/ viernes 21 de febrero de 2020

Casos y cosas de la experiencia | Autocuidado

Necesito libertad y creatividad para florecer y ofrecer lo mejor de mí, como psicoterapeuta…

Esta mañana celebro la oportunidad de disfrutar un día más del frío agradable, la meditación, las canciones del disco Somos luz, que me alegran el corazón, del ruido de la cafetera y el aroma del café, también del agua que hidrata mi cuerpo. Agradezco el sueño reparador que me permitirá enfrentar los retos de este día.

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En la actividad psicoterapéutica se mezclan aspectos personales y profesionales. Si utilizo una metáfora, sería como un matrimonio en el que es preciso velar por el equilibrio que nutre a los integrantes de la pareja, que se alimentan de beneficios que los fortalecen el uno al otro. Practicar la psicoterapia conlleva pasión, entrega y autocuidado.

¿Por qué la importancia del autocuidado? Porque durante la actividad diaria experimentamos momentos dramáticos de dolor, tristeza, soledad, frustraciones, estancamientos y logros de nuestros acompañantes. Eso produce desgaste físico y emocional; estamos sentados largos periodos, con actitud de escucha y concentración sobre lo que sucede en ese momento de encuentro.

Es una autodisciplina importante, la cual requiere de mantenimiento constante para funcionar de manera productiva y creativa. Por eso repito la relevancia del descanso, el ejercicio físico, la nutrición e hidratación adecuadas y una preparación profesional constante.

A través de esta dedicación somos capaces de aislarnos del ruido de los automóviles, del tic tac del reloj, del ingreso de mensajes a la computadora y al celular. Además, ignoramos nuestras distracciones internas, por ejemplo, vejiga llena, ruidos estomacales y pendientes personales, entre otras cosas.

Nuestra inteligencia racional y emocional se alinea cada vez más para realizar mejor la actividad profesional, que es un aprendizaje continuo para ser mejores. Esto debido a que las personas que nos eligen para acompañarlas requieren que respondamos a múltiples preguntas sobre su quehacer en el mundo.

Como psicoterapeutas recibimos un sinfín de preguntas, es posible contestar algunas de facto, para otras las respuestas no resultan tan fáciles. Surgen cuestionamientos sobre lo que necesitan para transformar su vida o la de otros: ¿cuándo voy a mejorar?; ¿por qué me duele tanto esta experiencia?; ¿para qué estoy aquí?; ¿qué debería realizar? o ¿qué harías tú?

Confieso que, en ocasiones, la tarea no es fácil cuando existen demandas de respuestas, para algunas situaciones se pueden brindar sugerencias, pero para otras llevará más tiempo. Quiero decirte que no te escapas de enfrentar preguntas muy agobiantes para alguien que sufre frente a ti. Cada día me enfrento con asuntos que me confrontan, y por ello es imperativa la preparación continua y el trabajo psicoterapéutico personal.

Cada persona que acompaño trae oportunidades de aprendizaje para mí, porque cada una es un libro abierto y lleno de experiencias. Algunas de éstas me resultan familiares, otras es preciso conocerlas y sobre todo indagar cómo se viven.

Soy testigo de dolor, tristeza, amargura, frustración, enojo, alegría, amor y felicidad. En ocasiones me veo como un pintor que utiliza su pincel favorito, que plasma diversas emociones en un lienzo. Esto me motiva a seguir trabajando en mí, para responder a mis preguntas difíciles de la vida, entender las situaciones y a las personas que compartimos esta experiencia psicoterapéutica.

Esto último lo refiero porque en cada sesión existe algo nuevo, que al analizarlo encuentro situaciones dolorosas, perturbadoras y complejas. Por ello el psicoterapeuta, como profesional, requiere de creatividad, flexibilidad, espontaneidad y sobre todo ser altamente sensible a los procesos humanos.

Como personas y profesionales requerimos estar conscientes de nuestro quehacer y, como dice Pilar Ocampo: “Los niveles de autoengaño varían en función del nivel de conciencia de las personas y no son los mismos a lo largo de vida; en ocasiones una experiencia nos confronta de tal manera que obliga a que nuestras máscaras caigan y que nos veamos tal cual somos; en ese momento surge la oportunidad existencial de reconstruirnos o reconciliarnos”.

Buen fin de semana.

