/ viernes 31 de mayo de 2019

Casos y cosas de la experiencia | De la psicoterapia y grupo IV

“…para poder tener una relación con otra persona, uno debe tener una relación consigo mismo...” (I. D. Yalom)


Mientras disfruto del sol abriéndose paso en el horizonte, espero el vuelo de regreso a casa, después de un fin de semana intenso. El trabajo en grupo es apasionante y retador, porque congrega a seres humanos ávidos de experiencias y conocimientos.

Doce personas nos enfocamos en aprender unos de otros, y también de los vericuetos que encierra el proceso psicoterapéutico grupal. Aprender haciendo y, sobre todo, experimentando cada parte del proceso, para asegurar el conocimiento.

Con el paso de las horas, los ejercicios fueron sumando experiencias enriquecedoras y retadoras para cada integrante. También disfrutamos la compañía, el café y la charla amena sobre otros tópicos cotidianos. Todo fue parte del espacio y tiempo para estar ahí, para crecer y gozar a plenitud cada descubrimiento personal o grupal.

Lo anterior me condujo a recordar una frase de I. D. Yalom:

“…para poder tener una relación con otra persona, uno debe tener una relación consigo mismo. Si no somos capaces de abrazar nuestra propia soledad, utilizaremos al otro como escudo contra nuestra soledad. Sólo cuando es posible vivir como el águila, sin público, se puede amar a otra persona; sólo entonces puede importarle a uno la otra persona...”

Como profesional de la psicoterapia y formador, celebro con pasión y compromiso los frutos de lo experimentado en estas sesiones; todos nos entregamos a la tarea, proceso y aventura de aprender lo que correspondía de esta materia.

Con los ejercicios se abrieron las compuertas para que cada uno diera paso al conocimiento, y para que, como persona y profesional integrante y participante, se fuera conformando un grupo con un propósito definido: entregarse al crecimiento y desarrollo individual, para facilitar la integración grupal.

El grupo tiene un gran poder educador y sanador, quienes hemos experimentado este proceso sabemos de su repercusión en el ámbito individual. Es el terreno propicio para aprender, desaprender y volver a aprender las conductas que nos resulten más liberadoras emocional y espiritualmente.

El grupo aporta ayuda y una manera muy enriquecedora de enfocar la situación que se desea abordar. Puede estar integrado por hombres y mujeres, de edad y experiencias diferentes, que estén atentos a lo que ocurre en las sesiones y dispuestos a vivir la experiencia de crecimiento personal.

Por consiguiente, las sesiones de grupo tienen reglas:

— Asumir la responsabilidad del comportamiento propio

— Decir yo antes que tú

— Dar prioridad a lo que se siente aquí y ahora, y compartir los sentimientos o pensamientos en el momento de vivirlos

— Prestar atención a la manera de escuchar a los otros: ¿escuchamos a la persona, o estamos al acecho para tomar la palabra?

— Esforzarse en hablarle directamente al otro, más que al vacío

— Escuchar los sentimientos de los otros y reconocerlos; evitar interpretarlos con frases como: “Te sientes ansioso porque…”

— Estar atento a nuestros cambios físicos o sentimientos, y explicar un dolor de cabeza surgido durante el monólogo de alguien

— Guardar la confidencialidad de lo dicho, a no ser que haya un acuerdo tácito para divulgarlo. Esto es fundamental, porque permite asumir riesgos

— Correr el riesgo de participar en las discusiones del grupo, ya que éste constituye un laboratorio humano en el cual es posible ensayar los nuevos comportamientos propios

— Aprender a dejar a un lado los sentimientos y las opiniones que podrían interrumpir cualquier cosa importante para el grupo, o para alguno de sus integrantes

— Respetar el espacio psicológico de las personas. Si alguien está ensimismado o deprimido, lo más probable es que quiera estar a solas un momento.

Yalom señala: “Un factor psicoterapéutico clave en la terapia de grupo es la universalidad”. Casi todos podemos participar de este tipo de grupo, ya que existen ciertas restricciones que se basan en determinados padecimientos o situaciones de alto riesgo.

Esta experiencia fue enriquecedora, estimulante y plena de descubrimientos personales. Cuando la afición y la pasión se juntan emerge la creatividad y el empuje suficiente para convertirse en un ser humano íntegro y congruente.

“Algunos no pueden romper sus propias cadenas; sin embargo, pueden redimir a sus amigos” (F. Nietzsche).

Buen fin de semana.

José Ignacio Lovio Arvizu. Psicoterapeuta.

