/ sábado 2 de febrero de 2019

Casos y cosas de la experiencia / De la vida cotidiana: la infidelidad III

“Si nada nos salva de la muerte,

al menos que el amor nos salve de la vida”.

(Pablo Neruda)


La vida cotidiana nos envuelve en muchas actividades, que se tornan rutinarias y monótonas; el amor también cae en el vacío infértil, lo que deteriora la relación de pareja.

Creemos que el amor es para siempre, y lo que nos unió se va alejando, porque todas las obligaciones se convierten en prioridad.

Cuando conocemos a la pareja quedamos envueltos en un mundo de fantasías, estamos dispuestos a realizar todo lo que permita conquistar al otro, y nos olvidamos de nosotros mismos. El resultado es que no nos sentimos plenos ni satisfechos, mucho menos comprendidos.

Recuerdo el caso de la pareja abatida, que decidió buscar ayuda:

— Jasón: “Todo aquello que hice por amor, ¿dónde quedó”?

— Medea: “De qué sirvió mi entrega total a él. Estaba atenta a sus necesidades y trababa de adivinar su pensamiento para agradarlo”.

Como todas las parejas que bebieron ese brebaje en el periodo del enamoramiento, ahora se encuentran desencantadas reclamando la pasión y los momentos llenos de adrenalina y endorfinas. El placer los envolvía en cada instante. Sin embargo, en la vida cotidiana la energía no alcanza para atender tantas actividades y obligaciones, y ese enamoramiento acaba por sucumbir.

Entonces aparece lo prohibido, lo que despierta el interés, agita los sentidos y se enciende de nuevo el deseo, la pasión y el coctel de hormonas que proporcionan placer y un estado de ánimo agitado.

— Lo que ella experimenta: “Me sentí atendida, escuchada; los detalles me sorprendieron”.

— Lo que él experimenta: “Ella estaba radiante, linda. Olía rico y al estar cerca sentía el aguijón del deseo”.

En la vida de pareja cohabitan la tranquilidad y el deseo de pasión, que orienta hacia una nueva aventura amorosa. La tranquilidad puede vivirse como rutina, monotonía, aburrimiento. La aventura es el despertar, la conquista, la energía desbordada. Obviamente estos dos sentimientos son irreconciliables, no pueden ir de la mano.

Recuerdo las sesiones en las que el clamor constante es el reclamo por una vida en pareja estimulante, atractiva, rica en detalles y cuidados. Las personas se esmeran en enumerar necesidades, deseos y fantasías respecto a su vida cotidiana en pareja.

Cierto que los cuentos de hadas sobre la pareja, que leímos o vimos en pantalla, nunca mencionaron que la felicidad estaría acompañada de enfado, desgano, aburrimiento, de querer estar solo(a). La felicidad implica trabajar en nuestro bienestar cotidiano, para sentirnos satisfechos y agradecidos por los “regalos” que nos proporciona la pareja: compañía, cuidados, detalles, amor y respeto.

Lo anterior resulta ser un aprendizaje para las parejas cuando han roto ese pacto de amor. La confusión del enamoramiento y el amor maduro. Este último nos demanda trabajo continuo y mantenimiento frecuente, para que el amor no muera de hastío o inanición.

El amor en pareja implica que el enamoramiento ha terminado, y que ahora hay que trabajar en la edificación de una relación madura, sólida y consistente con los valores compartidos.

• Entonces, ¿ser infiel es un error o una elección?

La insatisfacción en la pareja promueve la posibilidad de ilusionarnos con alguien más. Por consiguiente, es vital que la pareja disponga de tiempo para comunicarse, escucharse, retroalimentarse, apoyarse y resolver las diferencias generadas en la convivencia diaria.

Si cometemos una infidelidad, nos vuelve vulnerables, desata la furia de la culpa, el dolor de haber lastimado al ser amado y el lamento de haberse traicionado a sí mismo. Es una lección que tiene un costo alto, una pérdida sumamente dolorosa que lleva tiempo procesar. De ahí que tomar decisiones importantes implique conciencia, responsabilidad y compromiso contigo.

Sé que existen algunas preguntas sin responder, no es fácil registrar este tipo de respuestas, ya que supone una reflexión profunda. Agradezco a las personas que sugieren abordar el tema y su puntual seguimiento a la retroalimentación.

Cuando amamos no ganamos totalmente, hay que pagar un precio. Por ello, cuando elegimos amar requerimos tiempo para construir una relación sólida y saludable. Si optamos por ser infieles, estamos renunciando a nosotros mismos y a la pareja. Elegir conlleva renunciar a algo.

Hasta la próxima, buen fin de semana.

José Ignacio Lovio Arvizu. Psicoterapeuta.