José Ignacio Lovio Arvizu. Psicólogo y psicoterapeuta.

ignacio.lovio@gmail.com

Necesito libertad y creatividad para florecer y ofrecer lo mejor de mí, como psicoterapeuta…

Esta mañana celebro la oportunidad de disfrutar un día más del frío agradable, la meditación, las canciones del disco Somos luz, que me alegran el corazón, del ruido de la cafetera y el aroma del café, también del agua que hidrata mi cuerpo. Agradezco el sueño reparador que me permitirá enfrentar los retos de este día.

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En la actividad psicoterapéutica se mezclan aspectos personales y profesionales. Si utilizo una metáfora, sería como un matrimonio en el que es preciso velar por el equilibrio que nutre a los integrantes de la pareja, que se alimentan de beneficios que los fortalecen el uno al otro. Practicar la psicoterapia conlleva pasión, entrega y autocuidado.

¿Por qué la importancia del autocuidado? Porque durante la actividad diaria experimentamos momentos dramáticos de dolor, tristeza, soledad, frustraciones, estancamientos y logros de nuestros acompañantes. Eso produce desgaste físico y emocional; estamos sentados largos periodos, con actitud de escucha y concentración sobre lo que sucede en ese momento de encuentro.

Es una autodisciplina importante, la cual requiere de mantenimiento constante para funcionar de manera productiva y creativa. Por eso repito la relevancia del descanso, el ejercicio físico, la nutrición e hidratación adecuadas y una preparación profesional constante.

A través de esta dedicación somos capaces de aislarnos del ruido de los automóviles, del tic tac del reloj, del ingreso de mensajes a la computadora y al celular. Además, ignoramos nuestras distracciones internas, por ejemplo, vejiga llena, ruidos estomacales y pendientes personales, entre otras cosas.

Nuestra inteligencia racional y emocional se alinea cada vez más para realizar mejor la actividad profesional, que es un aprendizaje continuo para ser mejores. Esto debido a que las personas que nos eligen para acompañarlas requieren que respondamos a múltiples preguntas sobre su quehacer en el mundo.

Como psicoterapeutas recibimos un sinfín de preguntas, es posible contestar algunas de facto, para otras las respuestas no resultan tan fáciles. Surgen cuestionamientos sobre lo que necesitan para transformar su vida o la de otros: ¿cuándo voy a mejorar?; ¿por qué me duele tanto esta experiencia?; ¿para qué estoy aquí?; ¿qué debería realizar? o ¿qué harías tú?

Confieso que, en ocasiones, la tarea no es fácil cuando existen demandas de respuestas, para algunas situaciones se pueden brindar sugerencias, pero para otras llevará más tiempo. Quiero decirte que no te escapas de enfrentar preguntas muy agobiantes para alguien que sufre frente a ti. Cada día me enfrento con asuntos que me confrontan, y por ello es imperativa la preparación continua y el trabajo psicoterapéutico personal.

Cada persona que acompaño trae oportunidades de aprendizaje para mí, porque cada una es un libro abierto y lleno de experiencias. Algunas de éstas me resultan familiares, otras es preciso conocerlas y sobre todo indagar cómo se viven.

Soy testigo de dolor, tristeza, amargura, frustración, enojo, alegría, amor y felicidad. En ocasiones me veo como un pintor que utiliza su pincel favorito, que plasma diversas emociones en un lienzo. Esto me motiva a seguir trabajando en mí, para responder a mis preguntas difíciles de la vida, entender las situaciones y a las personas que compartimos esta experiencia psicoterapéutica.

Esto último lo refiero porque en cada sesión existe algo nuevo, que al analizarlo encuentro situaciones dolorosas, perturbadoras y complejas. Por ello el psicoterapeuta, como profesional, requiere de creatividad, flexibilidad, espontaneidad y sobre todo ser altamente sensible a los procesos humanos.

Como personas y profesionales requerimos estar conscientes de nuestro quehacer y, como dice Pilar Ocampo: “Los niveles de autoengaño varían en función del nivel de conciencia de las personas y no son los mismos a lo largo de vida; en ocasiones una experiencia nos confronta de tal manera que obliga a que nuestras máscaras caigan y que nos veamos tal cual somos; en ese momento surge la oportunidad existencial de reconstruirnos o reconciliarnos”.

Buen fin de semana.

José Ignacio Lovio Arvizu. Psicólogo y psicoterapeuta.

ignacio.lovio@gmail.com