Correo: ignacio.lovio@gmail.com

“…para poder tener una relación con otra persona, uno debe tener una relación consigo mismo...” (I. D. Yalom)


Mientras disfruto del sol abriéndose paso en el horizonte, espero el vuelo de regreso a casa, después de un fin de semana intenso. El trabajo en grupo es apasionante y retador, porque congrega a seres humanos ávidos de experiencias y conocimientos.

Doce personas nos enfocamos en aprender unos de otros, y también de los vericuetos que encierra el proceso psicoterapéutico grupal. Aprender haciendo y, sobre todo, experimentando cada parte del proceso, para asegurar el conocimiento.

Con el paso de las horas, los ejercicios fueron sumando experiencias enriquecedoras y retadoras para cada integrante. También disfrutamos la compañía, el café y la charla amena sobre otros tópicos cotidianos. Todo fue parte del espacio y tiempo para estar ahí, para crecer y gozar a plenitud cada descubrimiento personal o grupal.

Lo anterior me condujo a recordar una frase de I. D. Yalom:

“…para poder tener una relación con otra persona, uno debe tener una relación consigo mismo. Si no somos capaces de abrazar nuestra propia soledad, utilizaremos al otro como escudo contra nuestra soledad. Sólo cuando es posible vivir como el águila, sin público, se puede amar a otra persona; sólo entonces puede importarle a uno la otra persona...”

Como profesional de la psicoterapia y formador, celebro con pasión y compromiso los frutos de lo experimentado en estas sesiones; todos nos entregamos a la tarea, proceso y aventura de aprender lo que correspondía de esta materia.

Con los ejercicios se abrieron las compuertas para que cada uno diera paso al conocimiento, y para que, como persona y profesional integrante y participante, se fuera conformando un grupo con un propósito definido: entregarse al crecimiento y desarrollo individual, para facilitar la integración grupal.

El grupo tiene un gran poder educador y sanador, quienes hemos experimentado este proceso sabemos de su repercusión en el ámbito individual. Es el terreno propicio para aprender, desaprender y volver a aprender las conductas que nos resulten más liberadoras emocional y espiritualmente.

El grupo aporta ayuda y una manera muy enriquecedora de enfocar la situación que se desea abordar. Puede estar integrado por hombres y mujeres, de edad y experiencias diferentes, que estén atentos a lo que ocurre en las sesiones y dispuestos a vivir la experiencia de crecimiento personal.

Por consiguiente, las sesiones de grupo tienen reglas:

— Asumir la responsabilidad del comportamiento propio

— Decir yo antes que tú

— Dar prioridad a lo que se siente aquí y ahora, y compartir los sentimientos o pensamientos en el momento de vivirlos

— Prestar atención a la manera de escuchar a los otros: ¿escuchamos a la persona, o estamos al acecho para tomar la palabra?

— Esforzarse en hablarle directamente al otro, más que al vacío

— Escuchar los sentimientos de los otros y reconocerlos; evitar interpretarlos con frases como: “Te sientes ansioso porque…”

— Estar atento a nuestros cambios físicos o sentimientos, y explicar un dolor de cabeza surgido durante el monólogo de alguien

— Guardar la confidencialidad de lo dicho, a no ser que haya un acuerdo tácito para divulgarlo. Esto es fundamental, porque permite asumir riesgos

— Correr el riesgo de participar en las discusiones del grupo, ya que éste constituye un laboratorio humano en el cual es posible ensayar los nuevos comportamientos propios

— Aprender a dejar a un lado los sentimientos y las opiniones que podrían interrumpir cualquier cosa importante para el grupo, o para alguno de sus integrantes

— Respetar el espacio psicológico de las personas. Si alguien está ensimismado o deprimido, lo más probable es que quiera estar a solas un momento.

Yalom señala: “Un factor psicoterapéutico clave en la terapia de grupo es la universalidad”. Casi todos podemos participar de este tipo de grupo, ya que existen ciertas restricciones que se basan en determinados padecimientos o situaciones de alto riesgo.

Esta experiencia fue enriquecedora, estimulante y plena de descubrimientos personales. Cuando la afición y la pasión se juntan emerge la creatividad y el empuje suficiente para convertirse en un ser humano íntegro y congruente.

“Algunos no pueden romper sus propias cadenas; sin embargo, pueden redimir a sus amigos” (F. Nietzsche).

Buen fin de semana.

José Ignacio Lovio Arvizu. Psicoterapeuta.

Correo: ignacio.lovio@gmail.com