar lo que le hería y salpicaba su alma de inmensas tristezas. Su respiración era profunda, y le brindaba la paz interior que deseaba desde hacía mucho tiempo.

El teléfono sonó y lo despertó del encuentro que tenía consigo mismo, era para confirmar una cita con su psicoterapeuta. Después de algunas consultas descubrió las razones de su profunda tristeza; añoraba el amor, pues había perdido a sus padres desde muy temprana edad.

Vivió mucho tiempo aislado, encerrado en sí mismo, acompañado por sus silencios y recuerdos. Sus pensamientos repetitivos de muerte lo empujaron a buscar ayuda. Su vida se había vuelto rutinaria, monótona y vacía. Estaba amarrado a un ciclo vicioso que no nutría su existencia.

Romualdo se sentía abrumado por sentimientos de tristeza, aburrimiento y soledad, por la falta de actividad y el encierro, ocasionados por la pandemia. Ahora le pesaba más la separación de su esposa, pues llevaba tiempo tratando de resolver la situación. Aunque siempre solía solucionar sus problemas y conflictos, ahora le provocaban un dolor intenso, pues le acompañaban la soledad y el silencio.

La situación me recordó la canción Qué tiras al agua, de Alberto Cortez, y la estrofa que dice: “Dime, ¿qué tiras al agua? Un público desconsuelo y una secreta esperanza.

Lágrimas que no son mías, recuerdos y madrugadas; remordimientos antiguos. Palabras, muchas palabras, que por dichas no conviene recordarlas... Y tú, ¿qué tiras al agua?”

Romualdo aceptó el reto que supone el proceso de psicoterapia. Asiste puntualmente a las sesiones, se entrega al trabajo psicoterapéutico con dedicación, compromiso y esmero. Ha sido valiente al enfrentar situaciones que lo llevan a trabajar las emociones y sentimientos, esto representa un reto enorme para él. Abordar esto nos permite crecer y volver a creer en nosotros mismos.

En la última sesión me dijo: “Sabe, me puse en contacto con usted para cumplir con mi palabra y la verdad no me arrepiento. Esto me duele, sin embargo, sé que será pasajero y aprenderé mucho de mí y mejoraré mis relaciones interpersonales donde quiera que me encuentre”.

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Celebro el compromiso nuestro por este proceso de acompañamiento. “Aprender no es más que descubrir que algo es posible. Enseñar es mostrarle a alguien que algo es posible” (Fritz Perls).

Buen fin de semana… Convida-20.