Correo electrónico: ignacio.lovio@gmail.com

“Si nada nos salva de la muerte,

al menos que el amor nos salve de la vida”.

(Pablo Neruda)


La vida cotidiana nos envuelve en muchas actividades, que se tornan rutinarias y monótonas; el amor también cae en el vacío infértil, lo que deteriora la relación de pareja.

Creemos que el amor es para siempre, y lo que nos unió se va alejando, porque todas las obligaciones se convierten en prioridad.

Cuando conocemos a la pareja quedamos envueltos en un mundo de fantasías, estamos dispuestos a realizar todo lo que permita conquistar al otro, y nos olvidamos de nosotros mismos. El resultado es que no nos sentimos plenos ni satisfechos, mucho menos comprendidos.

Recuerdo el caso de la pareja abatida, que decidió buscar ayuda:

— Jasón: “Todo aquello que hice por amor, ¿dónde quedó”?

— Medea: “De qué sirvió mi entrega total a él. Estaba atenta a sus necesidades y trababa de adivinar su pensamiento para agradarlo”.

Como todas las parejas que bebieron ese brebaje en el periodo del enamoramiento, ahora se encuentran desencantadas reclamando la pasión y los momentos llenos de adrenalina y endorfinas. El placer los envolvía en cada instante. Sin embargo, en la vida cotidiana la energía no alcanza para atender tantas actividades y obligaciones, y ese enamoramiento acaba por sucumbir.

Entonces aparece lo prohibido, lo que despierta el interés, agita los sentidos y se enciende de nuevo el deseo, la pasión y el coctel de hormonas que proporcionan placer y un estado de ánimo agitado.

— Lo que ella experimenta: “Me sentí atendida, escuchada; los detalles me sorprendieron”.

— Lo que él experimenta: “Ella estaba radiante, linda. Olía rico y al estar cerca sentía el aguijón del deseo”.

En la vida de pareja cohabitan la tranquilidad y el deseo de pasión, que orienta hacia una nueva aventura amorosa. La tranquilidad puede vivirse como rutina, monotonía, aburrimiento. La aventura es el despertar, la conquista, la energía desbordada. Obviamente estos dos sentimientos son irreconciliables, no pueden ir de la mano.

Recuerdo las sesiones en las que el clamor constante es el reclamo por una vida en pareja estimulante, atractiva, rica en detalles y cuidados. Las personas se esmeran en enumerar necesidades, deseos y fantasías respecto a su vida cotidiana en pareja.

Cierto que los cuentos de hadas sobre la pareja, que leímos o vimos en pantalla, nunca mencionaron que la felicidad estaría acompañada de enfado, desgano, aburrimiento, de querer estar solo(a). La felicidad implica trabajar en nuestro bienestar cotidiano, para sentirnos satisfechos y agradecidos por los “regalos” que nos proporciona la pareja: compañía, cuidados, detalles, amor y respeto.

Lo anterior resulta ser un aprendizaje para las parejas cuando han roto ese pacto de amor. La confusión del enamoramiento y el amor maduro. Este último nos demanda trabajo continuo y mantenimiento frecuente, para que el amor no muera de hastío o inanición.

El amor en pareja implica que el enamoramiento ha terminado, y que ahora hay que trabajar en la edificación de una relación madura, sólida y consistente con los valores compartidos.

• Entonces, ¿ser infiel es un error o una elección?

La insatisfacción en la pareja promueve la posibilidad de ilusionarnos con alguien más. Por consiguiente, es vital que la pareja disponga de tiempo para comunicarse, escucharse, retroalimentarse, apoyarse y resolver las diferencias generadas en la convivencia diaria.

Si cometemos una infidelidad, nos vuelve vulnerables, desata la furia de la culpa, el dolor de haber lastimado al ser amado y el lamento de haberse traicionado a sí mismo. Es una lección que tiene un costo alto, una pérdida sumamente dolorosa que lleva tiempo procesar. De ahí que tomar decisiones importantes implique conciencia, responsabilidad y compromiso contigo.

Sé que existen algunas preguntas sin responder, no es fácil registrar este tipo de respuestas, ya que supone una reflexión profunda. Agradezco a las personas que sugieren abordar el tema y su puntual seguimiento a la retroalimentación.

Cuando amamos no ganamos totalmente, hay que pagar un precio. Por ello, cuando elegimos amar requerimos tiempo para construir una relación sólida y saludable. Si optamos por ser infieles, estamos renunciando a nosotros mismos y a la pareja. Elegir conlleva renunciar a algo.

Hasta la próxima, buen fin de semana.

José Ignacio Lovio Arvizu. Psicoterapeuta.

Correo electrónico: ignacio.lovio@gmail.com